Donde empieza el invierno

PROLOGO

"La fina línea de la vida"

Habitación 207 del hospital 12 de Octubre de Madrid.

El café estaba frío. No porque llevara mucho en mis manos, sino porque no importaba. El tiempo había empezado a detenerse desde que entramos en este hospital hace ya unas semanas. Cada minuto se alargaba como si no quisiera llegar a ninguna parte.

Me alejé solo unos segundos. El pasillo olía a desinfectante y a rendición. Dije que volvería enseguida.
Ella sonrió. No con la boca, sino con los ojos.

—Después tienes que poner la tele. Esta noche hacen mi vida con trescientos kilos y quiero verlo —confesó con un efímero hilo de voz.

Yo asentí. Cada cosa que le diese era oro para mí.

Fue al volver cuando lo escuché. Ese sonido. Esa melodía plana y continua que en un hospital no significa nada bueno. El pitido.

Primero pensé que era otra habitación. Que no podía ser. Que no tenía por qué ser. Pero empecé a correr. Los cafés temblaron en mis manos. Uno cayó al suelo, salpicando la pared. No me detuve.

La puerta de la 207 estaba entreabierta. El monitor mostraba una línea recta cuando entré. Una línea, nada más. Un sonido que se quedaría dentro de mi cabeza para siempre. Ella estaba allí, inmóvil. Con la cabeza girada hacia la ventana, como si aún mirara el mundo una última vez.

—¡No! —quise decir. Pero no sé si mi voz salió.

Sentí que alguien me empujaba suavemente hacia atrás. Sinceramente, no recuerdo si fue suave o como quien intenta mover una piedra enorme en mitad del camino. Pero noté cómo, sin ser consciente de mis actos, alguien consiguió por unos segundos sacarme de mi colapso. Era el doctor.

—Por favor, espere fuera.

No discutí, no podía. Me quedé apoyado en la pared del pasillo, viendo cómo dos enfermeras entraban sin decir palabra.

El pitido seguía ahí, como una herida que no se cierra. Pasaron tres minutos, o treinta, o tres vidas que sabía yo. Y entonces el doctor salió. Su bata blanca parecía más gris. Me miró como se mira cuando ya no hay nada que decir.

—Lo siento.

Y eso fue todo. Me quedé solo frente a la puerta, frente a ese número, frente a la certeza de que ya no estaba. No lloré, aún no lo había llegado a asimilar. Solo apoyé la frente en la pared y cerré los ojos. Y en mi mente, su voz todavía decía:
"Enseguida vuelves, ¿sí?"

Después de eso, solo me arrepiento de no haberme quedado unos segundos más a su lado...

Para que se hubiese ido tocando mi piel. Creo que en el fondo. Eso me perseguirá toda mi vida.



#5849 en Novela romántica
#613 en Joven Adulto

En el texto hay: viaje, romance, drama

Editado: 07.12.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.