“Allá vamos”
Gabriel
No soy de los que hablan demasiado. Nunca lo he sido. Prefiero observar, medir cada gesto antes de hacerlo, dejar que el silencio me cubra como una man- ta. Hoy no es diferente… aunque sé que, después de hoy, las cosas ya no serán iguales. Este viaje no es un capricho, tampoco una simple escapada. Es algo que… debo hacer.
Extiendo la maleta sobre la cama. Todo está planifi- cado: ropa doblada con precisión milimétrica, los obje- tos más pesados en el fondo, los frágiles arriba. Coloco junto a la cremallera una pequeña caja de madera, ce- rrada con un lazo. No la abriré. Al lado, una fotografía algo gastada y un paquete envuelto en tela. Lo acomo- do todo como si cada pieza fuera parte de un rompecabezas que solo yo conozco.
El teléfono vibra: el vendedor del coche me espera. Bajo con la maleta más pequeña y la dejo junto a la puerta, lista para el momento de cargarla.
El lugar de encuentro es un taller pequeño, con el suelo manchado de aceite y olor a gasolina rancia. El coche está ahí, esperando. El vendedor, un hombre de mediana edad con manos ennegrecidas por el trabajo, me sonríe.
—Está perfectamente —dice, dándole una palmada al capó.
No me fío. Abro la puerta, me inclino y aspiro el aire del interior. Huele a cuero viejo y a algo más… a viajes anteriores, a carreteras olvidadas. Paso la mano por el volante, lo giro un poco, escucho el motor.
—¿Hasta dónde piensa llevarlo? —pregunta, curioso.
—Hasta el norte —respondo sin más.
—¿Del país? Asturias, Bilbao, Vizcaya, todos esos sitios son preciosos. Y seguro que allí no se calienta tanto como aquí.
—Del continente —no dejo terminar la frase.
Me aburre tanto que hable en exceso sin llegar a conocerme.
Silba, como si le hubiera dicho una locura.
—Suerte con eso. Y que no se le congele el alma.
Dudo. Miro el coche, el maletero, la carretera que em- pieza justo más allá del taller. ¿Servirá para llegar tan lejos? ¿Serviré yo? Tras unos segundos, extiendo la mano. Cerramos el trato. Llaves por dinero.
De vuelta en casa, abro los tarros donde he guardado billetes durante meses. Cada uno tiene su escondite: detrás de libros, en la alacena, dentro de una vieja caja de galletas. Cargo las maletas con cuidado casi como si fuera un ritual. Antes de cerrar la puerta, miro a mi alrededor. No sé si volveré.
Me siento al volante. El motor responde con un rugido grave. Respiro hondo.
—Allá vamos —murmuro.
No sé si el coche aguantará todo el camino… o si yo lo haré.
Esa misma tarde quedo con mi único amigo. Se llama Álex. Es guardia civil. Trabaja en Melilla en las fronteras pero ahora está de vacaciones y ha querido quedar conmigo para despedirse.
Quedamos en un pequeño bar de la zona. Es pequeño, hay varias mesas de madera y huele a tortilla de patata por todo el lugar. Me siento enfrente suyo y nos pegamos a la ventana para que entre algo de luz porque este lugar esta bastante oscuro. Tengo que aprovechar en comer algo decente porque cuando salga dudo mucho que pueda comer algo similar.
—¿Qué tal Saúl? —Le pregunto por su otro amigo.
—Ya te puedes imaginar. Allí en Melilla con sus cosas. Creo que está conociendo a una chica.
—Me alegro por él.
Pero Álex no deja de mirarme con esa sonrisa socarrona mientras saca su móvil.
—Vale, muéstrame la foto de la chica. Venga, que ya me tienes intrigado —dice, inclinándose hacia mí.
Abro la app de BlaBlaCar y se la paso. Por dentro noto cómo me tenso un poco. No me gusta que nadie vea detalles de mis planes antes de tiempo. Álex observa el móvil y se queda un segundo callado. Luego suelta una carcajada.
—¡Joder, Gabriel! Es… muy guapa. No me digas que vas a viajar con esta chica sin hablarle antes.
Hago un gesto con la mano, intentando restarle im- portancia.
—No, todavía no. Seguro que en el viaje hablaremos. No es fácil, Álex… pero confío en que saldrá bien.
—Complicado, dice… Anda, hombre. No es para tanto. A ver, cuéntame, ¿cómo la conociste? ¿O solo es un viaje de BlaBlaCar? —me sigue pinchando, y no puedo evitar que me saque una sonrisa.
—Es solo el viaje. No la conozco. Pero necesitaba alguien para el trayecto. Y el tiempo apremia —respon- do, tratando de no pensar demasiado en la chica.
Él arquea una ceja, divertido, y se lleva un trozo de tortilla a la boca.
—Te entiendo. Aunque te advierto… con esa cara al volante, mejor que conduzcas con cuidado. Podría romper tu concentración.
Me río por dentro. Lo dice como si yo no tuviera el control absoluto del volante y del coche. Pero sé que Álex disfruta picándome.
—Madre mía, te estas comiendo todo —dice Alex mientras me observa que no estoy dejando ni las migajas en el plato.
—Aprovecho mientras estamos aquí, Álex. Cuando salgamos de este pueblo no creo que vuelva a comer algo así en días —le digo, cortando un último trozo de tortilla cuidadosamente porque lo que queda es para él.