La sala a la que Aria entró era amplia, silenciosa y tenue, iluminada solo por el fuego de una chimenea que proyectaba sombras danzantes sobre las paredes de madera oscura. El calor contrastó con la humedad helada de su ropa. Aun así, no fue eso lo que la hizo detenerse al dar dos pasos dentro.
Fue él.
El Alfa Blackthorn estaba de pie junto a la ventana, de espaldas, observando el bosque a través del vidrio empañado por la lluvia. Sus hombros anchos y su postura erguida transmitían un tipo de autoridad natural, la clase de fuerza que no necesitaba demostrarse para hacerse sentir.
Aria contuvo el aliento sin darse cuenta.
Cuando él habló, su voz fue tranquila… pero tan profunda que pareció recorrerle la columna.
—Cierra la puerta, Rowan.
El Beta obedeció sin una palabra. El sonido del clic resonó en la sala como una sentencia.
Aria sintió que su corazón latía demasiado fuerte.
El Alfa no volteó de inmediato.
Tomó aire.
Como si analizara su presencia.
Como si se asegurara de que realmente estaba ahí.
Finalmente giró la cabeza apenas, lo suficiente para mirarla.
Y cuando sus ojos chocaron con los de ella, Aria sintió que el aire desaparecía de sus pulmones.
No eran los ojos de Adrian Draven —fríos, posesivos, anticipando control—.
No.
Los ojos del Alfa Blackthorn eran otra cosa.
Oscuros, intensos, pero no vacíos.
No había obsesión.
No había exigencia.
Había… reconocimiento.
Y eso la dejó más inquieta.
—Acércate —dijo él, sin elevar la voz.
Aria dudó.
Su lobo, en cambio, no.
Se tensó, atento, como si un instinto más antiguo que ella despertara.
Rowan le dio un leve empujón en la espalda para que avanzara. Aria tragó saliva y caminó hacia el centro de la habitación. Cada paso se sentía como atravesar un puente sin barandas.
El Alfa la observaba con atención, pero sin agresividad. Solo… medía.
Cada movimiento suyo.
Cada temblor.
Cada herida.
—Dime tu nombre —ordenó, aunque su tono no fue brusco.
—Aria —respondió ella, casi en un susurro.
El Alfa inclinó ligeramente la cabeza, como si el nombre le encajara demasiado bien.
—Aria —repitió, lento, como si probara el sonido.
A ella se le erizó la piel sin entender por qué.
—¿Cuánto tiempo llevas huyendo? —preguntó, directo.
Aria entrelazó las manos para ocultar el temblor.
—Meses.
—¿Y quién te persigue?
Rowan intervino antes de que Aria hablara.
—Draven, Alfa. Ella confirmó que escapó de él.
El Alfa Blackthorn no se sorprendió.
Tampoco se tensó.
Pero algo en su mirada se volvió más oscuro.
—Adrian Draven no deja ir lo que considera suyo —dijo, más para sí mismo que para ellos.
Aria apretó los dientes.
—No soy suya —dijo con más fuerza de la que esperaba—. No le pertenezco.
El Alfa la miró con calma, como si apreciara esa respuesta.
—No. No lo eres.
Aria sintió un nudo en la garganta, sin saber por qué esas palabras le afectaban tanto.
—Intentó marcarme —admitió ella, apenas audible—. Yo… me defendí. Escapé. Y desde entonces no ha dejado de seguirme.
El Alfa cruzó los brazos y la observó un momento largo, silencioso. No con lástima. No con juicio.
Con análisis.
Como si estuviera resolviendo un rompecabezas complejo.
—Si Draven te quiere, vendrá a buscarte —dijo finalmente.
Aria sintió que el suelo se movía bajo sus pies.
—No quiero causarles problemas —susurró—. Si me dejan ir, solo necesito algo de tiempo para alejarme más…
El Alfa negó con la cabeza antes de que pudiera terminar.
—No. —Su voz fue firme, absoluta—. No vas a salir de mi territorio en estas condiciones.
El corazón de Aria se aceleró.
—Pero—
—Draven cruzaría tu rastro en cuestión de horas —continuó él—. Y no voy a permitir una violación de mis fronteras por su obsesión.
Aria abrió la boca para responder, pero se quedó sin palabras.
No estaba acostumbrada a que alguien la defendiera.
A que alguien la pusiera por encima de un conflicto con otro alfa.
—Entonces… ¿qué hará conmigo? —preguntó, con la voz más pequeña de lo que le habría gustado.
El Alfa dio un paso hacia adelante.
Solo uno.
Pero fue suficiente para que Aria sintiera un latido extraño, profundo, que no sabía cómo explicar.
—Te quedarás bajo mi protección directa —dijo él.
Rowan lo miró sorprendido.
Aria dio un paso atrás por instinto, sin poder evitarlo.
—No soy una prisionera —respondió ella, tensa.
—No, no lo eres —dijo él—. Pero mientras estés en mi manada, nadie va a tocarte. Y eso incluye a Draven.
Sus palabras tenían un peso que llenaba la habitación.
Una promesa.
Un aviso.
Y algo más, algo que Aria no sabía nombrar.
El Alfa la observó con un tipo de intensidad que no buscaba intimidarla… sino comprenderla.
—Eres libre de caminar por el territorio —continuó—. Pero tendrás guardias cerca hasta que sepamos exactamente qué peligro representa tu pasado.
Aria respiró hondo.
No era una jaula.
Pero tampoco estaba completamente libre.
De todas formas… se sentía más segura aquí que en cualquier otro lugar desde que había escapado.
—Gracias… Alfa —murmuró, sin saber qué más decir.
Él no respondió. Solo la observó, como si su presencia misma fuera algo nuevo.
Algo inesperado.
Algo que cambiaba cosas.
Finalmente, Rowan habló:
—Alfa, prepararé una habitación y colocaré a la guardia.
—Hazlo —respondió el Alfa.
Rowan hizo una señal a Aria para que saliera con él, pero antes de que ella cruzara la puerta, la voz del Alfa resonó de nuevo:
—Aria.
Ella se detuvo.
Se giró apenas para verlo por encima del hombro.
—Mientras estés aquí…
—Sus ojos encontraron los de ella, y algo dentro de Aria se contrajo—
nadie volverá a obligarte a nada.
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Editado: 27.11.2025