Donde muere la lealtad (libro I)

Capitulo 30

La noche era espesa, como si el aire mismo estuviera esperando que algo estallara. Noah no sentía el frío. Solo escuchaba el zumbido constante de la información fluyendo en la pantalla frente a él. Coordenadas, nombres, transacciones, cámaras callejeras. Todo apuntaba a un patrón.

Una dirección en las afueras.

Aún sin certeza. Pero suficiente para movilizar a su equipo.

La imagen de Claudia, en la penumbra de aquel galpón, lo perseguía incluso con los ojos abiertos. La sangre seca en su mejilla. El moratón bajo el ojo. El ángulo de su cuello, como si hubiera perdido fuerza para sostener su propia dignidad.

James se había atrevido. James, el viejo lobo que una vez compartió el mismo barro que él.

Noah no podía tolerar eso. No por compasión. Ni siquiera por amor. Era más primitivo. Claudia era suya. Lo era incluso en ausencia, incluso rota. Nadie podía destruirla que no fuera él. Nadie tenía ese derecho.

El teléfono volvió a vibrar. Otro mensaje. Un nuevo video.

Claudia estaba sentada en el suelo, atada de muñecas, los labios partidos, los ojos vacíos. No hablaba. Solo respiraba. Pero en esa respiración, Noah vio algo: no era derrota.

Era resistencia. Y eso encendió un fuego que no había sentido desde sus días más oscuros.

—Prepárense —ordenó a sus hombres—. Llevamos todo. Vehículos sin placas. Drones. Armamento silencioso. No es un rescate. Es una ejecución encubierta.

El segundo al mando lo miró.

—¿Y si Claudia…?

Noah no lo dejó terminar.

—Claudia vive. James muere. En ese orden.

Se detuvo un segundo frente al espejo. Tenía la mirada enrojecida, ojeras marcadas, la barba sin afeitar. No le importaba. La guerra no exigía belleza, exigía precisión.

Y esto, ahora, era personal.

—¿Y si es una trampa? —preguntó otro de sus hombres.

Noah sonrió, pero sus ojos no acompañaron la expresión.

—Entonces caeré dentro de ella. Pero no sin arrastrar a James al infierno primero.

Cruzó el umbral de su oficina y subió al vehículo blindado que lo esperaba. El motor rugió como un eco de su rabia. Las calles de la ciudad se desdibujaban mientras avanzaban hacia la ubicación.

Desde la pantalla del asiento trasero, seguía viendo el rostro de Claudia. Cada segundo en cautiverio era una herida más profunda en su orgullo. Y eso era intolerable.

Ella lo había desafiado, sí. Había fingido sumisión, lo había manipulado, lo había traicionado con astucia. Pero era suya. Él la había hecho. La había moldeado.

Y ahora, ella le pertenecía más que nunca.

No importaba si lo odiaba.

Noah no buscaba su amor.

Buscaba su rendición.

Y esta vez… no iba a dejar cabos sueltos.




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