Donde Mueren Las Estrellas

Capitulo 2 - EL BRILLO ENTRE LOS ARBOLES

Nora no durmió esa noche.

La torre de piedra negra, con sus muros gruesos y escaleras que se retorcían como un espiral dentro de una caracola, crujía con una vida propia. El viento silbaba entre las rendijas de las ventanas como si intentara formar palabras, y cada sonido se sentía más nítido, más cercano, como si el mundo respirara justo al otro lado del muro.

Se quedó sentada frente al cuaderno de su padre, sin pasarlo de página; la palabra "Desconexión" seguía brillando en su mente como una advertencia, cada vez que cerraba los ojos, veía la luz blanca entre los árboles.

Un resplandor imposible, no como una linterna, ni como un reflejo, era algo más... vivo.

Al amanecer, el pueblo despertó con lentitud, a lo lejos, el tañido de una campana rompió el silencio helado.

Nora salió de la torre envuelta en un abrigo grueso, con el cuaderno bajo el brazo y una linterna en el bolsillo, no iba a esperar más, necesitaba saber qué había ahí, en el bosque.

Qué había visto el telescopio.

Qué era esa luz.

El sendero era estrecho y resbaladizo, las ramas desnudas se mecían sobre su cabeza como dedos delgados. Nora avanzaba con paso firme, aunque por dentro una parte de ella temblaba, las hojas secas crujían bajo sus botas, en lo más profundo del bosque, el silencio tenía un peso distinto, se sentía denso, expectante, como si algo la estuviera escuchando.

Entonces lo vio.

Justo donde el telescopio apuntaba la noche anterior, encontró un pequeño claro.

El suelo estaba cubierto por una fina capa de escarcha, aunque era verano y en el centro, el aire parecía... doblarse, no había luz, no exactamente, era más bien una distorsión, un parpadeo en la realidad, como si algo invisible flotara en ese espacio, apenas perceptible, apenas real.

Se acercó lentamente y cuando extendió la mano, sintió una punzada de electricidad recorrerle el brazo.

Una imagen cruzó su mente, no era un recuerdo, era más como... una transmisión.

Una noche.

Su padre frente al telescopio.

Harlan bajo la lluvia.

Un grito ahogado en la torre.

La luz cayendo del cielo como una lágrima ardiente.

Nora retrocedió, con el corazón desbocado, se llevó las manos al rostro, estaba llorando sin saber por qué.

Entonces escuchó pasos.

Volteó de inmediato.

Un hombre avanzaba entre los árboles, no parecía un lugareño. Iba vestido con una gabardina larga, botas de montaña, y un morral de cuero colgado al hombro.

Era alto, delgado, y tenía el cabello oscuro, casi negro.

Al verla, se detuvo.

—No deberías estar aquí —dijo con voz grave.

Nora lo miró fijamente, secándose las lágrimas.

—¿Quién eres?

El hombre vaciló.

—Me llamo Elian. Estudié con tu padre... hace muchos años.

Me envió una carta antes de morir, me pidió que viniera a buscarte si algo salía mal.

—¿Una carta? —preguntó ella, incrédula— ¿Cómo sabías que yo estaría aquí?

Elian se agachó, tocó el suelo congelado con los dedos, y asintió para sí mismo.

—Porque esto ya ha pasado antes.

Nora frunció el ceño.

Elian se puso de pie, sacó de su morral un objeto envuelto en tela, lo desenvolvió lentamente, era un fragmento de cristal oscuro, tallado con formas geométricas imposibles.

—Tu padre lo encontró en 1987. Lo extrajo del mismo lugar en el que estás parada y desde entonces, el cielo ha estado...cambiando.

Nora observó el fragmento, no reflejaba la luz.

La absorbía.

—¿Qué es?

—No lo sabemos —respondió Elian—Pero cuando una estrella se apaga en esta región del cielo —señaló el cuaderno—, alguien siente el llamado. A veces en sueños, a veces en visiones, es como si una conciencia quedara atrapada, buscando un nuevo huésped.

—¿Estás diciendo que las estrellas... están vivas?

—No como nosotros —dijo Elian— Pero tampoco están muertas. Son portales, puentes y algunas personas, por razones que ni tu padre logró entender del todo, nacen con una conexión a una de ellas.

Nora sintió un escalofrío.

—¿Y crees que yo...?

—Creo que tu padre no murió por accidente —interrumpió Elian— Creo que supo demasiado y alguien, o algo, quiso detenerlo.

El claro pareció oscurecerse por un momento, como si el bosque hubiera retenido el aliento.

Elian guardó el cristal.

—Tenemos que irnos. No es seguro quedarnos aquí cuando la luz cambia de dirección.

—¿Qué quieres decir?

—Que hay cosas que sólo puedes ver con los ojos cerrados y no todas quieren ser vistas.

Nora miró una última vez el lugar donde la distorsión flotaba.

Ya no estaba o quizá nunca estuvo.

Tal vez era parte de ella desde siempre.

Siguió a Elian sin decir palabra, sintiendo que cada paso la alejaba del mundo que creía conocer... y la acercaba a una verdad que llevaba toda la vida escondida bajo sus recuerdos.



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En el texto hay: suspenso amor intriga y ficción

Editado: 30.09.2025

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