El silencio que había seguido al rechazo de Elena aún pesaba sobre mí, denso, como una losa de plomo sobre mis hombros. Se había ido sin una palabra, sin una mirada. El vacío que se había instalado entre nosotros era casi tangible. Y, sin embargo, mientras desaparecía en la bruma de la mañana, una certeza me golpeó, fría pero ineludible: la guerra no había terminado.
Caminaba unos pasos delante de mí, su porte firme y decidido me recordaba un estandarte alzándose contra la tormenta. El cielo, todavía teñido por la luz gris del amanecer, envolvía la calle en un resplandor gélido, casi cruel. Las farolas, aún encendidas pese a la llegada del día, proyectaban sombras danzantes sobre los adoquines húmedos. Era una luz extraña. Ni noche ni día, como si el tiempo mismo dudara en avanzar.
El silencio solo era interrumpido por el sonido de sus tacones resonando en el pavimento y por mis propios pasos, que se apresuraban para acortar la distancia. Había en su andar una rigidez nueva, una especie de desafío que nunca antes había visto en ella. No solo intentaba evitarme, sino que quería mantenerme lejos, hacerme entender que no tenía lugar a su lado.
La alcancé en unas pocas zancadas, lo suficiente para que sintiera mi presencia, pero sin alterar su férrea determinación de ignorarme. Seguía adelante, absorta en la pantalla de su teléfono, como si el mundo a su alrededor no existiera. Y yo, como un espectro a su lado, la observaba, la estudiaba. Estaba tan cerca que casi podía percibir su fragancia —un leve aroma a jazmín, embriagador y familiar. Y, aun así, me parecía estar a kilómetros de distancia de ella.
Sabía que esta confrontación no podía esperar. Había dejado pasar demasiado tiempo, quizás con la esperanza de que fuera ella quien diera el primer paso. Pero esa mañana, todo se cristalizaba en una única certeza: si no hacía algo, la perdería para siempre.
No me miraba, pero podía sentir la irritación que hervía en ella a medida que percibía mi cercanía. Siguió caminando sin decir una palabra, pero vi cómo su mano apretaba con más fuerza la correa de su bolso. Sus hombros se tensaban levemente, como si cargara un peso invisible. Estaba enfadada, sí. Pero tal vez también… ¿herida?
No había planeado seguirla así, pero cada segundo de aquel silencio se había convertido en una batalla a la que no podía renunciar. Y yo caminaba a su lado, ajustando mi paso al suyo, aunque ella no me prestara la más mínima atención. Su silencio, más afilado que cualquier palabra, pesaba sobre mí, pero también me alimentaba. Había algo en esa tensión, una energía extraña y adictiva, que me empujaba a continuar.
Respiré hondo, preparándome para romper el silencio que se había instalado entre nosotros.
—¿Vas a seguir ignorándome por mucho tiempo?
Mi voz rompió el aire como una piedra golpeando el hielo. Casi de inmediato me arrepentí del tono provocador de mi pregunta, pero ya era tarde. Las palabras habían sido lanzadas.
—Una semana llevas actuando como si no existiera. Ni una respuesta, nada. Y esta mañana vengo hasta aquí para verte, y ni siquiera te dignas a saludarme.
No giró la cabeza hacia mí, pero vi un destello burlón asomar en sus labios.
—No quiero que vuelvas a huir.
Su tono era afilado, irónico, pero también impregnado de un dolor que intentaba ocultar. Aquella ironía me hirió como una cuchilla. Detrás de su sarcasmo, percibía una verdad más profunda: aún estaba sufriendo. Y tal vez, solo tal vez, esa era mi oportunidad, mi única manera de alcanzarla en ese terreno.
Sonreí, aunque algo en mi interior se contrajo dolorosamente.
—Una semana de silencio, Elena. Ni una palabra, ni una señal. ¿Te parece justo? A mí me parece que estás exagerando demasiado —insistí.
No respondió de inmediato. Siguió caminando como si mis palabras no tuvieran peso alguno. Pero algo en su paso había cambiado. Más lento, más… ¿dubitativo? Tal vez solo era una ilusión. Tal vez solo quería creerlo.
—¿Justo? —murmuró por fin. Casi se detuvo, pero continuó andando, con una sonrisa amarga en la comisura de los labios—. Fuiste tú quien me dejó plantada, ¿o quieres que te refresque la memoria sobre cómo te fuiste, como si nada hubiera pasado?
El cielo parecía oscurecerse ligeramente, como si el día dudara en imponerse por completo. Los faroles proyectaban sombras temblorosas sobre el empedrado, dibujando contornos difusos que danzaban alrededor de Elena. Ella avanzaba con firmeza, como una silueta esculpida en la luz fría. Yo la seguía, atrapado en la espesura del silencio.
Tomé aire, sintiendo que mi voz podía quebrarse.
—Tienes razón. Me lo merezco. Tal vez más de lo que crees. Pero si aceptas escucharme, te debo una explicación. Una de verdad.
Esta vez, se detuvo. Lentamente. Como si sus pasos se enredaran en una duda que no quería revelar. Se giró apenas, sus ojos ardiendo con una cólera helada que me hizo estremecer.
—¿Una verdadera explicación? —su voz cortó el aire como una hoja afilada, baja, pero vibrante con una intensidad casi insoportable—. Si realmente quisieras darla, habrías empezado por disculparte.
Sus palabras se estrellaron contra mí como una ola gélida, pero no retrocedí. Una réplica punzante ardía en mi garganta, un instinto defensivo: "¿Cómo podría disculparme si te niegas a escucharme?" Pero la contuve, forzándola a morir en el silencio.
—Por supuesto que quiero disculparme contigo, Elena. Sé que te hice daño. —Mi voz era suave, pero temblaba apenas, como si buscara equilibrio sobre un hilo delgado—. Pero quiero que entiendas por qué actué así. Que veas lo que me llevó a ello. Y después… te lo prometo, tendrás mis disculpas. Las más sinceras.
Apartó la mirada, pero vi un destello en sus ojos, fugaz, como una chispa que lucha contra la oscuridad. Luego, casi mecánicamente, reanudó su camino. Caminaba con esa gracia distante que me fascinaba tanto como me aterraba. Pero el aire a nuestro alrededor había cambiado. Se había vuelto más denso. Más pesado. Tal vez por el peso de su silencio, o del mío, o de esa ira latente que flotaba en el espacio entre nosotros.
#9975 en Novela romántica
#5378 en Otros
#1569 en Relatos cortos
primer amor love romance amor mariposas, aventura amorosa, dolor amor yalegria
Editado: 06.04.2025