–Mamá, ¿estás bien? –pregunto angustiado y a la vez aliviado, ya que comienza a mover poco a poco los dedos de su mano derecha.
–¿Qué me pasó?
–Te desmayaste, mamá. Pero lo importante es que ahora te encuentras bien.
–¿Por cuánto tiempo estuve inconsciente? –me interroga, con ojos asustados.
–Por un par de días, solamente. Tenía miedo de que no despertaras jamás…
–Tranquilo, Logan. Estoy bien. ¿Y Nicole?
–Solo podía entrar uno de los dos, así que tras una breve conversación decidimos que yo entraría. Además, estabas delirando… –digo esto con pesar, temo que por la edad comience a sufrir trastornos mentales, o peor… No, lo dudo.
–¿Delirar, dices?
–Hablabas sobre una sombra que se materializó ante ti, sobre una catástrofe y sobre… –dudo por un momento, pero finalmente decido completar la frase–. Lucifer. La doctora llamó a un sacerdote para que te bendijera mientras te encontrabas inconsciente, por sea caso.
Dicho esto mamá cierra los ojos bruscamente, como si intentara recordar algo, hasta que finalmente grita:
–¡Si, ya lo recuerdo! ¡me advirtió sobre terribles peligros que tendrás que enfrentar! Tendrás que… –pero no logra acabar la frase, ya que calla de golpe, como si temiera decirlo.
–¿Tendré que…? –pregunto con curiosidad.
–Hijo –dice mientras busca mi mano tanteando la cama del hospital y una vez que la encuentra la toma–. Sé lo que ocurrió en esa isla. Sé todo sobre ella, no preguntes cómo lo sé, porque ni yo misma lo comprendo.
Estoy completamente atónito. ¿Cómo es que se enteró de todo? ¿y cómo es que me habla con tal serenidad en su voz? Quisiera plantearle todas mis dudas, pero está en recuperación y como ella misma dijo, no lo comprende.
–Logan –aclara su garganta–. Estuviste en la isla donde las bestias se ocultan, sé que sabes a lo que me refiero. Y sé que tienes un libro que hallaste en un contenedor de basura, seguramente ya habrás notado que no es un libro cualquiera, ¿no?
–Sí, mamá, así es. ¿A dónde quieres llegar con todo esto?
–Debes buscar –tose bruscamente–, un libro casi idéntico al tuyo, pero será una búsqueda llena de peligros. Tengo unos –carraspea levemente–, pequeños ahorros bajo mi cama que te servirán para lo que necesites. ¿Me prometes algo, mi niño?
–Lo que quieras, madre.
–Lucha por tu vida hasta el último aliento.
Siento su mano zafarse de la mía, cayendo violentamente sobre la cama. Y, las líneas que subían y bajaban en el electrocardiógrafo, se detuvieron.
Editado: 19.01.2019