Donde Huye la Luna

Capítulo 3 — Bajo la Sombra del Alfa

La caminata hacia el interior del territorio fue larga y silenciosa. Aria apenas podía sentir sus propios pasos; el cansancio, el miedo y el frío habían entumecido todo su cuerpo. Cada vez que uno de los guerreros la empujaba para que siguiera avanzando, una punzada de dolor le recorría los músculos.

Pero no era el dolor físico lo que la tenía temblando.
Era el pensamiento constante que latía como un eco en su mente:

Adrian Draven estuvo cerca. Muy cerca.

Hizo lo único que sabía hacer: seguir adelante.

Los guerreros Blackthorn la escoltaron por senderos marcados entre árboles antiguos y cabañas de madera oscura. Era una manada grande; podía sentir la organización, la disciplina, la fuerza… y también la intensidad territorial que impregnaba cada tronco, cada roca, cada centímetro del suelo.

Un territorio donde ella no tenía derecho a estar.

—No me van a encerrar, ¿cierto? —preguntó con la voz más firme que pudo.

No obtuvo respuesta.
Los tres guerreros mantenían la mirada al frente, ignorándola como si fuera solo una intrusa más.

Finalmente se detuvieron frente a una estructura más grande, con puertas altas y ventanas robustas. El aire alrededor era denso, cargado de energía alfa. El corazón de Aria dio un salto involuntario.

—¿Dónde estamos? —susurró.

—Con el Beta —respondió el líder de la patrulla.

Abrieron la puerta y la empujaron suavemente hacia adentro.

El interior estaba iluminado por antorchas y lámparas; el calor contrastaba con la humedad que cubría su ropa. En el centro, de pie y con expresión severa, estaba Rowan, Beta de la Manada Blackthorn.

Era un hombre alto, de hombros anchos y mirada calculadora. Sus ojos la recorrieron de arriba abajo, no con lujuria, sino con evaluación. Un depredador midiendo a otro depredador herido.

—Hueles a peligro —fue lo primero que dijo.

Aria tragó saliva.
No sabía qué contestar.

Rowan caminó alrededor de ella como si evaluara una amenaza potencial.

—No vienes de ninguna de las manadas cercanas —dijo, analizando el aroma que la rodeaba—. Este olor… no es reciente, pero tampoco antiguo.

Se detuvo frente a ella.

—¿De quién huyes?

Aria bajó la mirada con fuerza, apretó las manos. La mandíbula le temblaba, no por frío, sino por el peso de un nombre que no quería pronunciar.

—No importa —respondió ella—. No quiero causarle problemas a su manada. Solo necesito un lugar donde…

—No mintas —interrumpió Rowan con dureza—. Un lobo no cruza un territorio fuerte como el nuestro por accidente.

Aria cerró los ojos un segundo. Quería decirle la verdad, pero el miedo era un nudo que le apretaba la garganta.

Rowan inhaló.
Su expresión cambió al instante.

—Hueles a marca alfa —gruñó, con un tono grave—. Pero no es nuestra.

Aria retrocedió un paso, instintivamente.

—Yo no… no pertenezco a nadie.

Rowan arqueó una ceja, incrédulo.

—Entonces explícame por qué hueles a un alfa que no eres capaz ni de nombrar.

El silencio cayó sobre la sala como un peso. Ella tragó saliva. Sus manos temblaron ligeramente.

—Me escapé —murmuró, apenas audible.

Rowan entrecerró los ojos.

—¿De quién?

Aria respiró hondo. No quería decirlo. No quería darle poder al nombre. Pero sabía que, en una manada, ocultar información podía costarle la vida.

—De… Adrian Draven —susurró finalmente.

El cambio en Rowan fue inmediato.
Sus ojos se endurecieron.
Sus hombros se tensaron.
Una chispa de rabia y alerta cruzó su rostro.

—Draven es un alfa peligroso —dijo Rowan con voz baja—. Y no le gusta perder aquello que reclama.

Aria sintió un escalofrío recorrerle la columna.

—No soy de él —dijo, más firme de lo que esperaba—. Me negué. Intentó obligarme. Escapé.

Rowan no dijo nada por un momento. Observó su postura, el miedo en sus ojos, el temblor en sus manos. Y, por primera vez, su mirada dejó de ser solo hostil; ahora contenía una pizca de comprensión.

—Voy a ser sincero contigo —dijo Rowan, cruzándose de brazos—. No estoy autorizado a decidir nada en tu caso. No cuando la amenaza es Draven.

Aria levantó la vista.

—Entonces… ¿qué harán conmigo?

Rowan respiró lentamente, como si no le gustara la respuesta que iba a dar.

—Solo el Alfa puede decidir.

El corazón de Aria se detuvo un segundo.

—¿Tu… Alfa? —preguntó, con un hilo de voz.

Rowan asintió.

—Él ya sintió tu presencia. Sabe que estás aquí.

Un escalofrío la atravesó.
Ese aroma dominante que había percibido en la frontera…
Ese aire pesado que había sentido en el bosque…
Ese presentimiento profundo e inexplicable…

Todo regresó de golpe.

Rowan abrió una puerta detrás de él, formando un camino oscuro hacia otra sala.

—Aria —dijo una voz desde las sombras—. Entra.

Aria sintió que el aliento se le atascaba en la garganta.

No era la voz de Adrian Draven.
Esa la conocía demasiado bien.
Era otra cosa.

Una voz profunda, tranquila, peligrosa…
una voz que parecía hablarle directamente al alma.

Rowan hizo un gesto para que avanzara.

—Es el Alfa Blackthorn —dijo en voz baja—. No lo hagas esperar.

Aria dio un paso adelante, sintiendo el suelo temblar bajo sus pies.
No sabía si entrar iba a salvarla…
o a hundirla aún más.

Pero mientras se acercaba al umbral oscuro, su lobo hizo algo que no había hecho en meses:

levantó la cabeza.
Atento.
Vivo.

Como si reconociera algo antes que ella.

Aria cruzó la puerta.
Y con un simple paso, su vida cambió de rumbo sin que pudiera evitarlo.




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