Donde Mueren Las Estrellas

Capitulo 3 - CIELO ROTO

La lluvia comenzó al atardecer, primero como un susurro y luego como un tamborileo firme sobre el techo de cristal de la torre. Nora se sentó junto a la estufa de hierro fundido, mirando cómo las gotas se deslizaban por los ventanales con una calma inquietante, afuera, el cielo se había vuelto de un gris enfermizo, como si el mundo se hubiese quedado sin colores.

Elian se movía por el observatorio como si ya lo conociera, revisaba instrumentos, consultaba papeles, y murmuraba fechas en voz baja; a Nora le molestaba su presencia, y al mismo tiempo, la tranquilizaba.

No confiaba en él del todo, pero tampoco confiaba en nadie más. Su padre nunca mencionó a Elian, y sin embargo, parecía saber más sobre Ódel que ella misma.

—¿Qué estás buscando? —preguntó ella finalmente.

Elian no levantó la mirada del cuaderno que había abierto—Un patrón...Las estrellas que tu padre marcó con rojo... todas ellas desaparecieron de los registros ópticos, pero seguían emitiendo pulsos débiles en otras frecuencias como si estuvieran... dormidas.

—¿Dormidas?

—O atrapadas en otra fase de existencia. Tu padre pensaba que cada una estaba vinculada a un alma, a una conciencia.

Nora lo observó con desconfianza.

—¿Estás hablando de reencarnación?

Elian cerró el cuaderno con suavidad.

—No. Estoy hablando de resonancia, de memorias que no mueren del todo cuando el cuerpo se apaga, de fragmentos de pensamiento suspendidos en la estructura misma del universo.

Tu padre no era un loco, Nora...era un buscador y encontró algo que jamás debió encontrar.

Nora apretó los labios, no quería creerlo, pero las visiones, la luz en el bosque, la voz de su padre... todo se amontonaba dentro de su pecho como una ola que amenazaba con ahogarla.

Elian se acercó y se sentó frente a ella.

—Hay algo que debes saber.

Sacó del bolsillo interior de su chaqueta un sobre antiguo, cerrado con un sello de cera azul.

Se lo tendió con gesto serio.

—Tu padre me pidió que te lo entregara sólo si decidías quedarte.

Nora dudó unos segundos, luego rompió el sello. Dentro había una hoja doblada, escrita a mano con la letra temblorosa de Ódel.

"Nora.

Si estás leyendo esto, es porque yo ya no estoy, y porque finalmente elegiste mirar hacia arriba en lugar de huir. No te culpo, yo también quise escapar muchas veces.

Pero hay algo que debes saber, hija, tú eres el faro.

Cuando la estrella L-4012 murió, escuché tu voz en la frecuencia de radio; no tenías más de seis años, no estabas dormida, pero tu mente... tu mente era una de las que resonaban con esa estrella.

No sé por qué tú, no sé qué te conecta a ella, pero si alguna vez comienzas a ver lo que yo vi, no te asustes.

No estás sola.

A veces, las estrellas mueren para que otros puedan recordar."

Nora sintió un nudo en la garganta. La hoja le temblaba entre los dedos.

—¿L-4012? —murmuró.

—Una estrella que colapsó en el año 2001 —respondió Elian— El mismo año en que dejaste Harlan.

Nora se levantó de golpe, caminó hasta el ventanal, y apoyó la frente contra el vidrio frío. Los recuerdos comenzaron a filtrarse, lentamente, como el agua que se cuela bajo una puerta mal cerrada.

Recordó una noche.

Una habitación oscura.

Su padre sentado junto al telescopio.

Su voz diciéndole que cerrara los ojos.

Que escuchara.

Que imaginara que era una luz flotando en el cielo.

Recordó una canción... no, un sonido. Un zumbido suave, hipnótico, como una nana cósmica y luego... la caída.

Una estrella cruzando el cielo como un cuchillo en llamas.

Y el grito.

No de su padre.

Suyo.

Nora se volteó lentamente.

—Yo la vi caer, tenía seis años, y la vi, no fue un sueño, la sentí en el pecho, como si algo dentro de mí hubiera desaparecido con ella.

Elian asintió.

—La conexión es real.

Y si tu padre tenía razón, estás cerca de despertar por completo, pero hay algo más, Nora... Algo que él no logró descifrar.

Se acercó al escritorio y desenrolló un antiguo mapa estelar. En él, varias constelaciones estaban tachadas, alteradas, como si hubieran sido reordenadas por una mano invisible.

—Estas estrellas —señaló— han desaparecido en los últimos veinte años.

Todas tienen algo en común, estaban conectadas a personas que murieron en circunstancias extrañas, muchos de ellos eran niños, otros científicos. Algunos, como tu padre... buscaban respuestas.

Nora se quedó en silencio.

—¿Estás diciendo que alguien... las está apagando?

Elian la miró con gravedad.

—O algo.

Una ráfaga de viento golpeó la torre con fuerza, como si algo hubiera chocado contra el cristal.

Ambos se sobresaltaron.

Elian corrió hacia el telescopio, lo giró rápidamente hacia el bosque.

Nora lo vio tensarse.

—¿Qué es? —preguntó.

—Mira tú misma.

Nora se acercó, puso el ojo en la lente.

Allí, en el mismo claro donde había estado esa mañana, alguien —o algo— se movía.

No era una figura humana.

Era una silueta alta, delgada, translúcida. Como si estuviera hecha de luz congelada, avanzaba lentamente, con los brazos colgando como péndulos, a su paso, los árboles se encogían, y el suelo se cubría de escarcha.

—¿Qué demonios es eso...?

Elian ya estaba cerrando las ventanas, asegurando la puerta.

—La noche ha comenzado, Nora.

Y no estamos solos.



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En el texto hay: suspenso amor intriga y ficción

Editado: 03.10.2025

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