Donde Huye la Luna

Capítulo 5 – Ojos que vigilan

La noche cayó sobre el territorio Blackthorn con un silencio espeso, casi ceremonial. Aria no había logrado dormir. Desde que llegó a la fortaleza, una parte de su cuerpo estaba alerta, como si en cualquier momento algo pudiera irrumpir en la tranquilidad que intentaba forzosamente adoptar.

La habitación que le habían asignado era amplia, de paredes de piedra negra pulida y una ventana alta desde la cual se veía el bosque iluminado por la luna. Era un espacio acogedor, pero Aria se sentía como una prisionera de lujo.

Se incorporó, frotándose los brazos. El olor a madera fresca, a antiguo, a manada… la envolvía, recordándole que estaba lejos de su hogar y que había cruzado un límite del que ya no había vuelta atrás.

Una suave vibración en el aire la puso tensa.

Alguien estaba afuera.

Aria contuvo la respiración, afinando el oído. Pasos pausados, firmes, demasiado cuidadosos como para ser casuales. Se acercaban.

Su corazón se aceleró.

Por favor… que no sea él.

Pero la puerta no se abrió. Los pasos se quedaron allí, quietos, como si quien fuera se limitara a observar, a vigilar, a confirmar que seguía allí.

Aria no sabía si sentirse más asustada o fastidiada.

—¿Piensas quedarte ahí toda la noche? —preguntó finalmente, con la voz más firme de lo que esperaba—. Es inquietante.

Silencio. Luego un suspiro contenido.

La puerta se abrió, pero solo lo suficiente para que se viera un borde de sombra.

—No pretendía asustarte.

Era Daren.

El alfa entró, cerrando la puerta tras él de manera cuidadosa, sin sonar autoritario, casi como si supiera que cualquier gesto brusco la pondría a la defensiva.

Aria retrocedió un paso sin querer.

Daren lo notó.

—No voy a tocarte —dijo, con esa dureza tranquila que parecía característica de él—. Solo quería asegurarme de que estás… bien.

—Estoy bien. O lo intento —respondió Aria, intentando ignorar cómo él llenaba el espacio con su presencia.

Daren la observó con atención, como si cada detalle fuese una ecuación que intentaba resolver.

—No dormiste.

—No pude.

—Tu cuerpo todavía huele a estrés. Y a miedo.

Aria apretó los puños. Odiaba que pudieran leerla tan fácilmente.

—Es normal —replicó—. Suelo ponerme nerviosa cuando un alfa decide vigilarme sin avisar.

La comisura del labio de Daren se curvó apenas, algo entre ironía y comprensión.

—No te vigilo por desconfianza. Te vigilo porque Adrian Draven ya cruzó los límites una vez. Y no voy a permitir que lo haga de nuevo.

El nombre hizo que se le helara la sangre.

Adrian.

Aria tragó, obligándose a no demostrar nada.

—¿Sabes que está buscándome? —preguntó, con un hilo de voz.

—Lo sé —admitió Daren—. Y no es el tipo de enemigo que deja cabos sueltos.

Aria sintió que la garganta se le cerraba un poco.

—No quiero traer problemas a tu manada —murmuró.

Daren dio un paso hacia ella. Solo uno. Pero suficiente para que Aria sintiera el calor que irradiaba.

—Ya los trajiste —dijo, sincero, sin crueldad—. Pero eso no significa que vas a enfrentarlos sola.

Aria desvió la mirada, inquieta.

—No necesito un salvador.

—No estoy ofreciendo eso. Estoy ofreciéndote protección. Es distinto.

Hubo un silencio pesado.

Aria quiso confiar, aunque fuera un poco. Pero su instinto aún gritaba, todavía marcado por años de control bajo Adrian, por esa sensación constante de que cada gesto amable escondía una intención.

Daren no era Adrian, se recordaba.
Pero su cuerpo tardaría en creerlo.

El alfa se apartó un paso, dándole más espacio.

—Mañana entrenarás con la beta, con Lysa —informó—. Te enseñará las rutas del territorio, las señales de patrulla… y cómo defenderte si alguna vez tus perseguidores vuelven a encontrarte.

Aria lo miró sorprendida.

—¿Defenderme? ¿No confías en tus guerreros?

—Confío en todos —dijo él—. Menos en la suerte.

Aria tragó una risa amarga. Directo, honesto. Diferente a Adrian, cuya verdad siempre venía envuelta en seducción y manipulación.

—Entrenaré —aceptó—. No quiero ser una carga.

Daren negó suavemente con la cabeza.

—No lo eres. Aunque te cueste creerlo.

El silencio volvió, esta vez menos tenso, más… incómodo, de una manera distinta.

Daren se giró hacia la puerta.

—Descanza, Aria. No tienes que vigilar la puerta. Para eso estoy yo.

Ella parpadeó, confundida.

—¿Qué… qué significa eso?

—Que no dormiré. No hasta estar seguro de que nadie va a cruzar esta habitación —respondió con una convicción que hizo que un escalofrío recorriera su espalda—. Adrian Draven no va a tocarte mientras estés en mi territorio.

La intensidad de sus palabras la dejó sin aliento.

Daren abrió la puerta, pero antes de salir, la miró de manera directa, casi como si pudiera ver lo que cargaba por dentro.

—No te estoy vigilando, Aria. Te estoy guardando.

Y se fue, dejando la puerta entornada.

Aria quedó de pie, sin lograr moverse.
El corazón golpeando fuerte.
El aire cargado.

Y una idea que nunca pensó sentir tan pronto:

Quizás este lugar… no era una prisión.
Quizás era lo más parecido a un refugio que había tenido en años.




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