La noche era densa y opaca. Ni el whisky caro ni el humo del cigarro lograban templar la tensión que se apoderaba de Noah mientras recorría en círculos su oficina, como un animal enjaulado. Desde que Claudia desapareció, cada minuto era una provocación al límite de su control. La última vez que escuchó su voz había sido como un disparo en plena sien.
«Un hombre me tiene. No sé dónde estoy…», había dicho con un hilo de voz. Pero lo que realmente lo sacudió fue lo último:
“Se llama James.”
Ese nombre lo lanzó de regreso al pasado como un látigo. James. El traidor. El único que alguna vez osó desafiar su poder… y sobrevivió.
El teléfono vibró.
Noah detuvo el paso. Miró la pantalla. Número desconocido. Sin remitente. Solo un mensaje.
1 archivo adjunto.
Deslizó con el pulgar. La imagen cargó lentamente, pero no lo suficiente como para amortiguar el golpe.
Claudia.
En una habitación oscura.
En el suelo.
Sus brazos cruzados sobre el estómago. La piel marcada. Un hematoma en la clavícula. Su rostro, sucio, con la mirada extraviada… pero viva.
Noah no parpadeó. El silencio lo devoró. Las paredes parecían respirar con él, conteniendo la rabia. Su mandíbula tembló, pero su cuerpo permanecía rígido como una estatua de hielo.
Otro mensaje.
“¿La querías rota? Llegaste tarde.”
—James.
El teléfono resbaló de sus dedos. Cayó al suelo sin romperse. Él se agachó lentamente, lo recogió, y soltó una risa áspera, hueca, casi mecánica.
—Bien, James —susurró—. Querías guerra.
Noah se dirigió al panel de comunicaciones en la pared. Pulsó una clave que solo había usado una vez antes. Una luz roja se encendió. Voz metálica al otro lado:
—Código Omega. ¿Confirmar activación?
—Confirmo —dijo Noah—. Involucren a todos. Filtraciones, alianzas, mercenarios. Quiero a James muerto. Pero antes… tráiganme a Claudia. Viva.
—¿Y si se resiste?
—Entonces no están haciendo bien su trabajo.
Su mirada era otra. No quedaba rastro del autocontrol elegante de semanas anteriores. Ahora era un depredador herido. Y un depredador herido no razona: actúa.
Volvió a mirar la foto. A Claudia.
Y entonces lo supo.
No solo quería vengarse de James.
Quería reescribir la historia.
Quería ser el salvador… después de haber sido el verdugo.
Quería que Claudia volviera a él por elección… aunque esa elección fuera sembrada entre el miedo y la desesperanza.
Pero por primera vez, algo en su pecho temblaba.
Noah lo sintió.
La idea imposible.
¿Y si ya la había perdido?
No.
No iba a permitirlo.
Porque si James pensaba que podía usar a Claudia como pieza en su juego… entonces no entendía que, para Noah, esto ya no era un juego.
Era el fin de todo lo que no controlaba.
Y cuando Noah se movía… el mundo sangraba.