Donde empieza lo nuestro

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Las últimas semanas en la universidad habían sido un infierno para Noa. Desde que la foto manipulada comenzó a circular, la presión y los rumores no hacían más que aumentar. Al principio intentó ignorarlo, pero pronto se convirtió en algo imposible de evitar. Comentarios susurrados a su paso, miradas que lo evaluaban como si fuera una exhibición, e incluso algunos compañeros que se atrevían a preguntarle directamente sobre la veracidad de la imagen. Pero lo peor de todo había sido la distancia con Lucas.

El punto de quiebre llegó una tarde en el aula de informática. Noa había entrado para entregar un trabajo cuando notó que dos personas estaban sentadas en las últimas computadoras, susurrando y riendo entre ellas. Se detuvo al reconocer una de esas voces. Era Ethan. Se le heló la sangre cuando vio la pantalla y comprendió lo que estaban haciendo: modificaban más imágenes. Entre ellas, otras fotos en las que aparecía él. Su estómago se revolvió con una mezcla de furia e incredulidad. ¿De verdad seguían con esto? ¿No era suficiente todo lo que ya le habían hecho pasar?

Antes de que pudiera reaccionar, alguien más entró en el aula: Lucas. Su expresión era oscura, como si algo le hubiera advertido de lo que estaba ocurriendo. Noa vio cómo su mirada se clavaba en la pantalla de la computadora donde Ethan y Yena trabajaban y la rabia en su rostro se hizo evidente.

—¿Qué demonios están haciendo? —preguntó Lucas con voz peligrosa, avanzando hacia ellos.

Ethan y Yena se sobresaltaron. Trataron de minimizar la situación, pero Lucas no estaba para juegos. Con un rápido movimiento, presionó unas teclas y abrió la carpeta donde estaban guardando todas las imágenes. Decenas de fotos editadas, todas con insinuaciones falsas y burlonas. Algunas eran incluso peores que la primera.

—Así que ustedes son los que han estado esparciendo toda esta basura —dijo Lucas, su tono gélido.

—No es gran cosa —se defendió Ethan con una sonrisa falsa—. Solo estamos jugando un poco.

—¿Jugando? —repitió Noa, con un nudo en la garganta. Sus manos temblaban de la ira contenida—. ¡Arruinaron mi reputación y crearon una mentira que se salió de control! ¿¡Eso es un juego para ustedes!?

El ruido atrajo la atención de otros estudiantes, quienes se asomaron al aula. Pronto, la escena se llenó de miradas curiosas y murmuros. Yena intentó cerrar la pantalla, pero ya era tarde. Demasiadas personas habían visto las pruebas.

—Son ellos —susurró alguien—. Ellos hicieron todo.

—¿De verdad modificaron las fotos de Noa? —preguntó otra voz incrédula.

Los rostros de Ethan y Yena palidecieron. Sabían que estaban atrapados. Intentaron excusarse, pero ya nadie les creía. La indignación crecía en el ambiente, como una ola imparable.

Pero el asunto no terminó ahí.

—Entonces... ¿Noa no es gay? —preguntó un estudiante en voz alta, como si la respuesta cambiara todo.

—¿Y qué importa eso? —respondió Lucas antes de que Noa pudiera siquiera abrir la boca. Su paciencia estaba agotada—. ¿Acaso creen que tienen derecho a preguntar eso? ¡Noa no le debe explicaciones a nadie!

Pero los murmullos no paraban.

—Bueno, pero si no lo es, ¿por qué no lo aclaró antes? —insistió alguien.

—¡Porque no tenía por qué hacerlo! —gritó Lucas, su voz resonando en el aula—. ¡Noa no tiene que justificar su vida ante ustedes! ¡¿No ven que todo esto es acoso?!

Las palabras de Lucas marcaron un punto de inflexión. De pronto, varias personas empezaron a asentir. Lo que antes había sido simple morbo, comenzó a sentirse como lo que realmente era: un acto cruel y miserable. Una chica en el fondo alzó la voz.

—Deberíamos denunciarlos. Esto no es solo una broma. Es acoso, y podrían meterse en problemas serios.

Otras voces se unieron en apoyo.

Ethan y Yena comenzaron a retroceder. El pánico era evidente en sus rostros. Sabían que estaban en problemas. Noa, por su parte, sintió un nudo en la garganta. Nunca pensó que algo así pudiera ocurrir, que tantas personas se pusieran de su lado después de haber soportado tanto tiempo de burlas y susurros.

Lucas, sin embargo, no había terminado.

—Y ustedes... —dijo, mirando con dureza a los que antes lo criticaban—. Si realmente creen que la orientación de alguien es un motivo para burlarse o despreciarlo, entonces son igual de despreciables que estos dos.

El silencio fue absoluto. Noa sintió que su pecho se aligeraba. Por primera vez en meses, no tenía ganas de esconderse.

Ethan y Yena intentaron escapar, pero alguien ya estaba llamando a la administración de la universidad. Y, por primera vez en mucho tiempo, Noa supo que no estaba solo.




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