Donde empieza la lluvia

Prólogo

Él es tranquilo, observador y tiene una sonrisa que aparece primero en los ojos antes de llegar a los labios. No es de hablar mucho, pero cuando lo hace, sus palabras tienen peso y ternura. Tiene una mirada que se detiene en los detalles que otros no ven, y desde el primer momento que la vio, notó su forma de reír como si guardara luz en ella.

Se enamoró de ella una tarde inesperada, en un lugar sencillo pero con algo mágico, bajo la lluvia, cuando ambos corrían a cubrirse. No fue un flechazo estruendoso, sino una chispa suave, como cuando dos melodías distintas se armonizan sin esfuerzo. Desde ese instante, comenzó a verla en todos los lugares donde había belleza sutil. Y no pudo dejar de buscarla.

#1

Amor,

No sé si alguna vez encontraré palabras lo suficientemente exactas para decirte lo que siento cuando te miro. Pero hoy, mientras dormías con el cabello enredado entre las sábanas y ese gesto de paz en tu rostro, lo intenté. Así que aquí va mi intento torpe, pero sincero.

Desde que entraste en mi vida, el mundo cambió de ritmo. Los días ya no solo pasan, ahora los vivo. La lluvia ya no me da frío, me recuerda a ti. Y el silencio, que antes era vacío, ahora me habla de ti.

No sé en qué momento supe que eras tú. Quizás fue en ese instante fugaz en que nuestras miradas se cruzaron, o tal vez cuando descubrí que nuestras heridas tenían formas parecidas. Pero sí sé que desde entonces no he querido mirar hacia otro lado. Tú no me completas: me acompañas. Me das espacio para ser, sin pedir que deje de soñar o de caer.

Eres luz. No de esas que encandilan, sino de las que arropan. Me enseñas que el amor no siempre es fuego que arde, a veces es brasa que abraza. Que querer no es poseer, sino elegir. Y yo te elijo. Cada día. En lo pequeño, en lo incierto, en lo cotidiano.

Gracias por tu risa que me salva. Por tus manías que se vuelven parte de mi rutina. Por tus miedos, que no me alejan, sino que me acercan más.

Si el mundo se detuviera ahora mismo, no me importaría, porque lo único que necesito es lo que ya tengo: a ti.

Tuyo. Siempre.

—Él.

#2

Mi amor,

Leí tu carta una, dos, tres veces... y aún no sé si mi corazón late más por tus palabras o por lo que provocan en mí. Me cuesta responder sin que se me humedezcan los ojos, no de tristeza, sino de esa ternura abrumadora que solo tú sabes despertar.

A veces me pregunto cómo es posible que existas. Que alguien mire mis grietas y no quiera taparlas, sino conocerlas. Que alguien no se asuste de mis dudas, ni me pida ser más fuerte de lo que soy. Que alguien me tome de la mano con tanta certeza, aun cuando yo misma tiemble.

Nunca pensé que el amor pudiera sentirse así: tan sereno, tan libre, tan profundamente compartido. Tú me haces sentir segura, incluso cuando el mundo es un caos. Tú me haces sentir vista... de verdad. Como si mis pensamientos no necesitaran traducción, como si mi alma hablara un idioma que tú entendieras sin esfuerzo.

Gracias por no querer cambiarme. Por quedarte en los días grises. Por hacer del silencio algo cómodo. Por saber que no siempre quiero respuestas, a veces solo compañía.

Gracias por mirarme como si fuera arte. Por elegir quedarte, incluso cuando sería más fácil huir. Por recordarme, con cada gesto, que el amor no tiene que doler para ser verdadero.

Si tú eres hogar, entonces yo he dejado de estar perdida.

Y si mañana todo desapareciera, me bastaría con saber que existimos. Que tú y yo fuimos —somos— ese raro milagro que sucede cuando dos almas, que se han estado buscando toda la vida, por fin se reconocen.

Siempre tuya.

—Ella.




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