Capítulo 20
La tarde cayó sobre Seúl como un susurro frío.
Las luces de los rascacielos comenzaban a encenderse y el aire cargado anunciaba lluvia.
Sol-a, ya como Sae en los titulares, se miró una vez más en el espejo de su sala antes de salir.
Hoy debía enfrentar lo inevitable.
Su padre había pedido una cena formal, sin excusas.
"Hablemos de tu futuro, como familia", había dicho su madre por teléfono, con esa voz rígida que Sol-a había aprendido a temer desde niña.
Respiró profundo, tomó su bolso y salió al pasillo.
Para su sorpresa, Jungkook estaba ahí, saliendo también, con su inseparable gorra y una chaqueta negra.
Ambos se miraron, sonrieron apenas.
- ¿A dónde tan arreglada? -preguntó él, apoyado en la pared.
- A mi sentencia de muerte. -bromeó ella con amargura.
Jungkook ladeó la cabeza.
- ¿Tus padres?
Sol-a asintió.
- Van a recordarme que no nací para cantar, que debería estar manejando su empresa y... que no soy suficiente si no cumplo sus expectativas.
Jungkook la miró en silencio, como leyendo más allá.
- ¿Quieres compañía? -preguntó con naturalidad.
Ella dudó.
- No sé si...
- No es para meterme. Solo... para estar cerca, por si necesitas escapar.
Y ahí estaba, otra vez.
Ese lado de Jungkook que no muchos conocían.
El hombre que ya no creía en el amor, pero que sí sabía sostener a quien estaba a punto de romperse.
Sol-a sonrió leve.
- Gracias. En serio... pero esta la tengo que pelear sola.
Él asintió.
- Entonces, prométeme que cuando vuelvas, cenamos. Sin presiones, solo tú y yo. Un descanso del mundo.
Ella lo miró, y por primera vez en años, sintió que alguien no quería controlarla, ni salvarla... solo compartir con ella.
- Prometido.
La cena fue como lo esperaba.
Sus padres habían reservado un restaurante elegante en Gangnam.
Ella llegó puntual, vestida con un conjunto sobrio pero impecable, su cabello claro suelto y maquillaje casi invisible.
Apenas la vieron, su madre la evaluó con la mirada.
- Llegas tarde.
- Estoy a tiempo. -respondió Sol-a, firme.
El resto de la cena fue un desfile de reproches disfrazados de preocupación.
Que si su imagen como hija de empresarios estaba en riesgo.
Que su exposición mediática era innecesaria.
Que la empresa había recibido llamadas de inversionistas preocupados.
Que aún podía dejar esa "fase rebelde" y asumir su lugar como CEO.
Sol-a apretó la servilleta entre los dedos.
- No voy a dejarlo. -dijo de golpe.
Su padre frunció el ceño.
- ¿No entiendes que lo que haces no es solo sobre ti?
Sol-a lo miró directo a los ojos.
- Justo por eso no puedo seguir viviendo como ustedes quieren. Porque mi vida también es mía.
Hubo un silencio tenso.
Su madre dejó el tenedor.
El padre se recostó hacia atrás.
- Has cambiado. -dijo él.
- No. Solo me cansé de esconderme. Me hiciste estudiar una carrera que nunca quise he hecho todo lo que me has pedido y ya me cansé.
Se levantó antes de que dijeran más, tomó su bolso y salió al frío de la noche.
El viento le caló en la piel mientras caminaba sin rumbo.
Su teléfono vibró.
Un mensaje de Jungkook.
"¿Sobreviviste?"
Sol-a sonrió cansada.
"Barely. ¿Aún quieres ramen?"
"Te espero en el de la esquina. Mesa de siempre."
Ella guardó el móvil y apresuró el paso.
Cuando llegó, Jungkook ya estaba ahí, bebiendo soju y jugando con los palillos.
Levantó la mirada y al verla, hizo un gesto leve.
- ¿Mucho infierno?
Sol-a se dejó caer en la silla.
- Más del esperado... pero, ¿sabes? No me quebré esta vez.
Él sonrió.
- Bien, Sol-a
Pasaron la noche entre ramen picante, anécdotas tontas y silencios de esos que curan.
Sin darse cuenta, compartieron más de lo que admitieron.
Jungkook le contó sobre sus dudas, sus heridas viejas, el miedo a ilusionarse otra vez.
Sol-a le habló de su infancia sola, de las canciones que escribía en libretas escondidas, de las veces que soñó con una vida que no le pertenecía.
Y en medio de esa honestidad, algo cambió.
Ya no eran dos vecinos.
No solo compañeros de canción.
Eran refugio.
Al salir, Jungkook la acompañó hasta su puerta.
- Gracias por venir. -dijo ella.
- Gracias por quedarte. -respondió él.
Por un segundo, se quedaron en silencio.
Las luces tenues del pasillo, el eco de la ciudad al fondo.
Sol-a se acercó y, sin pensarlo, le dio un beso suave en la mejilla.
- Buenas noches, JK.
Y entró a su departamento.
Jungkook se quedó ahí, tocándose la mejilla, con una sonrisa inevitable.
Estaba jodido. Y lo sabía.