" En la penumbra, los susurros nocturnos desvelan secretos que la luz jamás alcanzará"
—Párrafo subrayado en un libro de la biblioteca del Monasterio de Saint-Ravelle.
Incluso el viento que mece las ramas desnudas parece volverse hostil. Las tumbas, más siniestras. El azul, más tétrico.
La escena que parecía haberse iluminado con su presencia se ha tornado repentinamente amenazante.
—¿Fuiste tú quien encontró su cuerpo, verdad? —su voz desentona ahora con la tensión del ambiente. Tanto que casi no noto que me tutea, lo cual me provoca un cosquilleo indeseado.
Silenciosa, comienzo a dar pasos hacia atrás.
—¿Cómo podría saber quién soy?
—Por el perfume de azucenas bañadas en rocío que te rodea.
La curiosidad detiene mi retirada, o quizás, tristemente, no deseo alejarme de él.
—¿Acaso alguien en el pueblo le habló de mi olor?
Niega ligeramente con la cabeza.
—Mi tío describió varias veces el aroma que dejaban tus visitas nocturnas a la iglesia.
Eso me sorprende. El párroco siempre me rehuía, incluso más que el resto del pueblo, como si tuviera la peste. A veces juraría que el odio brillaba en sus ojos.
—¿Y qué más le describió sobre mí?
—Lo suficiente para despertar mi interés.
Su respuesta me envuelve en un calor inusual, una mezcla de asombro y deleite, que supera la alarma que aún resuena en algún rincón de mi interior. Que alguien se interese en mí —de manera no negativa— es una novedad embriagadora.
Podría ser el destino.
Uno trágico, digno de Shakespeare.
Una sonrisa se dibuja en mis labios. Doy un paso más cerca de mi enigmático héroe, atraída por un imán invisible, para hacerle una peligrosa propuesta:
—¿Por qué no viene a cenar a mi casa? Le contaré todo lo que sé.
🕯️
No intercambiamos palabra durante el camino a la mansión.
Mientras las hojas crujen bajo nuestros pies, no aparto mis ojos de él, maravillada tanto por su existencia a color como por la serenidad con la que camina a ciegas por el bosque. Incluso el gesto más sutil suyo me atrapa; aún no comprendo que sea real.
—¿Vives sola? —pregunta cuando la puerta de roble se cierra, dejando tras de sí un eco que se disuelve en el silencio expectante del vestíbulo.
Esbozo una sonrisa irónica, más para mí que para él.
—¿Eso no se lo dijo el párroco?
—Me comentó que eres huérfana, pero pensé que podrías tener algún sirviente.
—Hay un jardinero que viene dos veces a la semana y su hija, que me trae la compra, pero en general estoy sola.
Sintiéndome más entusiasmada de lo habitual por la cena, lo guío hasta el comedor.
—Traeré la comida, siéntese.
Intentando ser una anfitriona considerada, le dejo escoger en qué silla sentarse, a pesar de mi manía de ocupar siempre el mismo lugar. Pero al regresar con el chariot, lo descubro en el asiento frente al mío. Disfruto la evidencia de nuestra conexión silenciosa.
Al colocar los platos sobre la mesa, me pregunto qué pensaría si pudiera ver que toda la comida sobre ellos brilla en escarlata, fiel reflejo de mi mundo secreto.
—Espero que la cena le agrade.
—No te preocupes, no soy suspicaz con la comida.
—¿Pero con lo demás sí?
Sentarme frente a él es una experiencia curiosa, porque, aunque no me ve, me siento observada. Hay algo en su presencia que me atraviesa, invisible pero innegable.
—Digamos que no soy naturalmente confiado —responde mientras se sirve con movimientos elegantes puré de remolacha.
Clavo suavemente el cuchillo en el salmón al horno con salsa de pimientos rojos, pensando que este puede ser mi momento para ganarme su confianza.
—No debería fiarse de nada de lo que oiga en el pueblo. La gente aquí es muy religiosa y cualquier cosa que haga alguien la exageran hasta el punto de pronosticarle el infierno.
Lysander da un sorbo al vino; sus gestos refinados siguen capturando mi atención.
—Lo sé, vivía aquí cuando era niño.
Me cuesta asimilarlo. Alguien como él no pertenece a este monótono y anticuado pueblo perdido en los Pirineos.
—¿Con su tío?
Él asiente levemente. No sé si le incomoda hablar de sí mismo, pero mi curiosidad es imposible de contener.
—Mis padres murieron cuando era muy joven y me convertí en novicio cuando mi tío todavía era vicario parroquial.
Trato de imaginarlo como un niño vestido con un hábito, es una imagen bastante adorable. Una que realmente podría haber visto.
—¿Entonces también hizo el rito?
El aire en el salón parece enfriarse de repente, o tal vez es solo el cambio en la atmósfera a su alrededor.
—Sí —contesta llanamente.
Doy algunos bocados en silencio, dándome tiempo para meditar lo que debo decir. ¿Cuánta información debería revelarle? ¿Se irá apenas escuche lo que considere suficiente para cumplir su propósito?
Su presencia en mi casa es como recibir el calor de una estrella tras una noche eterna. No quiero que desaparezca, pero tampoco puedo retenerlo sin ofrecer nada.
—¿Le habló su tío sobre lo que ocurrió después del último rito?
—¿Te refieres a Evangeline? —La forma suave en que pronuncia su nombre me causa un pinchazo de celos.
Asiento, con algo de desencanto.
—El ahogamiento de Evangeline fue un impacto para todo el pueblo, pero más para su tío. Muchos creen que él la mató especialmente después del lugar que eligió para terminar con su vida . Aunque no es algo de lo que se atreverían a hablar abiertamente.
—No fue él —lo dice con tal certeza que es difícil rebatir sus palabras, incluso si la evidencia lo contradice.
—Ya se lo dije. A este pueblo le encanta asignar pecados a sus habitantes.
La frase parece quedar suspendida en el aire mientras bebemos de nuestras respectivas copas.
Terminamos la cena en un apacible silencio. A pesar de haber venido en busca de información, Lysander parece dispuesto a dejarme decidir si hablo o no, sin presionarme por respuestas.
#153 en Terror 
#229 en Paranormal 
#90 en Mística 
suspense y thriller psicológico, romance gótico y juvenil adulto, misterio y fantasía sobrenatural
Editado: 30.10.2025