Miro a Rodrigo y está completamente aterrorizado, noto cómo sus jeans comienzan a oscurecerse poco a poco en la entrepierna. ¿Es enserio? Al parecer no es tan macho como aparenta serlo. Me rio para mis adentros. Pretendo burlarme, pero hay algo más importante que requiere mi atención absoluta: la bestia.
De pronto una extraña palabra viene a mi mente: cocosaurio. ¿Cocosaurio? Supongo que así lo nombré cuando era pequeño, así que así lo llamaré de hoy en adelante. Intento recordar si en alguna parte de mi libro lo menciono, pero los gritos de doncella en peligro de Rodrigo me impiden concentrarme.
–¡Cállate, imbécil! –grito enojado–. Si sigues gritando no podré salvarte.
Le lanzo una mirada fulminante frunciendo el ceño, él me mira con ojos llorosos escondido tras un árbol que se encuentra detrás de mí, y al parecer capta la idea porque se tapa la boca con ambas manos, intentando contenerse.
El cocosaurio simplemente nos observa a una distancia prudente, como esperando a que demos el primer paso para comenzar el enfrentamiento, por lo que aprovecho de estudiarlo lo más detenidamente posible. Tiene verdes escamas de cocodrilo en los lugares debidos que brillan con la débil luz del atardecer, sus grandes colmillos sobresalen de su hocico, dándole un aspecto más terrorífico. Su cola es tan larga como un automóvil, y sus ojos son tan rojizos como el sol que se esconde entre los árboles.
Hubiese querido observarlo más detalladamente, de no ser porque comienza a caminar lentamente hacia nosotros, acortando con cada paso que da la distancia que nos separa. ¿Se habrá cansado de esperarnos? Claro que no. Una pequeña roca pasa junto a mis pies, rodando hacia Rodrigo.
–¿¡Le lanzaste una roca!? –exclamo, envuelto en cólera.
–¡Creí que lograría espantarlo! –me responde él con cierta mirada inocente.
La bestia está cada vez más próxima a nosotros. Debo pensar rápido, de lo contrario… No, no debo pensar en eso. Saldremos con vida, estoy seguro. Ya logré antes librarme dos veces de la muerte, ¿por qué esta vez sería diferente? “La tercera es la vencida”, recordé. No, no puedo dar cabida en mi mente a ese tipo de pensamientos negativos. Debo salir con vida de esta, debo volver a ver a Nicole, a Beatriz, y a mamá…
–¡Logan…! –me grita Rodrigo mientras corre en dirección al ascensor escondido entre las enredaderas que cubrían parte del pie del volcán. Lo hubiese dejado si su casa hubiese estado vacía, pero había alguien: Nicole.
–¡Rodrigo, no vayas! ¡Nicole estará allí, y si la bestia te sigue ambos morirán!
–¡Ya me está siguiendo! –exclama horrorizado, con el cocosaurio tras él.
“Imbécil”, es la única palabra que se repite una y otra vez en mi mente, mientras corro a esconderme en el árbol que sirvió a Rodrigo de escondite hace un rato. “¿Qué debo hacer”, me pregunto mientras procuro no llamar la atención de la bestia. Decido consultar mi libro por última vez, depositando en él la esperanza de salvar nuestras vidas.
Busco y busco, sin cesar, hasta que de pronto una página llama mi atención.
–¡Aquí está! –grito, emocionado. Gran error. El cocosaurio se detiene en seco, deja de perseguir a Rodrigo y voltea a verme, girando lentamente su cabeza. En parte fue mejor así, porque estaba demasiado cerca del pie del volcán y Nicole… “Logan, eres un idiota”, me reprendo por permitir que nuevamente pensamientos negativos entraran a mi mente.
Me observa brevemente, hasta que ruge furioso y comienza a correr hacia mí. “Crastou, es mi fin”, pude haber pensado. Pero no había necesidad de hacerlo, ya que tenía la solución. O al menos esperaba tenerla.
eCocosauriof
Soné que me perseguía a través de una selva con espesa vegetación.
Estaba a punto de devorarme, pero un hada llegó y comenzó a cantar con una bellísima voz una canción en un idioma que no conozco.
El hada me dijo que se llamaba Nicolette, y que provenía de la época en que había reyes gobernando el mundo.
Editado: 19.01.2019