Donde las bestias se ocultan (la isla #1)

Nostalgia

–Solía salir a pescar con mi padre en las calurosas tardes de verano –comienza a decir de pronto mientras se detiene y observa el cielo, a lo que me detengo a esperarlo–. Era muy pequeño como para sostener una caña de pescar tan grande como la de mi padre, así que un día se lo dije e improvisó una caña perfecta para mí. Me puse muy feliz. Aunque, si hubiera sabido que esa sería la última vez que saldría a pescar con él, quizás le hubiese recordado lo mucho que lo quería y… –no finaliza la frase, noto cómo comienza a bajar la mirada con evidente tristeza, así que le doy unas palmadas en la espalda para que se anime.

–Gracias, Logan. Nunca he sido demasiado cariñoso, ¿sabes? Pero desde que perdí a mi padre las ganas de abrazarlo no han cesado. Desde su fallecimiento no he podido calmar esas ganas –suspira profundamente, con dolor.

–No tienes nada que agradecer. No me quiero que Nicole te vea así de triste, en seguida me culpará y se enojará conmigo.

–Está bien. Y, ¿sabes otra cosa? En el momento en que tu hermana me abrazó sentí como ese remordimiento se calmaba, me transmitió cierta seguridad. Desde que mi padre murió nadie me había abrazado, hasta hace un momento.

–¿Entonces por eso se estaban abrazando? –pregunto avergonzado.

–Sí, Logan. ¿Qué pasó por tu mente y te hizo reaccionar de ese modo?

–Pensé que la tenías entre tus brazos obligada –confieso nervioso–, y que querías aprovecharte de ella.

–¿Aprovecharme de ella? Realmente estás mal de la cabeza, cuñadito.

–¿¡Perdón!?

–Tranquilo –sonríe burlón–, era broma. Aún no somos cuñados, pero puede que más adelante si.

–¿¡Cómo!?

–Olvídalo –dice con su voz aun chillona, revolviéndome el pelo–, de todos modos nunca se sabe lo que pueda llegar a pasar.

Reanudamos nuestro camino hacia el lago, que por suerte no estaba demasiado lejos así que llegamos sin mayor esfuerzo. Rodrigo se acerca al lago de leche de fresa con precaución, se inclina y bebe un poco de sus aguas tomándola entre sus manos. Se reincorpora dirigiéndome una mirada llena de angustia, frunciendo el ceño.

–¿Logan…?

Su voz se escucha casi tan grave como la mía pero con matices de agudeza, seguramente acabarían de desaparecer con el tiempo. Ambos sonreímos, y justo en ese momento comenzó a esconderse el sol, dándole a las nubes un color entre rosa y violeta. Era simplemente hermoso.

Comienzo a sentir algo de pena, ya que desde mi llegada a la isla no había recordado en absoluto a Beatriz. Estuve tan centrado en explorarla, que no hubo cabida en mis pensamientos para ella. Pero ahora, al ver tan bello atardecer, la recuerdo y empiezo a sentir nostalgia. Cuanto me gustaría tenerla aquí conmigo, abrazándola mientras vemos el atardecer de principio a fin…

Rodrigo debió notar mi nostalgia, porque me da pequeñas palmadas en la espalda y me dice:

–No pienses tanto, te hará daño. La gente suele darle muchas vueltas a las cosas, ¿sabes? Si no lo hicieran quizá serían un poco más felices. ¿Te parece si volvemos a casa? Tu hermana debe estar preocupada por nosotros. Por ti –corrige.

Asiento.

Esta vez Rodrigo no se detuvo a observar nada, simplemente caminó. De vez en cuando volvía la vista hacia atrás verificando que fuera tras él, o quizás por algún ruido que le llamaba la atención.

Mientras caminábamos reinaba un silencio incomodo. No supe qué decir, así que no me atreví a hablar. Pero él sí. Esta vez me contó sobre su madre. Dijo que fue una mujer apegada a la naturaleza, capaz de defenderla con su vida. También dijo que amaba la música, y de vez en cuando componía canciones infantiles exclusivamente para él. Todos los sábados le cantaba una diferente, hasta el accidente…

–Recuerdo que fue en una mañana de otoño –contaba–. Sábado, para ser más exacto. Viajaron al sur por asuntos de trabajo y me dejaron al cuidado de mi abuela, Hannah. Ese día desperté sin ánimos de nada, sentía un vacío inexplicable. Mi abuela había preparado mi desayuno favorito: leche de chocolate con selladitos. Mientras comía recibió una llamada, contestó y la puso en altavoz, como solía hacerlo cada vez que llamaba mi madre. Lo que escuché me horrorizó por completo, y lo recuerdo casi como si hubiera sido ayer.

–Hannah… Tu hijo… Yo… Hemos tenido un accidente. No… Me queda mucho tiempo… Cuida a Rodrigo… Te lo suplico. Dile que… Lo queremos mucho… Y que siempre… Lo cuidaremos… Desde donde estemos. Siento que… Mi corazón… Ya… No… –y su voz se apagó. Solo se escuchaba el ruido de los bomberos que llegaban, pero no a tiempo.



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En el texto hay: criaturas, aventura, sorpresas

Editado: 19.01.2019

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