Donde empieza lo nuestro

En un bar

El humo del bar se mezclaba con el murmullo de la música y el ruido de los vasos chocando en la barra. Noa se apoyó en el respaldo de su asiento, tamborileando los dedos contra la mesa mientras miraba su teléfono. Había estado dudando sobre si enviarle un mensaje a Lucas, pero la decisión ya estaba tomada. Lo había hecho.

Noa miró hacia la entrada, sintiendo el cosquilleo de la ansiedad en la boca del estómago. Había pasado demasiado tiempo desde la última vez que se vieron, desde la boda de Jack y Max. Aquel abrazo se repetía en su cabeza más veces de las que le gustaría admitir. Y aunque sus estudios los habían mantenido ocupados, siempre hubo tiempo para un mensaje, una llamada... pero ninguno había dado el primer paso. Hasta ahora.

La puerta del bar se abrió, dejando entrar una corriente de aire fresco, y con ella, Lucas. Su presencia se impuso al instante: la misma confianza al caminar, la mirada afilada y esa ligera sonrisa que parecía retar al mundo entero. Noa sintió un nudo en la garganta. No podía negar que le alegraba verlo.

Lucas lo encontró con la mirada en un instante y se acercó con paso tranquilo. —Pensé que te habías olvidado de mí —soltó con su tono burlón de siempre, deslizándose en el asiento frente a él.

—Por favor, no eres tan fácil de olvidar —respondió Noa, cruzando los brazos y arqueando una ceja. La tensión estaba allí, palpable. Ambos lo sabían.

Lucas sonrió, pero había algo en sus ojos, un brillo que Noa no supo descifrar del todo. —¿Entonces? ¿A qué se debe esta reunión inesperada?

Noa tomó su vaso y lo giró entre sus manos. —Quería verte. Ha pasado tiempo.

Lucas inclinó la cabeza, observándolo. —Sí, ha pasado tiempo. Pero ¿por qué ahora?

Noa soltó un suspiro y se pasó una mano por el cabello. —No sé. Supongo que me cansé de esperar a que tú lo hicieras primero.

Lucas soltó una carcajada, inclinándose un poco hacia adelante. —Eso suena más a ti.

Charlaron entre tragos, el hielo rompiéndose poco a poco entre bromas y miradas que se prolongaban un poco más de lo necesario. Noa sentía esa atracción latente entre ellos, la misma que siempre había estado ahí, pero nunca exploraron realmente.

Cuando los vasos quedaron vacíos, Lucas se apoyó en la mesa con una sonrisa pícara. —Vamos a caminar. No me apetece quedarme aquí toda la noche.

Noa aceptó sin dudar. Afuera, el aire nocturno era fresco y agradable, alejándolos del ambiente cargado del bar. Caminaron en silencio hasta llegar al parque, donde las luces amarillentas de los faroles iluminaban los senderos vacíos.

Lucas metió las manos en los bolsillos y miró hacia el cielo. —A veces siento que no hemos cambiado nada —comentó en voz baja. —Pero luego me doy cuenta de que sí. Y mucho.

Noa lo miró de reojo. —¿Te arrepientes?

Lucas frunció el ceño levemente antes de soltar una risa suave. —De algunas cosas, sí. De otras, no. —Giró la cabeza para mirarlo. —¿Y tú?

Noa se detuvo, mirándolo fijamente. Sentía la presión de las palabras no dichas en su pecho. —No lo sé. Pero sí sé que no quiero seguir ignorándolo.

Lucas se giró hacia él, el brillo desafiante en sus ojos. —¿Ignorar qué?

Noa dio un paso hacia él, acortando la distancia entre sus cuerpos. —A esto.

Lucas no se movió, pero su respiración se volvió un poco más profunda. —Sabía que tarde o temprano ibas a decirlo.

Noa sonrió, inclinando la cabeza. —¿Y qué vas a hacer al respecto?

Lucas soltó una risa baja antes de dar un paso atrás, con esa maldita sonrisa suya. —Eso dependerá de qué tan dispuesto estés a averiguarlo.

Noa lo observó, sintiendo el fuego arder en su interior. Sabía que este era solo el comienzo de algo que había estado esperando demasiado tiempo para suceder.




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