Donde Mueren Las Estrellas

Capitulo 1 - LA TORRE DE PIEDRA NEGRA

El tren chirrió con una melancolía oxidada al cruzar el último túnel antes de llegar a Harlan, el viento de la montaña golpeaba los ventanales con una furia antigua, como si el mundo allá afuera quisiera advertirle algo, Nora Elvan no escuchaba ese mensaje, llevaba los audífonos puestos, pero la música no sonaba.

Era una forma de aislarse sin tener que explicar su silencio, doce años habían pasado desde la última vez que pisó Harlan, el pueblo no estaba en ningún mapa moderno, tenía que buscarse en los márgenes de los recuerdos o en los libros polvorientos de los archivos nacionales. Rodeado de bosques que parecían moverse cuando uno no miraba, y de montañas tan altas que cubrían la luna tres noches al mes, Harlan era más que un pueblo, era un susurro suspendido en el tiempo.

Cuando el tren se detuvo con un bufido metálico, Nora tardó en bajar...el andén estaba vacío, nadie había venido a buscarla, y eso le pareció justo.
¿Quién podría hacerlo?
Su padre había muerto, los vecinos, seguramente, la recordaban como "la hija que se fue y no volvió ni para las fiestas del pueblo".

Tomó su maleta de cuero desgastado y se ajustó la bufanda, el aire era más frío de lo que recordaba, cortante, como si el invierno aquí tuviera dientes.

El camino hacia la torre era el mismo de siempre, un sendero de piedras húmedas entre árboles sin hojas, bordeado por faroles antiguos que ya no funcionaban.
La torre de su padre se levantaba en la cima de una colina, solitaria y oscura, como un dedo que señala el cielo.
A medida que se acercaba, Nora sintió cómo algo dentro de ella se encogía, como si una parte olvidada de su infancia intentara escapar.

La puerta de la torre estaba entreabierta, no se molestó en llamar, empujó con suavidad, y la madera crujió como si se quejara por la visita.

Adentro, todo olía a papel viejo, humedad y ceniza.

La lámpara del vestíbulo parpadeaba con una luz amarilla y triste. Los estantes seguían cargados de libros encuadernados en cuero, había cuadernos con símbolos astrológicos, telescopios apuntando al techo de cristal, y mapas celestes colgados en marcos de madera carcomida.

Y allí, en medio de ese caos ordenado, estaba el cuaderno.

No sabía por qué fue directo hacia él, estaba sobre el escritorio, como si alguien —quizás su padre, quizás otra cosa— lo hubiera dejado allí para ella.

Lo abrió con manos temblorosas.
La primera página estaba en blanco, en la segunda, una frase escrita con letra firme:

"Algunas estrellas mueren dos veces. La primera, en el cielo, la segunda, cuando las olvidamos."

Nora tragó saliva.
Recordaba esa frase, su padre la había repetido muchas veces cuando era niña, sentado frente al telescopio, señalando constelaciones que ella no podía ver; en ese entonces pensaba que era sólo una metáfora poética, ahora ya no estaba segura.

Pasó las páginas con cautela.

Notas, diagramas, cálculos, órbitas alteradas, registros de pulsos electromagnéticos, fechas. Una destacaba, subrayada con tinta roja: 13 de agosto. La fecha estaba rodeada de garabatos frenéticos y una palabra escrita al margen: "Desconexión".

Un sonido la hizo alzar la cabeza, no provenía de la casa, venía de arriba, del observatorio.

Subió las escaleras con el corazón golpeándole el pecho, cada escalón crujía como si se resistiera a ser pisado.
Cuando empujó la trampilla, el aire de la torre le cortó el aliento; frío, espeso, cargado de electricidad.

El telescopio estaba girado hacia el techo acristalado, pero no apuntaba al cielo, apuntaba directamente al suelo del bosque, a unos trescientos metros de la torre.

Nora se acercó con lentitud, tomó los controles, ajustó la lente y miró; allí, entre los árboles oscuros, algo brillaba. Algo... pequeño y pulsante, una luz blanca, como un fragmento de estrella atrapada en la tierra.

Entonces escuchó su voz.

"Nora..."

Fue un susurro.
Apenas un aliento.
Pero era su voz.

Su padre.

Ella retrocedió, con la vista fija en el telescopio.

Su mente luchaba por darle sentido a lo que acababa de pasar, pero no encontró ninguna explicación lógica, tal vez era el cansancio, tal vez la nostalgia, tal vez algo mucho más profundo.

En ese momento lo supo, con una certeza que no venía de la razón, sino del alma, su padre no se había ido del todo y Harlan no era simplemente un pueblo olvidado.

Era una frontera.



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En el texto hay: suspenso amor intriga y ficción

Editado: 30.09.2025

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