Donde Mueren Las Estrellas

XIV. GRIETAS Y SOMBRAS

El viento golpeaba los muros de la torre con furia, arrastrando un olor a tierra húmeda que hacía que Nora frunciera el ceño. Afuera, la lluvia caía como una cortina que parecía querer separar la torre del resto del mundo, pero para ellos, la distancia no importaba, todo el peligro estaba allí, a solo unos pasos.

—¿Lo escuchas? —susurró Elian, deteniéndose junto a la ventana.
Sus ojos verdes, iluminados por el relámpago, buscaban la grieta que se abría bajo Harlan.

Nora asintió, aunque no estaba segura de qué era exactamente lo que debía escuchar, había un retumbar profundo, un zumbido que no parecía provenir de la tormenta ni de la torre, como si la misma tierra respirara, como si algo estuviera despertando en las entrañas de la ciudad.

—Es más que un ruido... —dijo él, casi para sí mismo— Es...un latido.

La tensión lo tensaba todo a su alrededor.

Nora notó que la cicatriz en su rostro, apenas visible bajo la sombra del cabello, parecía vibrar con aquel sonido, como si reaccionara a lo que estaba sucediendo abajo, por un instante, la marca dejó de ser solo un recuerdo, y se volvió un farol que iluminaba algo que ambos temían mirar.

—Tengo que verlo —dijo Elian, con la voz baja pero firme.
No esperaba permiso, pero Nora lo siguió de inmediato.

Bajaron por la escalera de piedra que resonaba a cada paso, la luz de los relámpagos filtrándose por las pequeñas ventanas dibujaba sombras danzantes sobre las paredes. Cuando llegaron al sótano, el aire olía a humedad, a madera vieja, a secretos olvidados; allí, entre polvo y telarañas, un viejo mapa desplegado sobre una mesa capturó la atención de Nora.

No era un mapa común, mostraba la disposición de Harlan y sus alrededores, pero con líneas que marcaban grietas invisibles, rutas que solo la memoria del tiempo había registrado.

—¿Qué es todo esto? —preguntó ella, acercándose a leer.

Elian se inclinó a su lado, con una mano rozando la mesa, como si necesitara asegurarse de que el mundo no se desmoronara bajo sus dedos.

—Es Harlan antes de que todo esto comenzara —dijo él, señalando las marcas— Estos símbolos indican grietas antiguas, lugares donde la realidad y la memoria se intersectan, aquí es donde la criatura puede pasar, y donde mi marca... —se tocó la cicatriz, la misma línea que llevaba desde el accidente en la torre años atrás— ...me conecta con ella.

Nora dejó escapar un suspiro que mezclaba miedo y fascinación.

La idea de que todo lo que había sucedido en la torre y en la ciudad tuviera raíces tan profundas, tanto que incluso los ancianos del pueblo murmuraban sobre ello, le resultaba abrumadora.

—¿Siempre supiste esto? —preguntó, con los ojos clavados en su rostro.

—No... —Elian negó con la cabeza, apretando los labios— No del todo, lo que sí supe es que mi marca no era un accidente ni una simple cicatriz.
Desde niño... desde que ocurrió aquel incidente, sentí que algo me atravesaba, que yo era un canal, un faro, pero nunca entendí completamente hasta que empecé a escuchar los ecos de Harlan, las grietas... y sentirlos bajo mis pies.

Nora sintió un escalofrío.
La cercanía de Elian, la intensidad de sus palabras y la forma en que la miraba la hacían sentir que cada secreto revelado los unía más, y que la marca no era solo un recordatorio de peligro, sino un puente entre ellos.

—¿Y qué pasará ahora? —murmuró, tocando su brazo con suavidad.

—No lo sé —respondió él— Pero siento que algo se mueve bajo la ciudad, algo que estuvo dormido por décadas, algo que recuerda mi marca, y que ahora... me encuentra.

El silencio que siguió fue roto solo por otro golpe sordo desde debajo de Harlan, un retumbar más fuerte, más cercano, como si la tierra misma respirara con violencia. Nora sintió un temblor recorrer sus pies, y por un instante, tuvo la certeza de que estaban siendo observados desde todos lados.

—Debemos encontrar lo que los registros dicen —dijo ella, señalando los libros apilados junto a la mesa— Algo que nos diga cómo enfrentarlo.

Elian asintió, y juntos comenzaron a revisar los libros antiguos, cada página llena de símbolos crípticos, anotaciones en tinta desvaída y relatos que hablaban de la criatura y de los guardianes de Harlan.

Los textos no eran lineales; mezclaban generaciones, profecías y advertencias, pero algo quedó claro, el Heraldo siempre seguía un patrón, y la marca de Elian era la llave involuntaria que permitía que la grieta se activara.

—Escucha esto —dijo Elian, leyendo en voz alta— "El marcado no es dueño de su destino, sino el faro por el cual la criatura regresa. Solo cuando el eco de las campanas resuene en su oído, el velo se debilitará y la memoria olvidada despertará."

Nora lo miró fijamente, comprendiendo de golpe que la cicatriz que él había cargado con tanto silencio era más que un símbolo de dolor, era un aviso, un vínculo con algo que la ciudad había olvidado y que ahora reclamaba presencia.

—El eco de las campanas... —repitió, como un conjuro.
—Exacto —dijo Elian, cerrando el libro con un golpe seco— Cada vez que suena de manera irregular, cada vez que el trueno retumba con el patrón equivocado, es porque el faro ha sido activado.

Nora apoyó la mano en su hombro, y él sintió un alivio extraño, un consuelo que nunca había experimentado.

Por un instante, creyó escuchar algo dentro del silencio, un murmullo que no venía del suelo ni del viento, sino de su propia cicatriz. No eran palabras, eran pulsos. Cada uno llevaba el eco del nombre de Nora, como si su presencia alterara aquello que dormía bajo Harlan.
Elian contuvo la respiración, no quería asustarla, pero en el fondo comprendió que, si la marca respondía a ella, ya no podía ser solo una herida... era un vínculo.
A su lado, la marca latía suavemente, como si reconociera la cercanía humana, la comprensión.

—No estás solo —susurró ella.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.