"Los pensamientos son mariposas que revolotean en el jardín de la mente, y a veces la más bella tiene alas de pesadilla"
—Susurrado en un salón del Monasterio de Saint-Ravelle.
Coquette relincha inquieta. Lysander y yo nos acercamos al callejón.
Primero percibo el olor a sangre y sudor.
Después, unos jadeos roncos.
Por último, la forma de un hombre tendido en un charco rojo.
—Es un hombre herido —informo a Lysander, aunque estoy segura de que, a su manera, ya lo sabe.
Mientras él se acerca al desconocido, yo barro con la mirada todo el callejón, tratando de descubrir qué lo atacó.
Pero no hay absolutamente nada que indique que había alguien—o algo— más.
—Hay que llevarlo al hospital —dice Lysander, agachándose para levantar al hombre herido.
—¡NO! —grita de pronto, tratando de soltarse a pesar de su debilidad.
—Tranquilízate —ordena Lysander, sujetándolo con firmeza mientras el desconocido no deja de gritar la palabra no—. Si no vamos al hospital, te desangrarás.
—Eso es lo que quería —intervengo acercándome—. Vino a este callejón oscuro a terminar lo que empezó, ¿verdad?
Me inclino y recojo el cuchillo tirado junto al contenedor. El filo, teñido de brillante rojo, me provoca una sensación extraña, casi deliciosa.
—Él mismo se lo clavó en las entrañas. Parece que el párroco ha sentado un precedente, ¿eh?
En cuanto termino de hablar, me doy cuenta de que tal vez me he dejado llevar. No todo el mundo aprecia mi humor oscuro.
Estoy planteándome si Lysander lo hace cuando el hombre se vuelve loco y, sacando fuerzas de su locura, se suelta de su agarre y se lanza hacia mí... o más bien hacia el cuchillo.
El metal enrojecido gira en el aire con un silbido agudo que corta la niebla añil.
—¡DEMONIO, PÚDRETE EN EL INFIERNO!
Justo cuando la hoja encuentra mi carne, el hombre es bruscamente empujado contra la pared y se desploma en el suelo.
Lysander reacciona más rápido que yo; saca un pañuelo de su gabardina y lo presiona sobre la herida en mi hombro. Su toque quema más que la herida.
—Estoy bien —coloco mi mano en lugar de la suya para sujetar el pañuelo—. Es una herida superficial.
Sin decir una palabra, Lysander se inclina y me alza en sus brazos. En un par de zancadas estamos otra vez en el establo.
—¿Qué pasa con él? —pregunto cuando me deja sobre Coquette.
—Espera aquí.
Tras decir eso, desaparece unos instantes.
—He avisado a alguien para que vaya a ayudarlo —explica al regresar. Luego recoge su maleta y la engancha con facilidad en la silla de Coquette.
Me preparo mentalmente para el impacto cuando se sienta detrás de mí, pero aun así no puedo evitar dejar escapar un suspiro. No puedo recordar haber estado tan cerca de alguien antes.
Esto no es un abrazo, pero con mi espalda pegada a su pecho y sus brazos rodeándome para coger las riendas, es lo más parecido a ser abrazada que he sentido nunca.
Tal vez esa bruja tenga razón: cálido y acogedor. Y sí... se siente mejor.
Mucho mejor que el frío que reina en mi mansión.
Durante el trayecto a la mansión, me limito a disfrutar de esa nueva sensación de cercanía. Lysander, por su parte, parece perdido en sus pensamientos.
Lo espero sentada en el sofá granate de la sala mientras él busca el botiquín.
Hay bastante sangre cuando retiro el pañuelo, pero a pesar del escozor, sé que no es grave.
—Es probable que necesites un par de puntos —dice Lysander al sentarse a mi lado.
Extiendo la mano hacia la aguja, pero una vez más él se me adelanta.
—¿Vas a cocerme tú? —pregunto con un bufido de risa.
—Tengo conocimientos médicos —responde, la viva imagen de la serenidad—. Y no se necesita ver con los ojos para cocer.
¿Seguro?
Sin ganas de discutir, bajo la manga del vestido dejando mi hombro desnudo. Justo a un palmo por encima de mi pecho, donde las gotas de sangre se deslizan, está la herida.
Lysander se quita los guantes, dejándome ver por primera vez sus manos. Elegantes y precisas limpian mi herida con la misma presteza con la que tocan el piano.
Doy un respingo en cuanto su piel roza la mía; es una sensación desconcertante, como si una corriente eléctrica pasara de su cuerpo al mío.
Incluso el aire tétrico a mi alrededor parece distinto, aunque sigue siendo igual de opresivo.
Demasiado rápido, demasiado experto, Lysander cose mi herida con solo dos puntadas y la venda con la misma suavidad.
—¿Hace cuánto tiempo que vives aquí sola? —pregunta, sorprendiéndome una vez más con su genuino interés.
—Justo este mes hará cinco años desde que me mudé a Fauclerc.
—¿Estabas aquí cuando ocurrió lo de Evangeline?
Suspiro, cansada de que todas nuestras conversaciones orbiten en torno a una chica muerta.
—No. Me enteré de lo que le pasó después de llegar aquí.
—¿Dónde vivías antes?
—En un orfanato, hasta que un familiar lejano descubrió que era la posible heredera de una mansión que venía con una renta mensual y me adoptó. Solo para llegar aquí y descubrir que la mansión llevaba décadas abandonada tras la Gran Guerra y que el dinero apenas daba para sobrevivir. Un día se fue y no volvió.
—¿Has estado aquí sola desde los catorce años? ¿Y nadie en el pueblo te ofreció ayuda?
Sonrío con ironía.
—Eres lo bastante perceptivo para haberte dado cuenta de cómo me tratan. Y ha sido así desde el principio.
—¿Por qué?
Estoy a punto de bromear sobre haber matado a alguien, pero me contengo. Es la primera persona dispuesta a hablar conmigo y conocerme.
—Hay varias razones. Les parezco rara y espeluznante. Mi cabello está teñido de rojo, mi maquillaje, mi ropa... todo es rojo. Incluso lo que como es rojo. Vivo sola en una mansión que está fuera del pueblo. Solo salgo de noche. Por no hablar de que el párroco siempre actuaba como si tratar conmigo fuera igual que hacerlo con el anticristo.
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suspense y thriller psicológico, romance gótico y juvenil adulto, misterio y fantasía sobrenatural
Editado: 30.10.2025