Donde empieza lo nuestro

Después de todo, todo estaba bien

Después de todo, todo está bien.

Era una tarde templada, con una brisa apenas perceptible que removía las hojas del viejo árbol en el parque. El mismo árbol que había sido testigo de años de juegos, de bromas, de silencios compartidos y miradas que nunca llegaron a decir todo lo que querían. Ahora, Lucas y Noa estaban sentados bajo él, en una especie de calma que no siempre les había pertenecido, pero que por fin se sentía suya.

Todo comenzó como una simple idea: volver al colegio donde se conocieron. Noa lo había mencionado una tarde mientras miraban fotos antiguas con los demás. La nostalgia se había colado sin pedir permiso, y Lucas, con una sonrisa cómplice, decidió hacerlo realidad. Fue él quien organizó la visita, quien llamó para pedir permiso, quien trazó un plan en silencio, porque quería que ese día fuese perfecto.

El colegio no había cambiado tanto. Las paredes seguían cubiertas de carteles escolares y dibujos infantiles. El pasillo donde se vieron por primera vez seguía con ese extraño eco que los devolvía a los años en que aún no sabían quiénes eran, pero ya se estaban mirando.

—¿Te acuerdas? —preguntó Lucas, deteniéndose justo en el corredor principal.

Noa lo miró, asintiendo suavemente. —Sí. Nos presentaron ahí mismo. Max estaba contigo... y yo no sabía dónde meterme.

Lucas rió. —Y yo no sabía cómo dejar de mirarte.

Caminaron un poco más hasta llegar al patio trasero del colegio, donde una pequeña área verde seguía casi intacta. Lucas se agachó cerca de un rincón, justo al pie de un arbusto ya florecido. Empezó a escarbar con las manos hasta encontrar una pequeña caja metálica, oxidada por los años, pero intacta.

—¿Qué es eso? —preguntó Noa, curioso.

—Es una carta que escribí... hace años. Cuando no sabía cómo decirte lo que sentía. Nunca te la di. La enterré aquí porque no podía con la idea de que la leyeras... y también porque necesitaba dejar mis sentimientos en algún lugar. Este fue ese lugar.

Lucas abrió la caja con cuidado. Dentro, doblada con precisión, había una hoja amarillenta, escrita con su antigua caligrafía algo temblorosa. Sin decir nada más, se la pasó a Noa.

**"Noa,

No sé cuándo vas a leer esto, o si algún día lo harás. Tal vez nunca. Tal vez sea solo para mí. Pero hay algo que no puedo seguir guardando. Me gustas. Desde hace tiempo. Desde la primera vez que hablaste en clase y te reíste de algo que solo tú entendiste. Desde que te vi ayudar a Amanda con las hojas de arte. Desde que te sentaste conmigo una tarde sin preguntarme nada y solo me acompañaste en silencio. Me gustas por la forma en la que te esfuerzas por parecer que nada te afecta cuando en realidad sientes tanto. Me gustas incluso cuando me haces enojar, cuando me confundes, cuando me ignoras. Me gustas incluso cuando no sé si yo te gusto a ti. Esta carta es un intento de dejar eso fuera de mí, porque siento que me ahogo con tanto que no digo. Tal vez algún día lo sepas, o tal vez este papel siga aquí mucho después de que ambos nos olvidemos de lo que fue.

Pero si alguna vez lees esto… quiero que sepas que, en este momento, estoy enamorado de ti. Y que eso, por sí solo, ya me hizo feliz.

—Lucas"**

Noa terminó de leer con las manos temblorosas. El silencio que se formó después fue casi sagrado. El mundo parecía haberse detenido para ellos dos.

—No sabía... —murmuró Noa, con un nudo en la garganta.

Lucas bajó la mirada, un poco nervioso. —No necesitabas saberlo. Solo necesitaba decirlo, de alguna forma. Guardarlo ya no era suficiente.

Noa guardó la carta con cuidado dentro de su mochila. Luego lo miró, con esa forma tan suya de hablar sin decir una sola palabra. Se acercó y apoyó la frente contra la de Lucas.

Siempre pensé que lo sabía. Que entendía lo que había entre nosotros. Pero esta carta… esta carta es la voz de un Lucas que no me mostró todo, que sentía más de lo que decía, que sufría en silencio mientras yo también buscaba respuestas. Me duele no haberlo sabido antes, no haber podido abrazarlo en ese momento. Me duele, pero también me reconforta saber que incluso en la incertidumbre, él seguía eligiéndome. Incluso cuando no sabía si era correspondido. Y ahora estamos aquí, en el mismo lugar donde comenzó todo… y esta vez sí lo sé. Esta vez sí lo entiendo.

Los flashbacks se mezclaron en la mente de Noa: las veces que se rozaron los dedos sin querer, las charlas hasta tarde por mensaje, el primer viaje con el grupo de amigos, las peleas tontas, la preocupación en la mirada de Lucas cada vez que él estaba triste. Todo había estado ahí. Solo que ahora, con la carta en las manos, todo tomaba un nuevo significado.

Lucas se sentó a su lado bajo el árbol del parque, ese mismo árbol donde tantas veces se habían reunido con el grupo, donde las risas se quedaban atrapadas entre las ramas. La luz del atardecer comenzaba a teñirlo todo de dorado, como si la escena se escribiera sola.

—Gracias por traerme aquí —susurró Noa.

—Gracias por quedarte —respondió Lucas.

Y se quedaron así, en silencio. El mundo giraba a su ritmo, los autos seguían pasando a lo lejos, los pájaros revoloteaban sobre sus cabezas, y sin embargo, ese rincón del parque parecía estar detenido en el tiempo solo para ellos.

“Ese árbol fue testigo del comienzo... y ahora es testigo de lo único que siempre supimos, pero nos tomó años entender: que elegirse cada día, incluso cuando no era fácil, siempre fue el verdadero acto de amor.”

Y así, bajo el árbol que conocía sus secretos, con el sol despidiéndose entre naranjas y dorados, Noa y Lucas se miraron como si la primera vez y la última fueran una sola cosa. Porque, al final de todo, todo estaba bien.




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