Megan terminó con el trabajo que Keythan le encomendó y él cumplió su palabra, convenció al director de que ya no era necesario su castigo. Ella se despidió de la señora Robles; como ya no tenía que acudir todas las mañanas a la biblioteca, se levantaba una hora más tarde y su organismo lo agradeció.
En la escuela estaba sola la mayor parte del tiempo, pero no le molestaba, se sentía bien tener un momento de paz consigo misma después de estar rodeada de mucha gente que no sabía ni cómo se llamaba. Además ya estaba acostumbrada a la soledad. Esta vez era el tipo de soledad que nutría su alma y la acercaba a sí misma, a meditar en lo que quería ser y obtener de la vida.
Pero también tenía su lado malo: Le dejaba demasiado tiempo para que su mente divagara y sus pensamientos siempre se dirigían hacia el mismo punto. Keythan. Su compañerismo con él iba en aumento en el transcurso de los días y se instalaba entre ellos un sentimiento de complicidad y confianza. Mantenían en privado esa amistad, ambos sabían que de alguna forma estaban infringiendo un código de conducta escolar, pero no hacían daño a nadie.
La mayor parte del tiempo destinado a tutorías lo empleaban para jugar videojuegos y distraerse pero otras veces se ponían en un plan serio y se dedicaban a lo que realmente debían. Comenzaban a estudiar pero solía ocurrirles que en determinado punto se desviaban platicando de cualquier otro asunto.
Amor y amistad eran dos palabras muy diferentes, con una delgada línea de separación de por medio. Y Megan ansiaba traspasar esa línea. Le abrumaba la intensidad de sus reacciones cada vez que lo veía en el consultorio. Estaba cerca de ella y a la vez inalcanzable. Todas las noches soñaba con él. Sus oscuros ojos sonriéndole. Su voz grave acariciando sus oídos.
Para paliar un poco el alboroto en su mente se concentró en sus estudios y ya entregaba algunas tareas. Unas si y otras no, dependiendo de lo animada que se sintiera en casa para realizarlas. Viniendo de una chica que jamás cumplía con sus tareas y que incluso pagaba para que alguien más se las hiciera era un gran logro. Algunos profesores aún la miraban con recelo y desconfianza, sin poder creer el radical y notable cambio en su comportamiento. Durante clases ya no armaba desorden y aunque no prestaba atención a la clase, se mantenía tranquila y pensativa.
Sus antiguos acompañantes no le hablaban más. Dylan la trataba como si no la conociera e Ian la contemplaba todo el tiempo desde lejos. En resumen las cosas en la escuela se habían estabilizado excepto por un pequeño detalle, Kim se empeñaba en meterse con ella y fastidiarla. Había adoptado la molesta manía de darle miradas de desprecio e interponerse en su camino, estorbándole a propósito, así que Megan la esquivaba sin darle mayor importancia. Si estaban en el comedor Kim cuchicheaba con sus amigas mientras las tres observaban con saña. Sin embargo para Megan era el menor de sus problemas y pasaba de ella.
Una parte de ella sentía tristeza puesto que sí bien no fueron las mejores amigas al menos existió entre ellas un trato más o menos cercano, incluso podrían haber llegado a ser más íntimas, ya que debía reconocer que las pocas veces que se enfrentaron por diferencias de opinión al menos Kim parecía cantarle las cosas de frente y no podía explicarse qué mosco le picó como para que de pronto la odiara tanto. Optó por ignorarla, así terminaría por cansarse. No fue tan difícil, tenía demasiadas ocupaciones en su vida, sin embargo Kim no dio tregua. No le decía nada pero día a día seguía viéndola como si quisiera matarla. Parecía que nunca podría vivir tranquila. ¿Era el precio que debía pagar por sus pecados?
—¿Han notado que de pronto el aire apesta?—Comentó Kim y sus amigas rieron a coro. Ella, por lo visto no le dejaría olvidar todo lo que hizo. Sus errores del pasado le acosaban.
Aquel lunes les tocaba la misma clase. Megan acababa de ingresar al aula y pasó por delante de ellas como si no se enterara de nada a su alrededor. Ian también se hallaba ahí, acomodado en su puesto. Era una de las pocas debía compartir con todos ellos.
—Tal vez es porque una rata podrida acaba de pasar—acotó una de las amigas de Kim.
Megan rodó sus ojos y continúo su camino. Estaban locas si creían que con tan poca cosa iban a acobardarla y hacerle sentir mal, para eso hacía falta más mucho más que tontos e infantiles insultos. No cuando ella había sido una experta en el tema.
—¡Hey tú!—Exclamó Kim, molesta y harta al ver que Megan actuaba con su habitual indiferencia—Te hablo a ti, Megan, no te hagas la sorda.
Megan volteó, retrocedió hasta pararse delante de ella y le clavó los ojos, decidida plantarle cara.
—¿Qué quieres conmigo? Déjate de jueguitos de niñita estúpida conmigo, ¿Me oíste?
—Y tu deja de creerte la reina, porque hace mucho que has dejado de serlo—Kim le sostuvo la mirada y la apuntó con un dedo—Y deja de ir por ahí con poca ropa para llamar la atención—la miró de pies a cabeza, deteniéndose en el short corto de mezclilla que llevaba y examinando sus piernas con una mueca de menosprecio—De todos modos no tienes nada que lucir.