El amanecer llegó silencioso, cubriendo los terrenos de la Manada Blackthorn con una luz tenue y dorada. El aire olía a tierra húmeda y a madera recién cortada; un perfume que envolvía todo el territorio como una protección natural.
Aria se despertó sobresaltada, sin recordar el instante exacto en el que había logrado dormirse. Solo sabía que lo había hecho más profundamente que en las últimas semanas. No supo si era el cansancio… o el eco de las palabras de Daren la noche anterior.
Te estoy guardando.
Sacudió la cabeza, apartando el recuerdo. No quería darle peso.
No quería que significara nada.
Pero lo hacía.
Suspiró mientras se vestía con ropa limpia que alguien había dejado doblada en la cómoda durante la madrugada. Una camiseta negra ajustada, pantalones flexibles para entrenar y botas ligeras. Nada de lujos, nada de exceso. Funcional. Propio de un guerrero.
Aria no se consideraba una, pero tenía claro que debía aprender.
Cuando salió de la habitación, dos guardias la esperaban en silencio. No la tocaron, no la apuraron. Solo la escoltaron por los pasillos de piedra oscura hacia el exterior, donde una figura de cabello corto y plateado los aguardaba con los brazos cruzados.
Lysa.
Una guerrera fuerte y admirada
Al verla, Aria sintió una punzada de nervios. Lysa tenía una presencia intimidante: postura firme, mirada analítica, el tipo de persona que notaba incluso lo que uno quería esconder.
—Llegas puntual —dijo la beta, sin sonrisa pero sin hostilidad—. Eso es bueno.
Aria tragó.
—Daren dijo que… debía entrenar contigo.
—Y tenía razón —replicó Lysa, girando sobre sus talones—. Ven.
A medida que caminaban, la manada despertaba a su alrededor: lobos jóvenes entrenando, adultos preparando herramientas, murmullos, miradas que se clavaban en Aria como agujas.
Algunas respetuosas.
Otras desconfiadas.
Varias juzgándola en silencio.
Un murmullo susurrado se escapó de un grupo cercano:
—¿La intrusa?
—Dicen que huele a otra manada…
—¿Y a sangre?
Lysa giró la cabeza tan rápido que el aire pareció cortarse.
—¿Algún problema? —preguntó, con una voz que prometía dolor si la respuesta era “sí”.
Los murmullos murieron al instante.
Aria bajó la mirada, incómoda.
Lysa no la consoló. Tampoco la reprendió. Solo continuó caminando.
El campo de entrenamiento era amplio, rodeado de árboles y delimitado con líneas de piedra. Había armas de práctica, dummies de madera y una zona despejada para lucha cuerpo a cuerpo.
Lysa se colocó frente a Aria.
—Escucha —dijo, sin adornos—. No estoy aquí para lastimarte, pero tampoco voy a tratarte como si fueras frágil. Te persigue un alfa cruel, inteligente y obsesivo. Si vuelve a encontrarte, necesitarás más que suerte para sobrevivir.
No hizo falta decir el nombre de Adrian.
El aire se volvió más frío solo con insinuarlo.
Aria asintió.
—Lo sé.
Lysa la observó con algo muy leve, casi imperceptible, parecido a respeto.
—Bien. Empecemos con lo básico.
Lo que siguió no fue sencillo.
Lysa le enseñó a mantener el centro de gravedad, a anticipar el movimiento antes de reaccionar, a usar el impulso del oponente en su contra. Aria tropezó, cayó, recibió golpes suaves pero precisos que marcaban dónde estaba fallando.
Y aun así, se levantó cada vez.
—Otra vez —dijo Aria, jadeando.
Lysa levantó una ceja.
—¿No estás cansada?
—Claro que lo estoy —respondió Aria, limpiándose la sangre del borde del labio que se había partido—. Pero estoy más cansada de huir.
Lysa soltó un resoplido que, en cualquier otro, habría sido una risa.
—Tienes más fuego del que aparentas.
Una chispa de orgullo recorrió a Aria.
Pero ese instante se rompió cuando una presencia pesada y dominante entró en el campo.
Daren.
Incluso sin verlo, su energía llenaba el espacio. Los lobos alrededor adoptaron posturas más rectas. Aria sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
El alfa caminó hacia ellas con pasos silenciosos, estudiando la escena con una expresión indescifrable. Sus ojos se posaron primero en Lysa, luego en Aria… y algo en su mirada cambió.
Apenas perceptible.
Pero cambió.
—¿Cómo va? —preguntó a Lysa.
—Tiene resistencia. Y disciplina. Tendrá que mejorar fuerza y velocidad, pero lo logrará —respondió.
Daren asintió y rodeó a Aria, evaluándola como un depredador estudiando a otro.
Aria tragó saliva.
—¿Te duele algo? —preguntó él, de pronto.
—No —dijo ella demasiado rápido.
—Mientes —replicó sin dureza—. Aquí puedes admitir debilidades. No te hace menos peligrosa.
Aria respiró hondo.
—Me duele todo —confesó.
Daren sonrió. Una sonrisa leve… pero real.
—Eso significa que estás aprendiendo.
El silencio entre ellos vibró.
Tenso.
Extraño.
Magnético.
Lysa carraspeó, rompiendo la atmósfera.
—Aún queda trabajo. Si quieres intervenir, hazlo sin interferir.
Él soltó un sonido entre burla y aceptación.
—Solo observaré.
Pero la forma en que la observaba no tenía nada de casual.
Había atención.
Interés.
Una gravedad silenciosa que hacía que Aria se sintiera… vista.
Aria volvió a la posición inicial. Lysa levantó los puños.
—Otra vez —ordenó.
Aria obedeció.
Pero ahora podía sentir la mirada de Daren clavada en ella como un fuego tibio.
Inquietante.
Imposible de ignorar.
Y mientras entrenaba, mientras caía y se levantaba, mientras endurecía su cuerpo y su voluntad… no pudo evitar que un pensamiento la atravesara como un susurro peligroso:
Si Daren la observa así…
¿qué hará Adrian cuando descubra que ya no está sola?
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Editado: 27.11.2025