Miércoles, 16 de abril
Hoy lo vi de nuevo.
Ni siquiera estaba buscando encontrarlo. Solo salí con mis audífonos, tratando de distraerme con la música, caminando por los pasillos del colegio como cualquier otro día. Pero ahí estaba él, riéndose con sus amigos cerca de los salones, con esa sonrisa que —aunque sé que no es para mí— logra que todo se me derrumbe y se reconstruya al mismo tiempo.
Él no me mira. O si lo hace, no me ve. No realmente. Soy solo otra cara entre muchas, otra sombra que se cruza en su camino de vez en cuando. Lo dijimos una vez en clase, hace meses. Sonrió. Me miró a los ojos por exactamente 3 segundos. Desde entonces, lo he repetido como una plegaria, una especie de mantra absurdo: me miró… me miró… me miró.
Sé que jamás me va a amar. Y aún así, lo amo con una devoción tan silenciosa que duele. Lo amo en sus risas, en su andar despreocupado, en cómo se revuelve el cabello cuando está distraído. Lo amo sin que él lo sepa, sin que nadie lo sepa. Es un amor sin testigos. Un amor que solo vive aquí, entre estas páginas y mi pecho apretado.
Hoy pasó junto a mí y dijo “perdón” cuando me rozó el brazo. Solo eso. Una palabra. Y yo, idiota, sonreí todo el camino a casa.
¿Cómo se sobrevive a amar a alguien que nunca te va a mirar como tú lo miras? ¿Cómo se mata una ilusión que respira contigo?
No tengo respuestas. Solo sé que lo seguiré amando, aunque duela. Aunque nunca sea mía. Aunque un día, probablemente, lo vea tomar la mano de otra chica, y yo tenga que fingir que no me importa.
Pero por hoy, me basta con ese “perdón”.
A.
Martes, 6 de mayo
Hoy fue uno de esos días en los que el amor duele más de lo normal.
Lo vi en la cafetería. Estaba con ella.
No sé su nombre, pero la he visto antes. Tiene el tipo de belleza que no necesita maquillaje ni filtros, la clase de sonrisa que parece no tener dudas. Ella le habló, él se rió, y por un momento quise gritar. No por celos —aunque sí, los sentí— sino por esta impotencia de estar siempre al margen, mirando una película en la que nunca voy a aparecer más que como una amiga.
Me senté lejos, como siempre. Fingí hablar con mis amigas, fingí comer. Fingí que no me importaba. Pero cada vez que levantaba la mirada, ahí estaban ellos, como si fueran parte de una historia escrita con tinta segura, mientras yo solo garabateo sentimientos en estas páginas.
¿Qué tiene ella que yo no tengo?
No es una pregunta justa, lo sé. Ella no tiene la culpa. Y tampoco él. Nadie me prometió nada. Nadie me debe nada. Pero eso no cambia el hecho de que duela.
Después de clases, pasé por el salón de arte para tomar mi clase. Estaba en silencio, tranquilo. Me senté, y sin pensarlo, dibujé su silueta. No su rostro, ni sus detalles… solo su figura de espaldas, caminando lejos. Como siempre. Como todo en esta historia: él adelante, y yo detrás.
A veces me pregunto si este amor es real, o si solo es una proyección, una idea que me inventé porque necesitaba sentir algo fuerte. Pero luego recuerdo su voz, sus gestos, y me doy cuenta de que sí. Es real. Aunque solo lo sea para mí.
Estoy cansada de este silencio que grita tanto.
Tal vez mañana todo duela menos. O tal vez no.
A
Viernes, 16 de Mayo
Hoy soñé con él.
No fue un sueño romántico. No me besaba. No me decía que me amaba.
Solo estábamos en una banca del parque frente al instituto, sentados, sin decir nada. Y sin embargo, en el sueño, él me miraba como si me viera de verdad. Como si supiera todo lo que siento. Como si, por una vez, yo no fuera invisible.
Y desperté llorando.
No de tristeza, no exactamente. Era más como si mi cuerpo supiera que eso jamás va a pasar. Que él nunca va a sentarse a verme como si yo importara. Fue como una pequeña muerte, esa clase de vacío que se te instala en el pecho y no se va.
Hoy no lo vi. Y eso, de alguna forma, dolió más que verlo con otra.
Porque cuando lo veo, aunque me duela, al menos tengo algo. Una imagen. Un instante. Una excusa para escribirte.
Pero hoy el pasillo se sintió más largo, las clases más lentas, y todo más... solo.
A veces pienso en confesarle lo que siento. No porque espere una respuesta, sino para liberarme. Como cuando llevas una piedra muy pesada en el bolsillo y te cansas de fingir que no está ahí. Pero luego me asusto. Porque ¿y si al decirlo se rompe todo? ¿Y si ya ni siquiera puedo mirar desde lejos sin sentir vergüenza? ¿Nuestra "amistad?
Este amor es una cárcel cómoda. Me aprieta, me duele, pero al mismo tiempo me protege de tener que enfrentar la realidad. De tener que dejarlo ir.
Pero no quiero dejarlo ir.
A veces, querer a alguien que no te quiere es una forma de no tener que mirarte a ti misma.
Y tal vez eso es lo que más me asusta: que él no me ame nunca, y yo no aprenda a amarme tampoco.
Mañana es sábado. No lo veré.
Y ya lo extraño.
A.
Lunes, 19 de Mayo
Faltan dos meses para que él se gradúe.
Sesenta días. Mil cuatrocientas cuarenta horas. Más o menos.
Y cuando pienso en eso, se me desarma el pecho.
Hoy, durante la asamblea general, él estaba en la fila de los últimos años. Camisa blanca, chaqueta del colegio, con ese aire de ya casi estar en otro lugar. Y es que eso es lo que más duele: él ya tiene un pie afuera, una vida esperándolo más allá de estas paredes. Y yo… yo ni siquiera soy un recuerdo permanente en la suya.
Todo el tiempo me repito que no debería sentir esto, que no tiene sentido amar así. Pero, ¿cómo le explico al corazón que lo que siente no tiene futuro? ¿Cómo le enseño a dejar de latir por alguien que ya casi no estará ni en el mismo edificio?
Durante el recreo, pasé por el patio y lo vi sentado bajo el árbol, el que da sombra justo frente a la cafetería. Él y sus amigos hablaban. Yo me quedé un segundo demasiado largo mirándolo. Él levantó la vista. Nuestras miradas se cruzaron.
Fue medio segundo. O menos. Pero para mí fue una eternidad.
Solo un cruce de ojos, como dos trenes que pasan por la misma vía y luego siguen su camino, sin tocarse.