Donde el azul sangró carmesí

Si escuches esto, huye

"El alma celosa es un eco en un palacio vacío, que solo escucha el sonido de la posible pérdida"

—Reflexión que tuvo que escribir cien veces un novicio del Monasterio de Saint-Ravelle.

Volvemos al coche en silencio, como si una sola palabra pudiera despertar lo que Lysander acababa de silenciar.

Tras dejarme frente al portón de hierro de la mansión con una breve despedida —y un acuerdo para vernos la noche siguiente—, desaparece en la bruma añil.

La luz demasiado brillante del amanecer ya empieza a clarear cuando desciendo los escalones hacia mi guarida.

Sentada en el sillón de terciopelo rojo, reviso mi botín: el diario del párroco, los papeles de su escritorio y la foto de Lysander de niño.

Dejo la foto a un lado, sin sentirme culpable de haberla robado, y extiendo el libro sobre la mesa del escritorio.

Vierto, delicadamente, sobre las páginas unas gotas de un frasco de anilina borgoña y observo cómo el líquido rojo se desliza como sangre sobre la superficie, empapando las fibras del papel.

Al principio solo es un borrón oscuro. Pero poco a poco, las líneas comienzan a surgir, nítidas, como si las letras hubieran estado esperando bajo el velo azul del mundo.

Sonrío mientras el olor a tinta y a hierro me llena los pulmones. Todo secreto sangra, si sabes cómo hacerlo.

He aprendido a usarlo a mi favor. Para los demás, el diario está ahora perdido; completamente ilegible. No es como si alguien más tuviera interés por leerlo, de cualquier manera.

El diario comienza de manera normal. Demasiado normal, como si el párroco se esforzara por aferrarse a la cotidianidad.

Hasta que empiezan los desvaríos.

1 de Octubre

Han vuelto. Las pesadillas, los gritos, el dolor... el olor a hierro y a flor marchita.

3 de Octubre

He rezado. He rogado. Pero ya no estoy seguro de si provienen del infierno. Quizás no sean un castigo, sino un recordatorio.

4 de Octubre

NO DEBO OLVIDAR MIS PECADOS

Es exactamente lo que uno esperaría del diario de un hombre consumido por una culpa tan profunda que lo arrastró a la muerte.

Pero justo en la última página, fechada el día anterior a su suicido, encuentro algo que llama mi atención.

7 de Octubre

Fue mi culpa, Señor, lo sé. No quise escucharla. Esa dulce niña vino a confesarse y no pude darle absolución ni consuelo. Recuerdo sus lágrimas cayendo sobre la madera, dejando una marca oscura como si la iglesia las absorbiera. Esa noche la oí cantar. La última vez que tuve paz. Debí saberlo. Si la música vuelve a sonar, la puerta se abrirá y los que esperan no sabrán distinguir entre vivos y muertos. Le fallé a Lysander. Le fallé a Evangeline. Te fallé.

Me reclino en el respaldo con la mirada aún fija en el diario, reflexionando sobre las misteriosas palabras que acabo de leer.

Aparte de haber sido novicios en la misma iglesia aunque en años distintos, ¿qué más tenían en común Lysander y Evangeline?

¿Se conocieron acaso?

En medio de mi inquietud, me doy cuenta de dos cosas.

La primera: la última página ha sido arrancada.

La segunda: no hay ni una sola mención en el diario sobre mí.

🕯️

El sonido de los cascos golpeando los adoquines impone un silencio más espeso que la niebla.

Ignorando las miradas recelosas, tiro de las riendas de Coquette y desmonto con fluidez en cuanto se detiene.

Una figura pequeña se me acerca con evidente desgana y extiende la mano temblorosa con la cabeza gacha. Es extremadamente cuidadoso de no rozarme al recibir las riendas de la yegua.

Su gesto de persignarse en cuanto se aleja hacia las caballerizas me hace poner los ojos en blanco.

Los habitantes de Fauclerc que pasean por las calles me observan con el mismo recelo de siempre. Aunque esta vez, quizá, no sea solo por mi mera existencia... sino por el lugar al que he venido.

La pensión de madame Séraphine.

En cuanto abro la puerta, una densa columna de humo mezclada con risas estridentes me golpea de lleno.

Avanzo entre el bullicio, ignorando las irrelevantes figuras borrosas consumidas por el azul, buscando la única presencia que importa.

Y tras unos pasos... ahí está.

Vestido con su habitual aire de misterio y cuero, el cabello suelto, los ojos vendados que no le impiden sentir el mundo.

De carne y hueso en un mundo hecho de sombras.

Me acerco a él, pero justo cuando estoy a punto de alcanzarlo, una mano se posa en su hombro y me roba su atención.

No puedo distinguirla con claridad, pero en mi interior lo sé. Madame Séraphine. He oído lo suficiente de ella para poder imaginar el tipo de mujer que es... y la facilidad con que los hombres caen rendidos a sus encantos. Por la familiaridad con que se inclina casi sobre él y el aire íntimo que los envuelve, no resulta difícil deducir el tipo de relación que comparten.

Un extraño sentimiento se retuerce dentro de mí— uno que jamás había sentido— y que me impulsa a hacer algo tan diabólico como todos creen que soy.

Confundida, alterada por el tumulto que hierve en mi pecho, le doy la espalda a esa escena perturbadora y me dirijo hacia la puerta antes de hacer algo de que probablemente no me arrepienta.

—Noirelle.

Me detengo al instante, como si hubiera chocado contra un muro invisible.

Su voz, pronunciando mi nombre por primera vez, tiene un efecto más devastador que ese sentimiento retorcido.

Permanezco inmóvil mientras lo siento deslizarse hasta quedar justo a mi espalda. Su cercanía provocándome un escalofrío distinto a cualquier otro.

—¿Dónde vas? —pregunta, tan cerca que juro sentir su aliento acariciando el cabello que cubre mi oreja.




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