Noa caminaba de un lado a otro en su habitación, apretando el teléfono entre sus manos. Había recibido el mensaje de Ethan hace unas horas. El audio donde Lucas lo amenazaba se repetía en su cabeza una y otra vez. No podía creerlo. Lucas siempre había sido impulsivo, sí, pero esto iba más allá.
Sin pensarlo dos veces, tomó su chaqueta y salió rumbo a la casa de Lucas. Cuando llegó, golpeó la puerta con insistencia. Al cabo de unos segundos, Lucas apareció con el ceño fruncido, pero su expresión cambió en cuanto vio la mirada furiosa de Noa.
–¿Qué hiciste, Lucas? –preguntó Noa, su voz temblando por la rabia.
Lucas parpadeó, confuso–. ¿De qué hablas?
Noa sacó su teléfono, reproduciendo el audio. La amenaza quedó flotando en el aire. Lucas se quedó helado.
–¿Quién te envió eso? –preguntó, su voz tensa.
–¿Importa? Lo que importa es que hablaste así con Ethan –Noa lo miró con desilusión–. ¿Por qué? ¿Qué te pasa?
Lucas desvió la mirada–. No confío en él.
–No tienes derecho a decidir en quién confío o no –Noa sintió cómo su corazón latía con fuerza–. Estoy bien, Lucas. No necesito que me protejas de alguien que es mi amigo.
Lucas cerró los ojos con frustración–. No es solo eso…
–Entonces dime qué es –exigió Noa.
Lucas no pudo responder. Su silencio solo alimentó la furia de Noa, quien negó con la cabeza y dio un paso atrás.
–No quiero verte –dijo, sintiendo un nudo en la garganta–. No así.
Se giró y salió corriendo. Lucas se quedó allí, sin saber qué hacer. Se sentía atrapado en una espiral de emociones que no podía controlar. Pasaron los días y cada vez que intentaba escribirle a Noa, algo lo detenía. Hasta que tuvo una idea.
La noche en que decidió llevarla a cabo, sus amigos lo ayudaron a preparar todo. Se dirigió al parque donde solían pasar el tiempo juntos. Bajo la luz de la luna, con rosas en las manos y un cartel de disculpas, se preparó.
Cuando Noa llegó, sorprendido por el mensaje de sus amigos, vio a Lucas de pie, con una guitarra en mano. Y entonces, la melodía comenzó.
“Nave del olvido” de José José resonó en la noche. Lucas cantaba con el alma, con la voz cargada de emoción. Noa sintió cómo su corazón se apretaba. Las lágrimas comenzaron a deslizarse por sus mejillas.
Cuando la canción terminó, Lucas lo miró directamente a los ojos.
–Perdóname, Noa –susurró–. No sé cómo manejar esto, pero lo único que sé es que no quiero perderte.
Noa corrió hacia él y lo abrazó con fuerza. Lucas dejó caer las rosas al suelo para rodearlo con sus brazos.
–Prométeme que no harás algo así otra vez –susurró Noa contra su hombro.
–Lo prometo –respondió Lucas con voz ronca.
Se quedaron así por largos minutos, pero cuando se separaron, Noa le dio una mirada seria.
–Pero quiero que te lleves bien con las personas que amo.
Lucas tragó saliva. Sabía que Ethan seguía en la ecuación. Sus celos regresaron, como una sombra que nunca desaparecía. Pero por ahora, no dijo nada.
Solo asintió, con una sonrisa que ocultaba lo que realmente sentía.