Habían pasado semanas desde la muerte de James. Noah y Claudia vivían en una calma tensa, como si ambos entendieran que lo que compartían era real, pero también frágil. Él se esforzaba por ceder el control, y ella, por no levantar murallas demasiado altas.
La biblioteca estaba completa. Claudia pasaba horas allí. A veces leyendo, otras escribiendo. Noah no preguntaba. Solo le traía café, silencios compartidos y una mirada cada vez menos de cazador, más de compañero.
Pero la guerra nunca desaparece del todo para alguien como Noah.
Y justo cuando bajó la guardia… el ataque comenzó.
Fue un mensaje.
No uno cualquiera. Uno entregado en un sobre de lino blanco, sin remitente, dejado en el asiento del coche de Claudia cuando ella salió sola por primera vez a una librería del centro.
“¿Sabes quién es Noah, en realidad? Porque no estás con un hombre. Estás durmiendo con una sombra.”
Adentro, una foto impresa: Noah, años atrás, con James. Sonriendo. En una reunión clandestina. Armas. Dinero. Sangre en las paredes.
Claudia no dijo nada ese día. No preguntó. Solo lo guardó.
Y al día siguiente, recibió otro.
Una grabación de audio.
James, con la voz distorsionada, hablando con alguien que parecía ser… Noah.
“…déjala un tiempo, la vamos quebrando juntos. Después decidimos qué parte queda viva.”
La voz era tenue. Dudosa. Pero lo suficiente para sembrar algo.
Claudia no dormía bien esa noche.
Noah lo sintió. El silencio de ella era distinto. Ya no era reserva. Era duda.
—¿Qué pasa? —preguntó una tarde mientras ella tomaba té junto al ventanal.
Claudia bajó la taza. Se giró lentamente.
—¿Tú y James… trabajaron juntos alguna vez?
Noah se tensó, apenas. Pero no mintió.
—Sí. Antes de que tú existieras en mi mundo. Él y yo fuimos… aliados. Hasta que crucé una línea que él no toleró. Y él cruzó una que yo nunca perdoné.
—¿Y esa línea era yo?
Noah la miró largo rato.
—Eras el catalizador. No la razón. La razón fue que él me obligó a mirarme. Y no me gustó lo que vi.
Claudia asintió. No respondió. Solo salió de la habitación. Pero dejó la nota sobre la mesa. El sobre blanco. La foto.
Noah la tomó. Su rostro se endureció.
—¿Quién más sabía del archivo con James? —preguntó al analista esa noche.
—Solo dos personas, y una está muerta.
—La otra…
—La otra es Evan. Tu antiguo contador.
Noah cerró los ojos. Evan. El mismo que había desaparecido tras una auditoría interna. No pensó que tuviera la audacia de volver. Y menos de esta forma.
Días después, otro ataque.
Un periodista anónimo publicó un artículo insinuando que Noah “reconstruyó” a Claudia después de su secuestro, usando métodos poco éticos. Lo llamaban “rehabilitación condicionada”.
La frase era quirúrgica. Cruel. Fría.
Claudia leyó el artículo.
Y lo confrontó.
—¿De verdad crees que me reconstruiste? ¿Qué me moldeaste?
Noah negó. Pero no se defendió. Se arrodilló ante ella.
—Creí que necesitabas que yo fuera el orden… hasta que entendí que solo te hacía vivir en otra prisión. Me equivoqué. Pero estoy aquí. No como tu dueño. Como tu igual. Aunque el mundo quiera romper eso.
Ella lo observó. No con lástima. Sino con algo cercano a la compasión. Y le tocó la mejilla.
—Entonces no permitas que usen mi nombre para hundirte. Yo no soy su arma. Ni su escudo.
Pero los ataques no paraban.
Claudia fue seguida por la calle. Una mujer se acercó, fingiendo pedirle una foto… solo para susurrarle:
—Corre antes de que termines como las otras.
Ese mismo día, alguien le envió una copia de una denuncia antigua. De otra mujer. Contra Noah. Archivada. Sucia. Dudosa.
Noah jamás habló de ella.
Pero ahora… debía hacerlo.
Y esa noche, lo hizo.
Le contó todo.
—Fue antes de ti —dijo, la voz baja—. Una operación en Europa del Este. Una informante. Yo la protegía. Ella cruzó líneas que yo no permití. Terminó muerta. La acusación fue una forma de enterrarme. Pero no se probó nada. Aun así… dolió.
—¿Dolió por ella?
—No. Dolió porque entendí que cualquiera puede pintarme como monstruo, y será creíble.
Claudia no lo abrazó.
Pero tampoco se fue.
En su habitación, sola, Claudia comenzó a escribir en su cuaderno de espiral:
“El enemigo no es solo el que golpea. Es el que te obliga a dudar de lo que amas.”
Y abajo: “Esta vez no voy a dudar. Voy a pelear. A su lado.”
La guerra había comenzado otra vez.
Pero ahora, Noah ya no estaba solo.
Y quien intentara derribarlo… tendría que pasar primero por Claudia.