Donde Huye la Luna

Capítulo 4.5 — Punto de vista de Daren Blackthorn

El despacho estaba silencioso después de que Aria salió acompañada por Rowan.
Pero Daren Blackthorn no se movió de su sitio.

Seguía de pie, apoyado en el borde del escritorio, con los dedos ligeramente tensos, como si su cuerpo aún respondiera al instante en que había tocado a la intrusa.

Aria.
Su nombre seguía resonando en su cabeza con una claridad irritante.

No sabía qué demonios acababa de pasarle.

No era propio de él involucrarse tan rápido, ni tomar decisiones impulsivas, mucho menos sobre desconocidos. Su manada lo conocía como un liderazgo firme, calculador, controlador. Justo como debía ser un Alfa.

Pero en el momento en que Aria había retrocedido por miedo, algo dentro de él—algo que llevaba años enterrado—rugió.

Un instinto visceral, antiguo.
Un instinto que no escuchaba desde hacía demasiado tiempo.

Daren pasó una mano por su rostro, exhalando con frustración.

—¿Qué me estás haciendo, pequeña? —murmuró para sí mismo, sin esperar respuesta.

La imagen de sus ojos siguió golpeándolo.
No el miedo.
No el cansancio.

La forma en que lo miró como si no estuviera acostumbrada a que alguien la defendiera.

Ese detalle, esa fragilidad casi invisible…
le había apretado el pecho de una forma que no quería admitir.

¿Y ese olor…?

Daren frunció el ceño con fuerza.

No era olor a una loba común.
No era una fragancia de pack.
Y tampoco olía a Adrian Draven, lo cual lo confundía aún más.

Olía a… libertad contenida.
A luna nueva y bosque seco.
A algo roto… pero no derrotado.

Un olor que despertaba a su lobo y lo dejaba inquieto.

El instinto había sido tan fuerte que lo irritaba.
Los Alfas no perdían el control por desconocidas.
No se sentían impulsados a proteger a nadie que no perteneciera a su tierra.

Sin embargo, él había visto el modo en que los guardias la agarraron.
Había visto cómo ella se tensaba como si esperara algo peor.
Había visto demasiadas cosas en esos segundos.

Y luego estuvo eso
cuando su lobo se había lanzado hacia adelante apenas ella retrocedió, como si quisiera cubrirla con su cuerpo.

Daren apretó los dientes.

—No. No puede ser eso —dijo, negando con la cabeza.

No quería pensarlo.
No quería permitir siquiera que la palabra apareciera en su mente.

Mate.

No. Era imposible. No olía a vínculo. No olía a destino.
Pero algo estaba… inquietantemente cerca.

Se obligó a respirar profundo.

La aparición del nombre “Draven” había complicado todo aún más.

Adrian Draven era exactamente el tipo de alfa del que él protegía su territorio: cruel, obsesivo, con una reputación de perseguir a quienes reclamaba hasta los confines del continente.

Si Aria venía huyendo de él…

Daren sintió un nudo en la espalda baja.
Un nudo de rabia.

Un alfa no debía perseguir a una loba fuera de su voluntad.
Era una violación del código.
Una declaración de guerra.

Y Daren Blackthorn nunca, nunca, dejaba pasar una provocación de ese tipo.

—Si Draven pone un pie aquí… —murmuró con los ojos entrecerrados— lo voy a enterrar con mis propias manos.

No era bravura.
Era una simple realidad.

Su lobo gruñó en su interior, satisfecho con la idea.

Pero algo dentro de él… exactamente la misma parte que no había querido que otros guardias la tocaran… estaba reaccionando por razones más personales.

Razones que lo desconcertaban.

Daren se giró a la ventana, mirando la extensión de su territorio bajo la luz gris del amanecer.

Aria estaba ahí fuera.
Pequeña.
Herida.
Desconfiada.
Intentando desaparecer.

Y él, maldita sea, tenía la sensación de que ella cambiaría todo.

No sabía si era peligro.
Si era destino.
O si era simplemente algo en ella que encendía su lado más instintivo.

Pero sabía una cosa:

No iba a dejar que nadie más la tocara.

Ni Draven.
Ni ningún otro.

Mientras ella estuviera en su territorio, sería su responsabilidad.
Su intrusa.
Su problema.

Y aunque no lo admitiera… su lobo ya la consideraba algo más.

—Aria… —susurró una última vez— ¿quién eres realmente?

Su pregunta se perdió en la habitación vacía.




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