Prefacio

Nunca me había detenido a mirar el cielo, hasta esta noche.

Sé que para muchos tiene un valor sentimental. Algunos solamente lo capturan con sus teléfonos inteligentes porque es considerado estéticamente complaciente. Otros son apasionados por la astronomía y podrían pasar horas hablando sobre ello. Y después están los que simplemente disfrutan de su compañía.

Desconozco en qué grupo pertenezco, dudo que encaje en uno. Por otro lado, el resplandor en los ojos de Daniela me hace pensar que ha encontrado su paraíso.

Me atrevo a admitir que, por primera vez en toda mi vida, comparto esa sensación.

Ella es el ardor que enciende los luceros que conforman mi universo.

—Los momentos más simples son aquellos que te lo demuestran —exhala, obsequiándole al cosmos la sonrisa más bella jamás antes vista—; que vivir vale la pena. Lejos de la civilización, donde las estrellas brillan más.

No estoy de acuerdo con ella, pero no se lo hago saber.

No me importa el esfuerzo que hace el resplandor lunar para llamar mi atención, tampoco el tintineante manto estrellado que nos protege de una manera tan acogedora. Porque ni el cometa más grande y luminoso logrará que mi mirada se aparte de Daniela.