Me quedé a solas con él. No puedo creer que Logan se haya comportado de una forma tan inmadura, especialmente con una persona a la cual conoce hace tan solo una hora. Me sorprendió mucho la condición de Rodrigo para dejarnos dormir en su casa, pero no le daré ese beso tan fácilmente; necesito saber qué hizo para así convencer a Logan de que no es una mala persona. Estoy segura de que no lo es. No puede serlo.
–Al fin se fue tu hermanito, su presencia estaba comenzando a fastidiarme –dice Rodrigo mientras se acercaba lentamente a mi rostro, observando detenidamente mis labios, pero lo detuve poniendo mi mano en su boca.
–Primero necesito que me aclares unas cuantas dudas, estimado Rodrigo –digo con la mayor seriedad posible.
–Las que quieras, hermosa –dice él, dirigiéndome una mirada penetrante
–No hace falta que me alagues, idiota. Pero bueno, te las diré. Pobre de ti que me mientas, ya que si lo haces no te besaré –dudo por un momento, mirando a través de la ventana y luego deslizando mis ojos hacia los de Rodrigo que me observaban, impaciente–. ¿Por qué te estás escondiendo en esta isla?, ¿realmente crees soy irritante?, ¿por qué tu forma de ser es así?
–Tenía el presentimiento de que esas serían las preguntas. Escucha, ahora que estamos solos quiero que sepas toda la verdad. Hace un rato estaba tu hermano aquí y creo que no lo hubiera entendido. Espero que tu sí.
–¿Qué verdad? ¿Entender qué?
–Le robé a un hombre –baja la mirada–. Un dinero que no le pertenecía. Él se lo había arrebatado a mi abuela intimidándola con un arma de fuego. Lo amenacé con una navaja que tenía guardada en el bolsillo para que me lo entregara, ya que no daba muestras de querer devolver lo robado. Mientras yo intentaba recuperar el dinero mi abuela fue a sentarse en una banca cercana, marcando algún número telefónico en su celular, aterrada.
«Justo en ese momento pasó una patrulla y los policías que iban a bordo vieron la escena. Y claro, a simple vista yo era el ladrón. Intenté explicarles que ese hombre le había robado a mi abuela el dinero que acababa de sacar del banco, pero el sujeto comenzó a decir una serie de mentiras, como que él lo había sacado, que yo estaba mintiendo y que intenté enterrarle la navaja en reiteradas ocasiones.
«Los policías consideraron su versión más creíble que la mía, así que intentaron detenerme para llevarme a la comisaría, o no sé a dónde. Sé que por un lado soy el culpable –levanta la cabeza con una mirada algo tierna–. Pero, ¿no crees que ese hombre es más culpable que yo?
–Pues… Sí, creo. Ambos tienen algo de culpa, pero tienes razón.
–Entonces –dirige su mirada hacia el horizonte a través de la ventana–, en este momento la policía me busca. Cuando intentaron detenerme logre escapar, corrí lo más rápido que pude hasta llegar a ese balneario que ves a lo lejos –dice señalando con el dedo–, donde un anciano muy amable me ayudo a esconderme en una de las lanchas que tenía ancladas a la orilla del mar.
«La policía me rastreó hasta llegar a su tienda y lo interrogaron, preguntándole si había visto a un joven pasar por allí con jeans, pelo corto, tatuajes en los brazos y una camisa a cuadros ajustada. Él lo negó todo, a pesar de no saber que había hecho o por qué querían arrestarme. Una vez que los policías se fueron y verifico que no volverían, el anciano fue a verme a la lancha y le conté todo lo que te estoy contando ahora.
«Me dijo que podía contar con él para lo que fuera y me aconsejó venir a esconderme a esta isla. Dijo que en este volcán había una casa secreta donde podía ocultarme todo el tiempo que necesitara. Así que me prestó la lancha en la cual yo estaba escondido, con la condición de que cuando arreglara mi problema lo fuera a ver para contarle como me había ido y para que le devolviera la lancha. De ese modo llegue aquí, Nicole.
–No sé qué decir. Realmente me dejaste sin palabras, pero me alegra saber que existe gente tan buena como ese anciano, de lo contrario ya estarías tras las rejas.
Rodrigo sonríe, nervioso. De seguro se está imaginando a si mismo encarcelado. Meditó por un momento, y continuó hablando:
–Mi respuesta a tu segunda pregunta es no, no me pareces irritante. Simplemente nunca me agradó demasiado que me dijeran lo que tengo o no tengo que hacer. Es parte de mi pasado, no es algo agradable de recordar, así que por favor evita hacer preguntas sobre él.
–Y no lo haré, tranquilo. El problema es que a mí tampoco me agrada que le hables mal a mi hermano, a pesar de que el haya empezado todo. Siempre dice lo que piensa, o al menos la mayoría de las veces. Sería genial que ambos se disculparan, pero tal vez sería mejor dejar que simplemente suceda todo como deba suceder
Editado: 19.01.2019