Antes de que iniciara el combate, recibí una llamada telefónica. Era mama y estaba preocupada. Me pidió que no hiciese locuras. Deseaba verme lo antes posible en el hospital. Estoy segura de que no te veré sano, pero al menos quédate a salvo, me dijo con voz temblorosa. Pero el viejo me grito la hora y debía cortar. Te prometo que estaré bien, mama, le dije antes de terminar la llamada, volveré como campeón; mejor piensa en tu operación, te conviene más. Ella acepto y nos despedimos mutuamente. Me limpie las lágrimas con la bata y escuche como las pisadas de Alfredo retumbaban mis oídos y ponía su mano en mi hombro. No es hora de ser débil, razono. El anciano también se acerco y –deduzco– se aseguro que estuviera listo para combatir. Vamos, dijo el viejo, consigamos cimentar tu legado.
Eso sucedió hace dos horas… Ahora, he aquí los hechos:
Estaba en la última ronda, listo para besar la lona. Las gotas de sudor no paraban de correr por mi rostro y sentía impotencia, impotencia de sentirme acorralado.
Seguramente, él sestaba sonriendo. Al contrario, yo mismo cargaba un intenso dolor sobre mi cuerpo. Pero siempre fue lo mismo, incluso ahora, todo a mí alrededor luce borroso y sabía que eso no podría eliminarme del juego. Pero también reconocía que un paso en falso me sacaría del cuadrilátero permanentemente. Recuerdo –vagamente, casi como un ensueño– escuchar la voz del viejo. Estas sangrando demasiado, exclamaba, no duraras mucho en este estado, no vale tu vida. Tenía razón, pero mis creencias apostaban por otra posibilidad. Anciano, le dije, seguiré aguantando hasta oír derrumbase sobre el ring el cuerpo de Martínez. Ese bastardo merecía perder su vida por todos los crímenes que cometió, sin embargo, me conformaba solo con arrebatarle su respeto. El viejo suspiro y se aproximo a mi oído. Esto no revivirá a Gonzalo, murmuro con frustración. Solo respire hondo y asentí con firmeza. Alfredo, paradójicamente, puso en mi boca un pitillo y comencé a sorber el agua. La emoción del público y la sensación de derrotar a mi oponente sería lo que mantendría mi cuerpo al límite.
Debía ganar y llevarme el triunfo antes de volver reencontrarme con mama.
Sonó el sonido de la campana: Me pusieron el protector bucal y me levante del banquillo, dispuesto a ganar el último asalto. Lo lograras, decía Alfredo, nadie más puede hacerlo, además de ti.
Paseaba por territorio desconocido, moviéndome a través del sonido y solo restaban tres minutos antes de finalizar el combate. Trague sangre y me acerque lo suficiente, dejándome llevar por el latir de mi corazón y el olor del sudor manando de su cuerpo.
Quiero recalcarlo: Todo en mi vida es borroso, pero mi secreto es concentrarme, solo lo suficiente, y oír, sentir o oler lo necesario para conseguir lo que quiero. Una vida sin visión puede transformarte en un hombre superior. Algo más allá del promedio, dependiendo de tus esfuerzos. El paso del tiempo solo intensificaron mis otros sentidos, volviéndome un boxeador ciego, pero capacitado.
¿Estoy maldito?
No lo sé, pero no fue eso lo que me trajo aquí: Las agallas y el entrenamiento fueron las garantías necesarias que tornarían un indefenso prodigio a una estrella mundial de la lucha y protector de los débiles. Esa noche, las almas de incontables inocentes cubrían con sus deseos mi cuerpo, obligándome a recobrar con mis propias manos la justicia despojada por el criminal conocido como Gustavo Martínez.
Nos movíamos en círculos y escuchaba como su respiración disminuía… Planeaba algo, pensé. Actué deprisa: Gancho derecho, puñetazo al rostro.
¡Maldición! Siento como esquivó los movimientos y contraataca de regreso. Lanza una serie de golpes demoledores y solo puedo cubrirme e implorar una abertura; aun no lo sabía, pero la camilla de mama se movía por diferentes pasillos del hospital, dispuesta a combatir el cáncer con todas sus fuerzas. Lo único que podía hacer en aquel entonces era entregarle mis plegarias.
Escucho, siento una grieta: Golpe izquierdo al torso, jab al mentón. Parece mi oportunidad y me lanzo al ataque. Recuerdo como las voces del público estremecían el lugar. Mi nombre resonaba por todo el lugar, pero el suyo fue apoyado por un gentío más grande. Aun así, tendría el privilegio de volverme campeón mundial, sin importar el precio. Lo acorralo contra las cuerdas y lanzo mi movimiento de gracia: Un uppercaut directo a la barbilla. Sufrí el crujir de los huesos de mi mano al tacto con su rostro. Pero valía el dolor, puesto que su rostro, probablemente, habría terminado desfigurado. Entendí por el réferi que su cuerpo yacía inmóvil. Todo el sitio termino adornado por un silencio apabullante. Estábamos cansados física y mentalmente y probablemente por eso no pudo defenderse de mi técnica más letal. Pero esa noche se acomodo bien sus botas. Mientras los segundos contaban, sentía como se alzaba, lentamente para seguir luchando. No es un demonio, murmure, es el mismísimo diablo. Imploraba que apresurasen la cuenta y que terminase el combate.
Abrían una incisión, tras otra, hasta encontrar la fuente de su dolor, pero fue muy tarde. Mama estaba a punto de despedirse de estancia en la tierra.
Cinco, seis, siete, ocho…
¿Puede luchar? Pregunto el árbitro. Claro que puedo y lo hare, respondió Martínez en tono furioso. Nada puedo ver además de manchones y acaso algunas cosas relativas, pero estoy seguro de que su mirada en ese momento se encendió. No tenía muchas razones para seguir, además del sentirme vivo y dejar un recuerdo para las siguientes generaciones: No deseaba la fama, pero si el reconocimiento. Quedaba un minuto y yo ganaba por puntación. Él lo sabía. Si me noqueaba, todo haría terminado… Y eso era lo que él buscaba. En ese momento, no pude reaccionar como hubiese querido y me agarro con la guardia baja, realizando una serie de pequeño saltos como si estuviera saltando la soga, exhalando aire en cada rebote, tomando medidas para algo peligroso. Sabía que un peligroso movimiento se avecinaba, porque se había relajado demasiado. En cuestión de segundos, exploto: Lanzo una serie de golpes snap con mucha velocidad directo al pecho que me tomaron por sorpresa. El impacto con cada golpe suyo me dejo atontado, cambiando consecutivamente de brazos para maximizar el tiempo de ataque y reducir el cansancio del momento. Pronto oí un sonido horrible y sin darme cuenta, termine en la lona.