LARS
Quizás es muy temprano para estresarme y comenzar a pensar de más, pero la idea de tener que regresar al instituto y ver a Daniela con mi cara de estúpido no ayuda en absoluto. Lo primero que hice al llegar a casa fue cambiar mi fondo de bloqueo. Sería lo suficientemente embarazoso que viera una foto suya en el celular de su nuevo compañero de trabajo.
Compañero de trabajo.
Es tan extraño. Si soy honesto, sólo estoy esperando a que salgan los camarógrafos de su escondite y digan que se trata de una broma para un programa de televisión. Tendría más sentido.
Mamá tuvo que iniciar su turno en la farmacia a las siete de la mañana, así que decidí ir a algún sitio para distraerme. Existen miles de lugares, mas la curiosidad me mata una vez más y elijo la cafetería de Vanessa Parish: As de Corazones. No es la primera vez que vengo. Temo admitir que es excelente para buscar cualquier clase de inspiración, aunque quizás se deba a que me recuerda a aquel loco verano en el que creamos momentos que siempre quedarán tatuados en mi mente con tinta indeleble.
Se trató de algo tan repentino e inesperado, no obstante, el encanto terminó cuando tuvo que regresar a Manhattan y yo me rehusé a intentar trabajar en una relación a distancia. Tiempo después, me enteré de que era hija de un importante político neoyorquino que resultó estar desaparecido por una buena cantidad de tiempo. No miro noticias, me ponen los nervios de punta, pero puedo decir que estoy agradecido por no haber tenido que estar involucrado en ese lío del que desconozco su desenlace. Eso sí, sin importar sus raíces, me atrevo a admitir que es un sol de ser humano.
Su establecimiento está en perfectas condiciones, no esperaba menos. Los colores blanco, rojo y negro dominan el lugar; haciendo homenaje a la temática de naipes. No sería sorprendente si un día te topas a la Reina de Corazones, se trataría de la cereza del pastel. Tomo asiento en la mesa del rincón y saco mi pequeña libreta de la mochila. Otra de las cosas que me agradan de aquí es que puedo quedarme el tiempo que deseé sin que los trabajadores me miren feo por mi eterna sobremesa.
Recuerdo a la perfección aquella mañana de julio en la que apenas llevaba días inaugurada. Ambos nos encontrábamos donde yo y comenzamos a hacer una pequeña lluvia de ideas para escribir lo que se nos viniera a la mente. El resultado fue una canción desastrosa y cursi, de aquellas que te causan una tremenda vergüenza cuando las vuelves a leer tiempo después. En ese entonces, pensamos que "Perdido en tu luz" sería el siguiente hit y que al fin podríamos correr a una disquera para perseguir el sueño que compartíamos.
Triste decepción, Martínez, porque terminaste huyendo como un idiota cuando te enteraste de que debía regresar a su vida y no quisiste ser parte de ella. Ahora, un poco más de tres años después, está alcanzando sus metas y tú sigues atrapado en San Diego.
Lo único que he hecho desde mi llegada son garabatos y sorber poco a poco mi latte de té verde. Odio el café con todo mi ser. Me pone tan inquieto que ni siquiera yo me soporto. Lo prefiero mil veces, aunque sea una confesión un poco controversial. Y, ahora que mi mente está infestada por la memoria de Parish y el rostro de confusión de Estrabao, no quisiera imaginar el desastre que podría causar la cafeína.
El ambiente es tranquilo, hasta que unos gritos de entusiasmo interrumpen la música pop que sale de las bocinas. Levanto la cabeza y dirijo mi atención hacia la puerta, donde se vive un completo caos. Una chica pelinegra con lentes de sol está bajo el umbral y se toma fotos con un cuarteto de adolescentes, quiero pensar que se trata de las dueñas del ensordecedor escándalo. La muchacha se toma su tiempo y hasta se despide con amabilidad. Si se trata de Daniela, voy a llorar. Estoy perdido y la casualidad me estaría jugando sucio, otra vez.
—¡Las quiero! —exclama lo suficientemente fuerte como para producir eco en el establecimiento.
Pensé que no volvería a escuchar aquella voz. Tal vez únicamente en entrevistas o algo por el estilo. Es tan característica e inconfundible. Ahora me doy cuenta de que me equivoqué y comienzo a juzgar mis inteligentes decisiones. Una parte de mí deseaba que sucediera y es por ello que vine aquí, pero la otra no está lista para el reencuentro.
Permanezco inmóvil, no es como que tenga otra opción, y es justo eso lo que capta su atención. Desvío mi mirada de Vanessa. ¿Qué se supone que debo hacer? ¿Seguir dibujando tontería y media? ¿Consumir mi bebida a gran velocidad y salir corriendo? ¿Prepararme para tener una conversación con ella? Ninguna opción me agrada.
—¿Está ocupado? —la escucho decir a la par que arrastra la silla frente a mí.
Mierda. Estoy jodido.
Levanto mi cabeza para negar con ella. Sigue idéntica a como la recuerdo. Creo que soy yo el que parece un completo extraño. Me sorprende que quiera interactuar conmigo después del imbécil que fui. Ahora somos adultos, al menos legalmente, y tal vez crea que podemos terminar con las niñerías y resolver lo que dejamos inconcluso. Pero, Dios mío, no hoy.
—Veo que cumpliste tu promesa de ser el cliente número uno del As de Corazones —comenta, sentándose—. Si te soy franca, eres la última persona que esperaba encontrar aquí.
—Somos dos —rio con nerviosismo, haciendo que ella también lo haga—. Escuché "Karma" en la radio hace poco, es fantástica.