La noche cayó sobre la Manada Blackthorn con un silencio espeso, apenas roto por el murmullo del viento entre los pinos. Aria caminaba sola por el corredor que conectaba su habitación con el comedor secundario, una ruta tranquila que Lysa le había indicado para evitar miradas y comentarios innecesarios.
Le dolía cada músculo del cuerpo después del entrenamiento, pero aun así… se sentía viva. Más viva que en meses.
Su lobo interior estaba inquieto; caminaba de un lado a otro dentro de ella, como si algo tirara de sus instintos.
Algo está cambiando, pensó Aria.
El aire olía distinto esa noche. Más cargado. Más eléctrico.
Cuando dobló la esquina, se detuvo abruptamente.
Rowan estaba apoyado en la pared, brazos cruzados, como si la hubiera estado esperando. No con hostilidad, sino con esa vigilancia calmada propia de un beta que se toma su rol demasiado en serio.
—Te ves mejor que esta mañana —comentó él.
Aria soltó una risa suave, cansada.
—Eso no significa mucho. Estaba hecha polvo.
Rowan ladeó una sonrisa de medio lado, una de esas expresiones raras que hacían que su rostro normalmente serio se relajara.
—Lysa no suele tener piedad.
—Lo noté.
Hubo un silencio breve. No incómodo, pero sí cargado.
Rowan la miraba diferente desde el primer día: no con la intensidad territorial de Daren ni con la obsesión hiriente de Adrian… sino con una mezcla de análisis y cautela.
Como quien intenta descifrar un rompecabezas.
—Tu energía está rara —comentó él de pronto.
Aria sintió un escalofrío recorrerla.
—¿Rara cómo?
Rowan frunció el ceño, olfateó el aire sutilmente y luego la señaló con la barbilla.
—Tu lobo. Lo siento más cerca de la superficie. Más… agitado.
Aria apretó los puños.
Su lobo gruñó dentro de ella.
—No puedo transformarme —admitió—. Nunca he podido. Desde que era niña, mi lobo simplemente… no responde.
Rowan no reaccionó con burla, ni con lástima. Simplemente asintió, como si hubiera esperado esa respuesta.
—Eso no significa que esté roto —dijo—. Significa que está encerrado.
Una punzada de miedo subió por el pecho de Aria.
—¿Encerrado?
Rowan se enderezó, serio ahora.
—He visto lobos traumatizados, heridos, o… con bloqueos causados por experiencias extremas. A veces el lobo se retrae al punto de casi desaparecer. Sobrevive, pero no toma control. No aparece.
Aria tragó saliva.
—¿Y eso se puede revertir?
Rowan la observó, y por primera vez esa noche, su mirada se suavizó.
—Si tu lobo está empujando para salir, entonces sí. Algo está despertándolo.
Aria no supo si eso le daba esperanza… o terror.
Porque si su lobo despertaba…
Adrian podría encontrarla.
Ese pensamiento fue un golpe en el estómago.
Antes de que pudiera hundirse demasiado, Rowan habló:
—Por cierto, Daren quiere verte mañana al amanecer. No dijo por qué.
El lobo dentro de Aria reaccionó tan brusco que casi le cortó el aliento.
Un salto, un tirón, una llamarada.
Rowan lo notó.
—¿Qué acaba de pasar?
Aria desvió la mirada, nerviosa, sintiendo el calor subiendo a sus mejillas.
—No lo sé —murmuró.
Mentira.
Lo sabía.
Lo sentía.
Algo en ella respondía a Daren.
Algo profundo.
Algo que la asustaba.
Rowan suspiró.
—Aria… voy a decírtelo sin rodeos, ¿sí?
Ella lo miró.
—Tu lobo reconoce al alfa. No es extraño. No es malo. Pero tampoco es un juego.
El corazón de Aria latió tan fuerte que le dolió.
—Yo no quiero— —empezó a decir.
—No es cuestión de querer —interrumpió Rowan, sin dureza—. Es cuestión de instinto. Eso no significa que estés vinculada. Pero sí significa que deberías ser muy cuidadosa.
Aria cerró los ojos un momento.
Respirar dolía.
—No quiero que él piense que… —sus palabras se quebraron.
—No es él quien me preocupa —dijo Rowan con honestidad suave—. Es Adrian.
El nombre fue un cuchillo helado.
—Si tu lobo despierta… él lo sentirá.
Un escalofrío recorrió la espalda de Aria.
Rowan dio un paso atrás, dejándole espacio.
—Descansa. Y mantén la mente tranquila. Tu lobo escucha cada emoción que tengas.
Aria asintió con un hilo de voz.
—Gracias.
Mientras él se alejaba por el pasillo, Aria sintió que algo ardía en lo profundo de su pecho. No dolor. No miedo.
Poder.
Algo dentro de ella quería salir.
Algo que llevaba años encerrado.
Algo que Adrian había intentado aplastar… pero que ahora, en la Manada Blackthorn, empezaba a respirar.
La noche siguió avanzando, pero Aria no pudo dormir.
Porque por primera vez en su vida, su lobo estaba despierto.
El cielo estaba limpio, oscuro y frío cuando Aria salió al balcón pequeño junto a su habitación. Necesitaba aire.
Necesitaba silencio.
Necesitaba que su propio pecho dejara de sentirse como una prisión a punto de estallar.
El territorio se extendía frente a ella como un océano de árboles oscuros iluminados por la luna. Se veía hermoso, imponente, seguro… pero nada dentro de ella se sentía seguro.
Su lobo seguía inquieto.
Marcando el suelo.
Empujando.
Respirando pesado en el fondo de su mente como si hubiera estado dormido durante años y por fin recordara cómo moverse.
—¿Qué te está pasando? —susurró Aria, apoyando ambas manos en la baranda de piedra.
No esperaba respuesta.
Pero la sintió.
Un latido fuerte, profundo.
Como un rugido contenido.
No palabras.
No pensamientos.
Pero sí una emoción clara: alerta.
Aria apretó los dientes.
—No. No ahora. No así.
Su respiración se aceleró sin que pudiera controlarla. Su corazón golpeaba como si quisiera escapar del pecho. El mundo parecía demasiado nítido, los sonidos demasiado amplios, el olor del bosque demasiado penetrante.
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Editado: 27.11.2025