A la mañana siguiente desperté con algo de dolor de cabeza. Vi la hora en mi reloj despertador y quedaban cinco minutos para que fuesen las nueve. Algo en mi interior me decía que tenía que hacer algo, pero por culpa de lo que había soñado no lograba recordar lo que era. ¿Por qué apareció en mis sueños después de tantos años? Me quedé pensativo por un momento, mirando el techo, hasta que finalmente recordé ese algo: la invitación de Nicole. Quedaban pocos minutos, así que me levanté y me vestí rápidamente con lo primero que encontré. Fui a la habitación de mi madre y le pedí permiso para salir con Nicole. Me lo concedió antes de poder terminar la frase, de seguro ya sabía en qué consistía mi petición. Noté el espacio vacío junto a ella, así que supuse que Mauricio había vuelto a Valparaíso por su cuenta.
Corrí para lograr llegar a tiempo y allí estaba mi hermana con los brazos cruzados, observando el horizonte.
–Al fin llegas. Creí que te quedarías dormido, como es tu costumbre. Ven, tu sorpresa te está esperando –dijo con cierto brillo en los ojos, haciéndome señas con ambas manos para que la siguiera.
–Lo recordé, Nicole –murmuré, mirando el suelo.
–¿Qué dijiste? –preguntó ella mientras se volteaba a verme, preocupada.
–Lo recordé –repetí, levantando la cabeza lentamente.
–¿Qué recordaste?
–¿Recuerdas cuando estábamos jugando a la pelota, la pateaste fuerte y terminó en un callejón sin salida?
–Ah, eso –frunció el ceño–. ¿Recordaste a la criatura en el contenedor de basura?
–Sí. Pero en el sueño me decía algo, las frases estaban incompletas porque estaba a punto de despertar, y cuando finalmente lo hice fue con un fuerte dolor de cabeza –dije, mientras me la sobaba suavemente.
–¿Crees que signifique algo? –inquirió, con el ceño aún fruncido.
–No lo sé, pero puede que tenga que ver con nuestro viaje –apunté con mi dedo índice– a esa isla.
–Bueno hermanito, solo queda ir para averiguarlo –suspiró profundamente–. ¿Se te olvida algo importarte?
¡Claro! ¡Mi mochila!
Habíamos caminado un par de metros mientras conversábamos, por lo que le dije que volvería a casa para buscar mi mochila, ya que allí tenía muchas cosas y sabía que de seguro me harían falta. Corrí en dirección a ella, donde me estaba esperando mi madre con la mochila tomada entre ambas manos.
–Ten, sabía que la necesitarías. Cuídate y diviértete mucho, hijo. Te quiero.
Ella definitivamente sabía de qué trataba la sorpresa, y por eso sabía que iba a necesitar mi mochila. Me la colgué en ambos hombros, besé a mi madre en la mejilla con una sonrisa de oreja a oreja y corrí hacia Nicole, entusiasmado. Una vez allí me vendó los ojos con el pañuelo azul que tenía amarrado al cuello.
–¿Es necesario? –pregunté, impaciente.
–Tú solo cállate y disfruta, hermanito.
Giré los ojos internamente y me dejé guiar por su mano mientras caminábamos con precaución. Sentí que bajaba escalones, y al final sentí como mis pies se hundían en la arena. También sentí pequeños bultos en la planta de mis zapatillas, así que supuse que había pequeñas piedrecillas entre la arena. De pronto Nicole hizo que me detuviera, quitó el pañuelo que cubría mis ojos y el reflejo del sol en las olas del mar golpeó mis ojos intensamente. Me vi obligado a cerrarlos, hasta finalmente acostumbrarme a la luz. Además, vi una pequeña lancha con un anciano junto a ella.
–Su crucero espera –dijo con voz alegre. Lo estudié rápidamente, tenía una larga barba blanca, piel arrugada y ojos pardos–. No querrá perderse su sorpresa.
–Te conozco. Eres... –pero Nicole no me dejó terminar la frase, ya que me tomó del brazo y me llevó hasta el interior de la lancha, obligándome a sentarme con la mochila aún puesta.
–Es imposible que lo recuerdes, Logan. Solo vinimos una vez y fue cuando tenías tres años. Además, en ningún momento hablamos con él, solo lo saludamos de lejos.
Deslicé mi mirada de los ojos de mi hermana a los del anciano, que continuaba sonriendo. Después de todo quizá era cierto lo que ella decía, pero aun así creía que ya lo había visto en otro lugar. En sueños, tal vez.
La lancha era de color celeste por fuera y anaranjado por dentro. Estaba mirando el cielo distraído, intentando recordar donde había visto al anciano, hasta que mi hermana me interrumpió diciendo:
–He notado que desde que llegamos a esta casa no has quitado tu vista de aquella isla que se ve a lo lejos, así que decidí llevarte como regalo a explorarla. ¿Te confieso algo? Yo también estoy ansiosa por saber que hay allí.
Al fin iría a tan extraña isla. Desde la distancia que me separaba de ella podía percibir un leve color azulado en su orilla, quizá era el reflejo del agua en la arena, no lo sabía. ¿Qué habría allí? Era la pregunta que no conseguía abandonar mi mente desde que había llegado a este lugar.
Editado: 19.01.2019