"El tiempo, un ladrón incansable, nos arrebata momentos y deja tras de sí el velo de la nostalgia"
—Epígrafe de una tumba del Monasterio de Saint-Ravelle.
La noche siguiente nos preparamos para un exorcismo.
Cuando nos bajamos del coche frente a la iglesia, lo único que nos recibe es el frío y el silencio.
—Esperaba algo más.
—¿Qué esperabas? —pregunta Lysander—. ¿A todo el pueblo al pie de la puerta con antorchas en las manos?
—Esa imagen cruzó por mi mente —reconozco.
Lysander sonríe, y estoy a punto de hacerlo también cuando algo pasa rozando mi hombro y me pone la piel de gallina.
Suspiro. Nunca me darán tregua.
Perceptivo como siempre, inclina la cabeza hacia mí. Ese gesto —tan natural en él, tan incongruente en un ciego— me sigue resultando fascinante.
—¿Qué ocurre?
Abro la boca sin estar segura de qué decir, pero un alarido corta la quietud de la noche.
Un alarido familiar.
—El fraile —decimos a la vez.
Apuramos el paso hacia el origen del sonido, que nos guía a una bóveda subterránea.
Los gritos se vuelven más seguidos mientras descendemos por la escalera.
—¿Qué crees que le estén haciendo? —pregunto, más curiosa que preocupada.
Cuando Lysander responde, lo hace con un tono tenso, casi contenido:
—Nada bueno.
Avanzamos por el pasillo de piedra húmeda, con nuestros pasos resonando con un eco sombrío. El olor a cera y a incienso se hace cada vez más intenso.
Al final del corredor hay una puerta entreabierta. Un murmullo grave se filtra desde el otro lado y llena mis oídos.
Lysander empuja la puerta sin dudar. Nos adentramos en la habitación bañada por la vacilante luz de las velas colocadas sobre estantes y altares improvisados. Un crucifijo domina la pared, proyectando su sombra gigantesca sobre la figura del hombre que se retuerce en la camilla del centro de la estancia. A su lado, otra figura encapuchada lo rocía con lo que asumo es agua bendita mientras sus labios recitan palabras en un latín antiguo y solemne.
Hasta este punto, parece un exorcismo común y corriente. El problema es lo que está sobre el pobre hombre.
Y esta vez sí siento verdadera lástima por él.
Está siendo acosado por algo que cualquiera consideraría el demonio.
Los espectros se arquean y danzan sobre su cuerpo, un ballet macabro de placer y júbilo mientras se dan un festín con la agonía del fraile. Sus etéreas formas retorcidas son capaces de helar la sangre.
Entendiendo demasiado bien su dolor, comprendo por fin su desesperación por huir.
 Una vez que te eligen, nunca te librarás de su sombra.
—Tal vez deberíamos irnos —susurro, temiendo atraer su atención hacia mí—. No encontraremos nada útil aquí... y no podemos hacer nada por él.
Realmente no podemos. Lo más piadoso sería matarlo y enviarlo al único sitio donde no lo seguirán.
—¿Qué crees que le pasa? —pregunta Lysander, sin moverse.
—Probablemente esté loco o enfermo —respondo con un suspiro, esperando que no tenga complejo de salvador. Una cosa es ayudar a su tío y otra distinta hacerse cargo de todas las causas nobles.
—A mí me parece que está sufriendo —dice. En su voz hay un matiz que no logro descifrar.
—Será mejor que nos vayamos —insisto, dando un paso hacia la puerta.
Aun así, él sigue inmóvil, hipnotizado por la escena. Pero ¿qué hay de fascinante en una imagen que ni siquiera puede ver?
—Lysander —su nombre me sale como una súplica—. Vámonos.
Pero es demasiado tarde.
Una sombra negra repta por el azul y se lanza hacia mí. El dolor de su agarre me hace tambalear.
Otra sombra la sigue, y el tormento se multiplica hasta arrancarme un quejido.
Están sobrealimentados. Más poderosos. Más ávidos.
Tal vez hoy sean necesarios dos exorcismos.
—¿Noirelle?
La voz de Lysander me saca momentáneamente del dolor. Como siempre, una luz iluminando mi oscuridad.
—Vete —pronuncio con dificultad.
Lysander es especial. A los espectros les gustará. No puedo permitir que lo conviertan en uno de sus objetivos.
Como si se tomaran mis pensamientos como un reto, uno ruge como el viento en mi oído y presiona mi cabeza hasta que siento que va a explotar.
Mi visión se emborrona hasta que ni siquiera puedo ver el azul, mucho menos saber dónde está Lysander o si los espectros también fueron a por él.
Esa preocupación me ayuda a luchar por la consciencia y trato de idear una manera de librarme de ellos.
Pero es difícil pensar cuando cada parte de tu cuerpo parece estar siendo llevada al límite del dolor.
Estoy al borde de la muerte o el desmayo cuando vuelvo a escucharlo. Igual de mágico, igual de liberador.
El sonido del piano me atraviesa como un rayo de luz.
Y entonces son los espectros los que lloran de dolor.
Liberándome, empiezan a retorcerse sobre sí mismos, como si trataran de escapar de la música. No solo los que me atacaron a mí, también los que estaban sobre el fraile.
Atónita, observo cómo los torturadores que he soportado durante años son ahora los torturados.
Y luego se desintegran en la nada.
Tardo tres segundos en reaccionar. Ignorando al hombre en la mesa y al encapuchado que no se ha enterado de nada, agarro la parte baja de mi vestido y corro hacia donde lo vi la última vez.
El mismo sótano. El mismo piano.
Me detengo justo detrás de él.
—Lysander... —mi respiración sale en jadeos—. ¿Quién demonios eres?
La última y devastadora nota todavía flota en el aire cuando se levanta y se gira en mi dirección.
—¿A qué te refieres?
—No te hagas el tonto. Los espectros... no fue casualidad que me soltaran esa vez. Tú también los percibes y eres capaz de eliminarlos con solo tocar el piano. ¿Cómo una persona normal podría hacer eso?
—No soy una persona normal —confirma con tranquilidad—. Pero tú tampoco, ¿no?
#153 en Terror 
#229 en Paranormal 
#90 en Mística 
suspense y thriller psicológico, romance gótico y juvenil adulto, misterio y fantasía sobrenatural
Editado: 30.10.2025