Noa no dejaba de pensar en Lucas. Desde que lo vio con aquella chica, su mente había sido un torbellino de preguntas sin respuesta. No podía entenderlo. Había estado convencido de que Lucas sentía algo por él, pero después de ver ese beso, todo lo que sabía se desmoronó. Aun así, no estaba dispuesto a rendirse. Si Lucas se había alejado, él haría lo contrario: lo buscaría, se acercaría más, le recordaría lo bien que estaban juntos.
Ethan notó rápidamente el cambio en Noa. No le gustaba en absoluto. Se dio cuenta de que Noa intentaba estar más con Lucas, que lo miraba diferente, que intentaba recuperar algo que creía perdido. Y a Ethan eso le molestaba. Mucho.
Un día, cuando Lucas estaba solo, Ethan aprovechó la oportunidad. Se encontró con él en un pasillo desierto y sin previo aviso, lo golpeó en el rostro. Lucas retrocedió, sorprendido, llevándose una mano a la mejilla.
—¿Qué diablos te pasa? —espetó, furioso.
Ethan lo miró con seriedad, sin rastro de arrepentimiento.
—Si le dices a Noa, se pondrá triste. Y tú no quieres eso, ¿verdad? —su voz era calmada, pero sus palabras estaban cargadas de amenaza.
Lucas recordó de inmediato la advertencia que había recibido anteriormente, aquella que lo había mantenido callado sobre lo que realmente sucedió con la chica que lo besó a la fuerza. Estaba cansado de todo esto, pero si hablaba, Noa se lastimaría. Y eso era lo último que quería.
—No le diré nada —murmuró al final, con la mandíbula apretada.
Cuando Noa vio a Lucas más tarde, se alarmó de inmediato.
—¿Qué te pasó? —preguntó, acercándose rápidamente para examinar su rostro.
Lucas desvió la mirada. No quería mentirle, pero tampoco podía decirle la verdad.
—Nada, solo un pequeño accidente —respondió con desgana.
Noa frunció el ceño. No le creía. Algo en su expresión le decía que le estaba ocultando algo, pero en lugar de insistir, decidió que lo mejor era cuidarlo.
—Ven, siéntate. Déjame ver —dijo, tomando suavemente su rostro entre sus manos.
Lucas se tensó ante el contacto, pero no se alejó. Noa le acarició la mejilla con cuidado, mirándolo con una ternura que hizo que su corazón se acelerara.
—Eres un desastre, Lucas —murmuró con una leve sonrisa, antes de abrazarlo con delicadeza.
Lucas sintió cómo su resistencia se desmoronaba. Noa lo estaba cuidando, mimándolo, mostrándole un cariño que hacía que le doliera el pecho. Y, para colmo, había algo más en su actitud. Noa le coqueteaba descaradamente, inclinándose más cerca de lo necesario, rozando sus manos con las suyas, sosteniéndole la mirada con una intensidad que lo hacía dudar de todo.
—Te ves bien incluso con un moretón —susurró Noa en tono juguetón, sonriendo de lado.
Lucas sintió un escalofrío recorrer su espalda. Sabía que Noa lo hacía intencionalmente, pero eso no significaba que su corazón no reaccionara ante ello.
—Deberías dejar de decir esas cosas —murmuró.
—¿Por qué? ¿Te incomoda? —preguntó Noa, con una mirada traviesa.
Lucas suspiró, cerrando los ojos un momento. Sí, le incomodaba. Pero no porque le molestara, sino porque le hacía desear algo que no podía tener. Porque le hacía recordar cuánto lo amaba y cuánto dolía no poder decírselo.
Noa, sin saberlo, estaba jugando con fuego. Y Lucas no estaba seguro de cuánto más podría resistir sin quemarse.