Lucas observaba a Noa con una mezcla de ternura y diversión. Desde que terminaron la universidad, Noa había estado más activo que nunca, intentando recuperar la confianza que el escándalo con Ethan le había arrebatado. Se había inscrito en cursos, retomado viejas amistades y hasta empezado a trabajar en varios proyectos al mismo tiempo. Lucas lo veía corretear de un lado a otro como un ratoncito hiperactivo, con su expresión concentrada y la manía de morderse el labio cuando estaba demasiado metido en algo.
Desde hacía semanas, Lucas había estado dándole vueltas a cómo confesarle sus sentimientos, desde que lo beso mientras el estaba borracho, supo que tenía que tomar cartas en el asunto. Sabía que Noa necesitaba su espacio para sanar, pero cada día que pasaba sentía que no podía guardarse más lo que sentía. Había pensado en hacer algo especial: tal vez una cena elegante, una salida a la playa o incluso dejarle una nota en uno de sus cuadernos. Sin embargo, cuanto más planeaba, más se daba cuenta de que nada se sentía lo suficientemente perfecto para alguien como Noa.
Un día, después de que Noa terminara una de sus clases de cocina –otro de sus nuevos hobbies–, Lucas lo estaba esperando afuera con dos cafés en la mano. Noa salió con su habitual energía, pero al verlo, dejó escapar un suspiro y se dejó caer en el banco a su lado.
—Estoy agotado —murmuró, tomando el café que Lucas le ofrecía sin siquiera preguntar qué era. Confiaba en que Lucas siempre recordaba cómo le gustaba.
Lucas lo observó por unos segundos y sonrió.
—No tienes que hacer todo al mismo tiempo, ratoncito.
Noa alzó una ceja, divertido.
—¿Ratón? —preguntó con una sonrisa perezosa.
—Sí, te la pasas corriendo de un lado a otro, ocupándote de todo, sin descanso. Me sorprende que no te haya dado un colapso todavía —Lucas rió, dándole un ligero empujón en el hombro.
Noa hizo un puchero, pero luego se rió también.
—Estoy tratando de encontrar mi ritmo. Después de todo lo que pasó, quiero sentir que tengo el control de mi vida otra vez.
Lucas asintió, comprendiendo. Lo había visto reconstruirse poco a poco, y era hermoso ver cómo Noa recuperaba la seguridad en sí mismo.
Un silencio cómodo se instaló entre ellos. Noa bebía su café tranquilamente, mientras Lucas lo observaba de reojo, sintiendo que era ahora o nunca. Decidió olvidarse de todos los planes, de las ideas elaboradas que había tenido. Porque la verdad era simple: lo único que quería era estar con él.
—Noa… —Lucas tomó aire y habló antes de que el miedo le hiciera echarse atrás—. ¿Quieres salir conmigo?
Noa parpadeó, como si su cerebro tardara un segundo en procesar las palabras. Luego, su mirada se suavizó y una sonrisa genuina apareció en su rostro.
—Lucas… ¿estás diciendo lo que creo que estás diciendo?
Lucas soltó una risa nerviosa y desvió la mirada por un segundo.
—Sí. Quiero estar contigo. No solo como amigo, sino de verdad. Como algo más. No tienes que responder ahora si no quieres, pero…
Noa no lo dejó terminar. Se inclinó y lo abrazó con fuerza, apoyando su cabeza en su hombro.
—Tonto —susurró, con la voz un poco temblorosa—. ¿Cómo podría decirte que no?
Lucas sintió que su corazón se aceleraba. Le devolvió el abrazo con la misma intensidad, sonriendo contra su cabello. No había necesitado un gran plan ni una confesión elaborada. Solo necesitaba estar con Noa, en el momento adecuado, y decir lo que sentía. Y al parecer, eso había sido suficiente.
—Entonces, ¿eso es un sí? —bromeó, sintiendo el calor del cuerpo de Noa contra el suyo.
Noa se separó solo un poco para mirarlo a los ojos y, con una sonrisa radiante, asintió.
—Sí, Lucas. Es un sí.
Lucas rió y, sin pensarlo demasiado, se inclinó para besarlo. Fue un beso suave, lento y lleno de todo lo que no habían dicho hasta ese momento. Noa suspiró contra sus labios antes de corresponderle con la misma dulzura, como si fuera lo más natural del mundo.
Cuando se separaron, Noa apoyó su frente contra la de Lucas y sonrió.
—Supongo que ahora soy tu ratoncito oficialmente, ¿eh?
Lucas soltó una carcajada y le dio un beso rápido en la nariz.
—Sí, pero solo mío.
Y con eso, todo lo que había sido complicado entre ellos quedó atrás. Porque al final, el amor había encontrado la forma de florecer, de la manera más espontánea y perfecta posible.