¿dónde está el hijo del conde?

La noticia

El sonido del desayuno solía ser monótono en la mansión Vance. El leve tintineo de la porcelana fina contra la plata, el susurro del periódico al pasar las páginas... pero esta mañana de noviembre, el silencio era distinto. Pesado. Cortado solo por el temblor incontrolable de la mano de mi madre mientras sostenía el periódico.
—Leah —dijo, y su voz, normalmente firme como el acero, se quebró—. Es sobre Julian.
El corazón me dio un vuelco. Julian. Su nombre solo era suficiente para colorear mis mejillas. Pero la palidez en el rostro de mi madre apagó al instante cualquier atisbo de alegría.
—Se ha... ido —musitó—. Desapareció la noche después del baile en Ashford Manor. El conde está deshecho.
Las palabras no encontraban un lugar en mi mente. "Desaparecido". ¿Qué significaba eso? ¿Se había ido de viaje? ¿Estaba enfermo?
—¿Desaparecido? —logré preguntar, con una voz que no reconocía como mía.
—Nadie lo ha visto desde que se retiró a sus aposentos. La policía está allí, pero... —Mi madre apretó los labios—. Ya comienzan los rumores, Leah. Rumores feos. Dicen que tenía... deudas. Que frecuentaba lugares terribles.
—¡Son mentiras! —salté, levantándome de la silla con tal fuerza que hizo rechinar la madera—. Julian no es así. Lo conozco. Es amable, honorable...
—¿Lo conoces? —La mirada de mi madre era lúcida y llena de una pena que no entendía—. Aparentaba serlo.

El resto del día transcurrió como en un sueño neblinoso. Las ventanas de la mansión reflejaban un cielo gris que se aferraba a Londres. Cada susurro de los criados, cada mirada furtiva, me taladraba. "Farsante", "juego", "escapada". Las palabras rondaban los pasillos como fantasmas.
Me encerré en mi habitación. ¿Dónde estaba Julian? ¿Le habría sucedido algo? Serían ciertos los rumores? No podían ser ciertos, ese joven tan amable, tan poco dispuesto a parecerse a la rancia aristocracia, que trataba a todos con respeto independientemente si provenía de una familia perteneciente o no a la nobleza y que, parecía tener un interés sincero en mi....
Una determinación fría comenzó a reemplazar la sorpresa y la desesperación. Ellos no lo conocían. Yo sí. O al menos, conocía la versión de él que me mostró. La sociedad quería crucificarlo en su ausencia, pintarlo como un villano para lavar su propia curiosidad malsana.
No lo permitiría.
Si la policía, comprada por la influencia del conde, no iba a buscarlo de verdad, yo lo haría. No importaban los riesgos, no importaba el qué dirán. Tenía que encontrar a Julian. Tenía que demostrarles a todos, y quizás a mí misma, que el hombre del que me enamoré era real.
La búsqueda comenzaba ahora.




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