El miércoles dio paso al jueves en cuestión de un pestañeo. A la hora del receso Megan se dirigió a la cafetería de forma inconsciente, tal como acostumbraba a hacer siempre. Recogió una bandeja y estaba a punto de servirse una porción de comida cuando experimentó un escalofrío, en su nuca podía sentir las miradas, clavadas en ella como alfileres. El apetito se le fue y devolvió la bandeja a su sitio. Dio media vuelta y notó que los que antes la observaban le daban la espalda o fingían platicar entre ellos.
Algunos chicos se apartaban de su camino en cuanto la veían, temiendo que los empujara o les dijera algo feo, sin embargo Megan no hizo nada de eso y casi pasó a su lado sin prestarles atención, dejándoles con la boca abierta. Inclusive quienes habían sido el blanco de sus burlas estaban desconcertados por su notable y repentino cambio, pues no parecía tener ninguna intensión de molestar a nadie, al contrario era como si quisiera pasar desapercibida.
Antes de salir los ojos de Megan se encontraron con una de las mesas del centro a la que nadie se atrevía a acercarse porque era donde se reunía el grupito que controlaba el instituto. Kim estaba sentada con sus dos amigas riendo y no había rastro de Dylan ni de Ian, por lo que experimentó una oleada de alivio.
Justo cuando pensó que todo en su vida escolar sería perfecto se topaba de cara contra el pavimento. Sus amigos la excluyeron, no fue algo gradual, sino más bien definitivo. De la noche a la mañana dejaron de hablarle e integrarla en sus planes, dejándole claro con ese gesto que no pretendían readmitirla en su círculo.
No obstante Megan estaba conforme con ello. Sentirse herida estaría de más. Asumía su nueva posición con toda la calma que era capaz. No podía reclamarles nada ni esperar un gesto de lealtad de su parte. Nunca habían tenido una amistad verdadera y eso quedaba más claro que nunca.
Todos en la escuela se daban cuenta: ella ya no era parte de los populares y era como si al ser vetada de esa exclusividad hubiese sido devuelta a una especie de mundo de los mortales. Se sentía desprotegida en cierta forma y recluida a la soledad. No era más la reina abeja del lugar.
Advertía que seguía produciendo de que hablar, algunos aún la miraban con miedo, pero muchos más con desconfianza y mala cara. Nadie estaba dispuesto a aceptarla y por supuesto, no era lastima lo que ella les generaba, lo cual, por ese lado le parecía bien. Habían muchos rumores circulando por ahí acerca de por qué se había separado de sus amigos, pero ella hacía oídos sordos.
Menos mal que ninguno de sus numerosos enemigos se había enterado de los trabajos de limpieza que realizaba en la biblioteca, porque bueno, tampoco era como si tuviera a quién contarle, además a primeras horas de la mañana la escuela se hallaba más vacía y silenciosa que un pueblo fantasma, ¿Qué alumno querría sacrificar su tiempo de sueño y llegar a las 6 a.m.? Al parecer la única que estaba tan loca como para pisar la escuela tan temprano era ella. Una cosa era la puntualidad pero otra muy diferente era hacer aquello por obligación. A ese paso tendría las manos más resecas que una lija.
Aun así nada le preocupaba más que del ultimátum de Keythan.
Disculparse con una escuela entera.
Esa frase resonó en su cerebro y sus vellos se erizaron.
Aún debía procesar la idea de tener en frente a tanta gente que la odiaba y que soñaba con verla morder el polvo y bajar la cabeza ante ellos. Eso sería lo más humillante que podría hacer en toda su vida. Se tiraría a la boca de los lobos por iniciativa propia. Su orgullo era el obstáculo más grande a vencer y las lágrimas se le saltaban al pensar en la enorme vergüenza que pasaría. Aunque ella lograra borrarlo de su mente algún día estaba segura de que ninguno de sus compañeros lo olvidaría.
Según como le había planteado las cosas Keythan, ese era el único modo de convencerlo de que estaba decidida a dejar todo aquello atrás. Anhelaba más que nada redimirse, recibir de su parte una mirada complaciente. Quería reconciliar las cosas con Keythan, sí, pero por encima de eso era más bien una exigencia propia por acallar su conciencia recriminadora que no le daba un segundo de paz.
Además temía que ni disculpándose pudiera tener una buena relación con Keythan. Era normal que él le odiara tomando en cuenta que le había hecho imposible la vida a su hermana menor...Estaba dispuesta a vivir con ello pero no lograba hacerse a la idea de perder su ego. Era mucho más fuerte que lo que sentía por Keythan.
Si tan solo pudiera regresar el tiempo...Pero no podía. Era imposible.
Tenía que existir otra forma menos patética de doblar las manitas pero Keythan no le había dejado ninguna otra opción. Su caída desde lo más alto sería colosal y sabía que él principalmente quería presenciarlo.
Se dirigió a paso veloz hacia el patio trasero, con la intensión de descansar acostada bajo el enorme roble, en su lugar favorito. Necesitaba con urgencia un momento de paz y tranquilidad para su atribulada cabeza.
Probablemente la desesperación que le embargaba era una señal dolorosa de que necesitaba cambiar, redirigir su camino, plantearse nuevas decisiones. Decisiones que anteriormente no concebía en su mente llena de estupidez, inmadurez y agresividad mal encauzada.