Al día siguiente antes de que comenzara la hora del recreo Megan salió del recinto escolar, la siguiente clase que le tocaba era Artes y se había terminado el plazo que le restaba para presentar "una prueba de su compromiso artístico" cómo lo había llamado la maestra, pero eso no formaba parte de sus preocupaciones, ya que anteriormente, en un momento de inspiración, había conseguido hacer un burdo intento de pintura. Otras cosas ocupaban su mente.
Aprovechando que se había saltado una clase, decidió que necesitaba un tiempo a solas para pensar, alejada del bullicio de sus amigos que, como todos los días, se reunían en la cafetería para ostentar su popularidad.
Sin proponérselo se había distanciado un poco de Dylan y Kim desde que había rechazado a Ian y por lo pronto la soledad le parecía la mejor alternativa. Se encaminó hacia el patio trasero, donde estaba el jardín oculto detrás del enorme roble en donde, cuando hacia buen tiempo y el pasto no estaba mojado, le gustaba acostarse a ver el cielo. Solo esperaba que a Kim, quien sabia de la existencia de ese lugar, no se le ocurriera ir a buscarla ahí.
—Espera.
Cuando una conocida voz de timbre profundo pero al mismo tiempo con un característico toque jovial, resonó a sus espaldas haciendo uso de una singular dureza se detuvo. Habían pasado varios días desde la última vez que hablaron y aunque lo había visto varias veces a lo lejos y él la había saludado moviendo una mano eso no se comparaba a interactuar. No podía comprender por qué de repente con solo oírlo se había puesto tan nerviosa. Supo que sus planes iban a ser interrumpidos cuando se giró y vió que Keythan caminaba hacia su dirección, emanando determinación en cada paso que daba y esta vez no parecía dispuesto a pasar a su lado sin unas palabras de por medio.
—Buenos días—Le dijo con cierta gravedad inusual, mirándola directamente a los ojos, con una intensidad que rayaba en una especie escudriño, como si él pretendiera leer su mente.
—Oh, ¿Otra vez tú?—suspiró con desgana, rompiendo el contacto visual. ¿Por qué no podía simplemente dejar de dirigirle la palabra? Pero él no era como tantos otros, a los que solo se limitaba a devolverles el saludo, cuando Keythan se acercaba a ella tan decidido no era para saludarla, en casos así siempre tenía algo que decir, un tema de conversación para envolverla. Y ella caía irremediablemente.
—¿Qué quieres? Estoy harta de ti, déjame tranquila—Exigió proyectando su mentón hacia arriba, tratando de demostrar seguridad. Una seguridad que había escapado de su ser desde el momento en que Keythan apareció en su campo visual.
—¿Tienes que ser tan desagradable siempre?—Replicó con marcada molestia y seriedad—No hace falta que seas grosera. Lo único que quiero es hablar contigo.
—Solo que en estos momentos yo no tengo ganas de hablar contigo, así que regresa mañana, quizá tenga un tiempo para ti.
Keythan se rió, fue una risa corta y seca, desprovista de gracia. Megan, dándose por satisfecha se dio la vuelta para irse.
—Maldita sea—Gruñó él, olvidándose de cualquier enseñanza que le hubiera dado su madre a cerca de decir malas palabras. El lenguaje soez no era parte de su vocabulario por lo general pero le valió un comino:—No te irás de aquí sin que me escuches.
Megan sintió que su mano la sujetaba del hombro. Nunca antes él se había atrevido a hacer ni el más mínimo amago de contacto físico con ella, por lo que le impresionó. Fue como un torbellino de electricidad que le hizo quedarse estática por unos segundos tras los cuales recobró el juicio y dió una sacudida para desprenderse, pero sin éxito. Él la afianzaba con firmeza. Sentía que su tacto le quemaba la piel, como brasas calientes, aún con la separación que la ropa suponía.
Keythan cerró los ojos y soltó un suspiro.
—Tienes que escucharme, por favor—Abrió los ojos y habló haciendo un enorme esfuerzo por ser educado y cortés, a pesar de lo enfadado que estaba.
—No quiero—lo encaró—¿Por qué habría de hacerlo?
Keythan se apretó la frente con la mano que le quedaba libre. ¿Por qué cuestionaba todo? Al parecer no le iba a poner las cosas simples, y eso comenzaba a poner su paciencia a prueba en niveles irresistibles.
—Porque sí. Aunque no te guste lo que tengo que decirte debes escucharme.
Megan se cruzó de brazos, a la defensiva. Para ella esa no era ninguna razón válida.
—Solo deja de molestarme ¿sí?—Pidió alzando los ojos y haciendo una mueca con la boca en señal hastío inmenso—Y podrías soltarme, por favor, no me gusta sentir tus sucias manos sobre mí—le exigió con brusquedad dado que él seguía manteniendo su enorme y cálida mano encima de su hombro, ejerciendo una leve presión pero que para ella se sentía pesada como una loza de concreto. Él no le estaba haciendo ningún tipo de daño pero aun así no podía soportarlo.