Donde el alma respira

estrellas y ruido

No le puedo dar estrellas a quienes le temen a la noche, a quienes cierran los ojos cuando el cielo empieza a hablar.
Hay belleza en la sombra, en lo que no se ve pero se siente, en el susurro del silencio que sólo los valientes saben escuchar.
Yo vengo de la oscuridad como quien viene de casa, con cicatrices que brillan como constelaciones olvidadas.
He aprendido a bailar con mis fantasmas, a reír en la ausencia, a sostener la mano del miedo sin dejar de caminar.
Y no puedo entregarte mi universo si tú solo buscas luz sin mirar de dónde viene, si confundes mi profundidad con tormenta, mi silencio con desinterés, mi noche con peligro.
Las estrellas no son para todos. Son para quienes se quedan cuando se apagan las farolas, para quienes no huyen del crujido del alma, para quienes saben que el amor también florece en penumbra.
Así que no, no le puedo dar estrellas a quien cierra las persianas cuando empiezo a brillar.

Me cansé de ofrecerme a medias.
De dar lo más íntimo de mí a quienes apenas se atreven a mirar por encima. De dejar las puertas abiertas a personas que solo asoman el cuerpo pero nunca el alma.
Lo entendí tarde, como casi todo lo importante: no le puedo dar estrellas a quienes le temen a la noche. Porque yo no soy sol de mediodía. Yo soy cielo profundo, soy tormenta y calma al mismo tiempo, soy la voz que canta bajito cuando todo duerme. Y quien me quiera, debe saber que mi brillo no viene de la luz… viene de haber sobrevivido a la oscuridad.
Él no lo entendió. Nunca quiso mirar más allá de lo fácil, de lo visible, de lo que no implicaba riesgo. Buscaba un amor de sol pleno, uno que no lo hiciera pensar, que no lo confrontara con su propia sombra.
Y yo... yo era todo lo contrario.
Yo tenía palabras que dolían antes de sanar, gestos que pedían paciencia, cicatrices que necesitaban ser leídas como un mapa de estrellas en un cielo nublado.
Pero él prefería cerrar los ojos. No puedo entregarle mis constelaciones a quien se esconde cada vez que cae la noche. A quien ve mi intensidad como amenaza y no como abrigo.
Las estrellas no son para todos. Son para quienes se atreven a quedarse cuando el mundo se calla, para quienes escuchan los latidos rotos y aún así deciden quedarse.
Y él no se quedó.
Ni siquiera lo intentó.
Hoy lo entiendo con más calma: no todos están listos para mirar hacia arriba y ver todo lo que una alma herida puede ofrecer.
No todos merecen el universo que llevamos dentro.

Inspiración:
No le puedo dar estrellas
a quienes le temen a
la oscuridad
-Elena Poe

No hay ruido más ensordecedor que el que deja alguien al irse.
Un eco que se estira en el tiempo, como si su ausencia siguiera caminando por la casa aunque ya no esté.
Hay noches en las que me despierto sin razón, con el pecho lleno de algo que no sé nombrar. No es tristeza exactamente, es más bien un vacío con forma de su voz. Una nostalgia que no me deja en paz aunque ya no haya nada que recordar.
He dejado de llorar por él. Eso ya no.
Pero hay momentos en que me quedo mirando el techo como si en él se proyectaran escenas que nunca viví. Fantasías.
Futuros que imaginé mientras él miraba hacia otro lado.
A veces me culpo por eso también.
Por haber soñado tanto. Por haber creído que el cariño silencioso era suficiente. Por haber esperado —como esperan las flores en invierno— una primavera que nunca llegaba.
Hay un tipo de dolor que no se ve, que no hace escándalo, pero te acompaña a todas partes. Va contigo al trabajo, te sigue al supermercado, te abraza en los semáforos. Y no dice nada. Solo se queda ahí, mirándote, recordándote que todavía falta. Falta sanar. Falta soltar. Falta volver a mirar el mundo sin que todo te lo recuerde.
Y mientras tanto, sobrevivo. Con café caliente y libros inacabados. Con amigos que preguntan pero a veces no entienden. Con música que ya no me rompe, solo me rasga un poco. He dejado de buscarlo en otros. Porque entendí que no era él lo que extrañaba, sino la idea de lo que creí que podría ser.
El espejismo.
El reflejo.
El sueño.
Y en ese entendimiento hay una tristeza diferente. No tan aguda. Más profunda. Como el mar en calma, que parece tranquilo,
pero guarda tormentas en su fondo. Mi corazón sigue roto. No de forma dramática. No con gritos ni súplicas. Está roto como una copa fina: con grietas casi invisibles,pero que nunca volverán a dejarla completa.
Y aún así,
a veces me sorprendo poniendo flores en ella.
Porque tal vez, aunque no se repare, todavía puede sostener belleza.

Inspiración:No le puedo dar estrellasa quienes le temen ala oscuridad -Elena Poe




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