Estaba a escasos centímetros de su boca cuando ella giró su cabeza, haciendo que los labios de él se estamparan contra su mejilla.
−¡Ian en verdad estás loco si piensas que esto va a ocurrir entre nosotros!−Megan se soltó con brusquedad de la mano que la aferraba y se echó para atrás, buscando recuperar su espacio personal.
−Solo quería robarte un beso, no sabes cómo había soñado con eso−admitió él con un tono patético.
−No lo vuelvas a intentar−le advirtió, cruzando los brazos.
−¿Enojada? ¿Acaso no lo deseabas tanto como yo?−se rió, lanzándole una mirada de pies a cabeza, había algo en su tono jactancioso y en su manera tan descarada de obsérvala que Megan sintió que la furia comenzaba a hervir en su interior. −¿Así que no eres la clase de chica que se besuquea con cualquiera?−se mofó.
−¡Eres un idiota!−exclamó, levantó la mano y estrelló la palma de su mano en su mejilla con tanta fuerza como pudo.−Y no, no quiero nada contigo, ni ahora ni nunca.
Los ojos de Ian se tornaron brillantes de dolor, tanto por las palabras como el golpe.
Megan se dio la vuelta y se alejó con pasos veloces.
Ian la observó alejarse hasta que se mezcló entre los chicos que estaban afuera de la entrada, como una especie de sutil mantarraya en el mar. Sólo alcanzaba a distinguir su cabello obscuro sobresaliendo entre las demás cabezas. ¿Cómo podía rechazarlo con tanta facilidad, como si no tuviera sentimientos? A pesar de estar aturdido a causa del alcohol sentía su ego herido. Herido era poco decir. Destrozado sería más adecuado.
Salió de allí, abriéndose paso torpemente. Subió a su auto y se quedó reclinado en el asiento, sin poder dejar de pensar en lo sucedido. La mejilla aún le ardía. No le agradaba ese aire de misterio con el que actuaba Megan, siempre tan sigilosa, como si escondiera algo. Por más que el trataba de acercarse a ella, parecía que había un muro que le impedía conectar.
Luego recordó que ninguno de sus amigos, incluido él, sabían mucho a cerca de ella, a excepción de que su padre tenía un buen puesto en una empresa de renombre y que gozaba de una posición económica holgada, pero eso no le admiraba porque todos ellos también tenían una vida similar, despreocupada y sin limitaciones.
De repente una idea se le ocurrió. Iba a seguirla y a enterarse de quien era ese padre suyo, al parecer tan estricto, y donde vivía. Sin detenerse a pensar en los riesgos arrancó el motor y condujo lentamente tratando dar con su paradero, sin embargo parecía haber desaparecido. Pasó varias calles y estaba a punto de darse por vencido cuando de repente divisó sus cabellos obscuros. Se estacionó cerca de ahí y decidió andar a pie. No quería que ella reconociera su auto, porque aunque no se había subido en el, si lo conocía. La siguió, siempre manteniendo una o dos cuadras de distancia para que no se diera cuenta. Ahí iba ella, caminando lentamente como si no quisiera llegar a su destino, como si fuera un lugar de tormento, parecía que se deslizaba y que nadie podía tocarla.
Ella se enajenaba mirando el cielo, los edificios y a la gente pasar. Por un tramo fue pateando una lata de refresco hasta que se fue debajo de un carro. Anduvo por mucho, mucho tiempo. Aún no anochecía, pero el cielo ya era de un color azul más obscuro, con pequeños puntos que como purpurina brillaban a lo lejos.
¿Dónde estaba su padre? ¿No se suponía que pasaría por ella? Ian se secó el sudor de la frente, le dolían los pies, pero ella seguía con la misma cara con la que comenzó, como si nada le importara, hasta que para su sorpresa se detuvo ante un edificio. No era para nada el departamento americano con cochera y jardín en el que imaginó que viviría, todos lujos y clase. Era una casa enorme, de dos plantas, sin nada que la hiciera sobresalir. Era tan solo una residencia cualquiera, hasta corriente, en medio de uno de los barrios más alejados de la ciudad.
Se metió a tropezones en la cabina telefónica que estaba a un par de casas, desde ahí podía ver todo bien. Megan estuvo parada un momento frente a la puerta carcomida por las termitas, se veía indecisa y cuando tocó lo hizo con dos golpes llenos de desidia. Luego todo ocurrió muy rápido.
Abrieron bruscamente, una mano callosa salió desde dentro y la sujetó del cabello con tal violencia que parecía arrancárselo, ella forcejeó y pareció soltar un improperio, de pronto su rostro ya no era el de siempre. En el habitaba un resentimiento profundo. Esos ojos que parecían no conmoverse con nada ahora se anegaban de un odio abominable. La persona oculta en la sombra de la casa, la jaló hasta meterla dentro.
−¿Por qué tardaste tanto estorbo inútil? –bramó una ronca voz de hombre.
−Tengo derecho a salir. No me vas a impedir nada. Haré lo que se me dé la gana.
−¡No te atrevas a hablarme así, maldita estúpida, entra rápido!
Después solo se escuchó un grito femenino. Pero no pudo precisar si era de rabia o de dolor.