Donde empieza lo nuestro

Marcas

Lucas no podía dejar de pensar en la conversación que tuvo con Noa la noche anterior. Había algo en su voz cuando le confesó que sus padres estaban discutiendo constantemente que lo hizo sentir impotente. Noa siempre había sido fuerte, siempre encontraba una forma de reírse de sus problemas, pero esta vez sonaba cansado, agotado.

Después de su abrazo en la calle, Lucas decidió quedarse con él para asegurarse de que estuviera bien. Se acomodaron en la cama de Noa, en la misma cama, como lo habían hecho cuando eran adolescentes. Pero esta vez, Lucas no pudo ignorar lo cerca que estaban. Sentía el calor de su cuerpo, su respiración pausada, y en un momento de impulsividad, lo abrazó por la espalda.

El contacto fue inmediato, y Lucas sintió cómo Noa tensaba los músculos, pero no se apartó. Su corazón latía rápido mientras, con un atrevimiento silencioso, acercó sus labios al cuello de Noa y dejó un beso suave, apenas perceptible. Pero eso no fue suficiente. Como si estuviera marcando territorio, dejó una marca en su piel. Sabía que Noa no estaba dormido. Noa respiró hondo, pero no dijo nada. Lucas cerró los ojos y se quedó quieto, esperando.

A la mañana siguiente, Noa se levantó antes que él y se miró en el espejo del baño. Observó la marca rojiza en su cuello y se tocó la piel con los dedos, sintiendo un escalofrío recorrer su cuerpo. No podía negar que se había sentido especial, incluso querido, pero también estaba confundido. Lucas nunca había sido de esos gestos.

Cuando Lucas despertó y vio la mirada interrogativa de Noa, fingió desperezarse.

—Tienes malos hábitos para dormir —dijo con una sonrisa despreocupada, como si lo de anoche no hubiera significado nada.

Noa entrecerró los ojos.

—¿Así que ahora dejas marcas dormido?

Lucas se encogió de hombros y se levantó de la cama. Noa lo miró con sospecha, pero decidió no decir nada más. Había muchas cosas en su cabeza y, aunque esa marca le generaba miles de preguntas, tenía asuntos más importantes que atender.

Más tarde, mientras desayunaban, Noa habló de su conversación con sus padres. Se sintió aliviado al darse cuenta de que, aunque discutían, aún se querían. Lucas lo escuchó con atención y le aseguró que todo estaría bien. Sin embargo, cuando Noa mencionó que seguiría siendo amigo de Ethan, la expresión de Lucas cambió.

—¿Estás seguro de eso? —preguntó con seriedad.

Noa suspiró. —Sí. Me pidió perdón, y aunque me confundió con lo que dijo, quiero pensar que es sincero. No quiero perder una amistad solo por una confusión de sentimientos.

Lucas apretó los labios. No estaba convencido. Algo en Ethan le molestaba, y no era solo el hecho de que sintiera algo por Noa. Había algo más, una sensación de que ese tipo no era de fiar. Pero Noa ya había tomado una decisión, y él no podía hacer nada más que estar a su lado.

—Si te hace daño otra vez, dime. —Lucas lo miró con intensidad, dejando claro que no confiaba en Ethan.

Noa sonrió con suavidad. —Lo haré, lo prometo.

Lucas no se quedó tranquilo, pero tampoco quiso insistir. Noa tenía derecho a sus propias decisiones. Lo único que podía hacer era estar ahí, protegiéndolo de cualquier cosa que pudiera lastimarlo.

Lo que Noa no sabía era que la marca en su cuello no había sido un accidente, y que Lucas, lejos de estar confundido, empezaba a reconocer sus propios sentimientos. Noa era más que su mejor amigo, y la idea de que alguien más se acercara a él de la manera en que lo había hecho él anoche, lo carcomía por dentro.

Solo esperaba que Noa también lo notara.




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