La alarma de su celular timbró insistentemente, rompiendo el absorbente silencio matutino. Con un gruñido de molestia Megan se obligó a si misma a alcanzar el aparato y apagar el sonido, aún con los ojos cerrados. En habitación flotaba un aroma enmohecido, como si fuera un sitio abandonado, un olor provocado casi con seguridad por las cajas selladas llenas de ropa y demás objetos que estaban esparcidas por el suelo y debajo de la cama. Llevaba mucho tiempo desde que se había mudado a esa casona, cosa de tres años ya, sin embargo aún no había desempacado ni le había dado un toque personal a las paredes desnudas de aquel cuarto que se suponía era suyo, pero que ella nunca sentiría como propio.
Su madre casi no entraba ahí y las pocas veces que lo había hecho no había prestado la menor muestra de interés ni le había pedido que decorara un poco la pieza que solo era adornada austeramente por una planta que Megan había colocado en el marco de la ventana que daba vistas a la calle. Además de eso lo único que daba color al espacio era una cama con sabanas moradas, una pequeña mesita con una lámpara de estudio y varios libros empolvados encima, que parecían haber sido olvidados ahí desde hace mucho tiempo por su propietaria.
Miró la hora en su celular y se obligó a si misma a dejar su cama, con un suspiro de fastidio. Eran las 5:00 am. No podía creer que tuviera que levantarse tan temprano para ir a la escuela, solo porque a Keythan se le hubiera ocurrido que llegara una hora antes de su horario escolar. Sin embargo estaba completamente harta de desafiar la autoridad de todos los adultos que conocía. Ya no podía seguir con eso, si no quería ser echada del colegio tenía que resignarse a acatar las reglas. Además por nada del mundo deseaba que el director se comunicara con sus titulares.
Media hora después salió de la casa, agradeciendo no ser notada, y estaba camino hacia la escuela, temblando por el frío que se arremolinaba a su alrededor con una intensidad hiriente acompañado de un viento tan agudo que parecía cortar como cuchillas su piel. Aún no amanecía y el cielo permanecía cubierto por una masa compacta y pesada de nubes. La obscuridad que reinaba en las calles era apenas mitigada por la débil luz de los faroles. Muy pocos autos circulaban a esas horas y casi todos los negocios estaban cerrados. Una especie de neblina densa envolvía los recovecos de la ciudad dormida y apacible, sin embargo no experimentaba miedo. Siempre se había sentido parte de las sombras, un ser perteneciente a ese lugar del que todos huían. De improvisto comenzó a llover y sacó rápidamente su sombrilla, acelerando su paso. En verdad deseaba que acabara pronto esa grisácea temporada.
Ingresó por el portón de la escuela entreabierto, la plaza principal estaba desierta y sintió una oleada de escalofríos. Ciertamente estar ahí a esas horas era desolador. Habitaba un silencio tan intenso que solo era interrumpido por los suaves repiqueteos de la lluvia en el suelo de concreto. En el interior del edificio la situación era similar. Los pasillos estaban abandonados y la mayoría de los salones aún se hallaban cerrados. Podía escuchar el eco que provocaban sus zapatos al pisar los mosaicos lustrados. Ese sonido y el de su respiración desacompasada era lo único que le acompañaba. Las lámparas apostadas en medio de cada corredor apenas servían para iluminar su travesía por la institución que parecía un cementerio. Al subir las escaleras por fin advirtió presencia humana. A lo lejos varios conserjes hacían resonar sus llaves mientras abrían las aulas.
Nunca antes había ido a la biblioteca por lo que tardó en dar con ella. En cuanto traspasó las puertas de madera se percató de lo enorme de sus dimensiones y supo de antemano que asear cada uno de los altos estantes enfilados, atiborrados de gruesas enciclopedias, sería una tarea ardua. Todo el lugar estaba bañado por la luz suave que destilaban dos candelabros de cristal. Al fondo había un gran ventanal que daba hacia el patio principal de la escuela y al mirar al exterior se percató de que la lluvia había cesado sin que ello quisiera decir que el cielo aclarara mucho. El sol apenas brillaba opacado por las capas de nubes.
—Hola, ¡buenos días!—Una voz femenina la saludo y se encontró con que la encargada era la misma a la que tiempo atrás ella había acudido para que arreglara el desastre que Sarah había hecho al tirar el jarrón que contenía girasoles.
—Oh, hola—respondió sin mucho entusiasmo.
La mujer la miró asombrada cuando le hizo saber que estaba allí para cumplir con su castigo. Le aseguró que no era necesario que se pusiera a hacer labores de limpieza, después de todo ese era su trabajo y no le hacía falta su ayuda, al oír eso Megan se sintió aliviada, pero le duró poco el gusto, pues Keythan se presentó abruptamente haciendo que su corazón se sobresaltara. Su sorpresa era enorme y no era para menos, él había acudido personalmente a cerciorarse de que no hubiera evadido su castigo.
Llevaba una cubeta llena de agua en una mano y un trapo en la otra. Dejo ambas cosas en el piso, al lado de la puerta. Megan lo miró y no atinó a decir nada. A pesar de ser tan temprano su rostro lucía lleno de vida y energía, su cabello estaba un poco húmedo, como si se hubiera dado un baño antes de salir de casa o si se hubiera mojado con la reciente lluvia, y desprendía un ligero aroma fresco y masculino. Vestía una gabardina negra y pantalones de mezclilla, mezclando en su atuendo elegancia y despreocupación.