Donde el alma respira

Mentiría si dijera que puedo vivir así.

Mentiría si te dijera que puedo vivir así, con tu ausencia colgando del aire como una foto vieja que se niega a caer.
Hay huecos en las horas donde solías estar, y palabras que se quedan a medio camino, como si el silencio supiera que eran para ti.
Los días ya no son días, son repeticiones apagadas de un eco sin voz, rutinas sin alma, sonrisas por obligación.
Me encuentro hablando con tu sombra, inventando respuestas que nunca darás.
Te fuiste... y no sólo fue el cuerpo el que cruzó la puerta, fue todo, menos el recuerdo.

Desde que te fuiste, el alma se me partió en dos por ti: una parte se quedó sentada en la orilla de lo que pudimos ser, la otra camina sin rumbo, tratando de olvidar la forma en que decías mi nombre.

Y aún así, cada noche me contradigo.
Juro que te solté... pero el corazón me traiciona y vuelve a tus fotos,
a tus notas escondidas.
Es cruel amar a quien no vuelve. Cruel, pero inevitable.
Como mirar el mar sabiendo que nunca será tuyo,
como escribir cartas al viento esperando que alguna encuentre tu piel.
Te lloro sin aviso.
Te nombro en silencio porque hacerlo en voz alta
sería aceptar que aún estás aquí, cuando todo me dice que ya no lo estás.
No sé quién eres ahora, ni si alguna vez fui algo más que un refugio temporal.
Pero te juro que lo intenté. Amarte fue mi fe, y perderte mi castigo.
Si un día vuelves, no prometo esperarte, pero tampoco prometo olvidarte. Porque hay amores que se entierran en vida y aún así florecen en las grietas.
Mentiría si te dijera que puedo vivir así, pero también mentiría si dijera que dejar de amarte ha sido fácil.

Siempre supe que era un error, pero también supe que ya era tarde.

Él no era un extraño. Nunca lo fue. Era esa presencia constante, el "amigo" de siempre, el que me hablaba como si fuéramos parte del mismo libro. El que me contaba sus problemas con otras mujeres, sin saber que, por dentro, yo me rompía un poco cada vez.

Y yo, que conocía cada uno de sus gestos, me aferré a las pequeñas cosas: al roce accidental de nuestras manos, a la forma en que a veces me miraba por más de un segundo, al "te quiero" casual que él decía sin entender su peso.
No éramos nada.
Pero yo lo sentía todo.
Mentiría si dijera que puedo vivir así. Con esta costumbre de amarlo en silencio, con la sonrisa que me ponía como escudo cada vez que hablaba de otra mujer con los ojos brillantes. Yo asentía, lo escuchaba, lo apoyaba... Y luego me iba a casa, me deshacía en lágrimas, y me prometía que se me iba a pasar.

No se me pasó.

Una noche, me atreví a rozar la verdad.
Le dije que últimamente me sentía rara, confusa,
que a veces lo miraba y quería más.
Él me tomó la mano con dulzura, como si entendiera, como si quisiera decir algo que no podía.
"Yo te quiero mucho", dijo.
Pero no era el "mucho" que yo necesitaba.
Desde que se fue de mi vida, el alma se me partió en dos por él.
No hizo falta una pelea, ni gritos, ni finales dramáticos.
Solo se fue alejando... como esas canciones que suenan menos fuerte cada vez, hasta que ya no sabes si las inventaste.
A veces me culpo por haber sentido.
Otras, por no haberme ido antes.
Pero la verdad es que amar a alguien cercano es como construir castillos sobre arena mojada:
por un momento parecen reales, hasta que la marea te recuerda que no era tierra firme.
Hoy lo veo de vez en cuando. Nos saludamos, nos reímos.
Pero hay una parte de mí que siempre se queda quieta cuando está cerca, como si aún esperara que algo cambie.
Y otra parte, más sabia, más rota, ya entendió que hay personas que no vienen a quedarse, sino a enseñarte lo que duele amar sin ser vista.
Mentiría si te dijera que puedo vivir así.
Pero también mentiría si dijera
que dejar de amarlo ha sido fácil.

A veces me despierto pensando que fue un sueño. Que nunca le confesé nada, que nunca lo amé en secreto durante años. Pero el corazón, incluso dormido, sabe distinguir entre fantasía y cicatriz.
He intentado llenar el espacio que dejó, no con otro hombre, sino con rutinas. Con libros que no terminan de atraparme, con cafés en solitario donde simulo estar ocupada, con conversaciones vacías donde sonrío demasiado fuerte, como para convencer al mundo -y a mí misma- de que estoy bien.
Pero no estoy bien.

Hay días en que su nombre flota en mi mente sin haberlo llamado.
Surge en medio de una canción vieja, en una calle que cruzamos juntos, en ese tipo de risa que sólo él sabía provocarme.
Y entonces lo recuerdo, no como fue, sino como yo lo vi. Y eso... eso duele más.
Me he preguntado muchas veces si él sospechó algo. Si en algún momento notó la forma en que lo miraba cuando pensaba que no lo veía. Si supo que cada palabra suya era un ancla y un naufragio.
Pero supongo que hay personas tan ciegas al amor no dicho, que ni el grito del alma podría despertarlas.
No lo culpo.
Nunca lo haría. Porque él nunca me prometió nada. Fui yo la que llenó los vacíos con esperanza, la que confundió atención con cariño, proximidad con destino.
Y sin embargo, a pesar de todo, no me arrepiento de haberlo amado.
Porque amarlo, aunque a escondidas, me enseñó lo profundo que puedo sentir. Me mostró los rincones de mí que ni yo conocía, y me dejó con una herida que, aunque no deseo repetir, valoro como parte de mi historia.

Algún día, tal vez,
alguien me amará con la misma intensidad con la que yo lo amé a él.
Tal vez no. Pero al menos sabré reconocer la diferencia. Sabré que no se ama en silencio, que no se entrega el alma a medias, y que a veces, el amor más valiente es el que se suelta sin odio.
Mentiría si dijera que ya lo superé. Pero hoy... hoy ya no lo espero.
Y en eso,hay un poco de paz.

No sé en qué momento comenzó todo. Tal vez fue esa tarde de otoño, cuando él me pidió que lo acompañara a buscar un regalo para otra. Recuerdo que fingí no dolerme.
Sonreí, di ideas, hasta me ofrecí a envolverlo. Y mientras mis manos doblaban el papel y ataban el lazo, mi pecho se rompía con un silencio que él nunca escuchó.
O tal vez fue antes, en una conversación de madrugada, cuando hablamos de nuestros miedos. Él me dijo que temía terminar solo, y yo estuve a punto de decirle que mientras yo existiera, nunca estaría solo.Pero tragué las palabras. Como hacía siempre.
Tengo tantos recuerdos de él que no parecen importantes. Como cuando me pedía que eligiera la película, aunque luego se quedara dormido antes de la mitad. Y yo me quedaba despierta, no por la historia en la pantalla, sino por la cercanía de su respiración, por la excusa de estar al lado sin tener que explicarlo.
Amar en secreto es como vivir en una casa sin ventanas: ves la luz, sabes que hay un mundo allá afuera, pero nunca puedes salir a tocarlo.
Me pregunto a veces si yo fui, al menos por un segundo, una posibilidad en su mente. Si alguna vez pensó cómo sería mi risa al estar junto a él, si imaginó lo que era tomarse un café conmigo y no con alguien más. Me encantaría decir que sí.
Pero he aprendido que hay preguntas que mejor no se responden. Y hay verdades que, por el bien de una misma, deben quedarse sin pronunciar.




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