Capítulo 6:
Tormenta de pasión
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Por unos días su madre y Sebastián salieron fuera, a un viaje de vacaciones, y Megan fue la más feliz. Se lo pasaba increíble con la enorme casa para ella. Puffy estaba encantado también. Se había adaptado muy bien a su nuevo hogar y era una monada andante, Elisa lo consentía mucho, le compraba pequeños conjuntos de ropa y ya contaba con un mini closet, ella lo alimentaba y vigilaba durante las mañanas y por la tarde Megan lo sacaba a pasear y jugaba con él.
El único problema con las vacaciones de su madre era no había nadie que cuidara a Puffy cuando Megan estaba en el colegio. La empleada doméstica que acudía a realizar el aseo de la enorme casa tenía una jornada laboral de medio turno y en cuanto la terminaba se marchaba, ya que Sebastián era muy quisquilloso y desconfiado.
A Megan no le gustaba dejar solo a Puffy, menos encerrado. Y ni hablar de encadenarlo, le parecía una tortura así que, pese a las advertencias de su madre, le permitía correr por todos lados libre. Un día, al volver a casa, después de la escuela, encontró varios de los costosos objetos que ornamentaban la casa mordisqueados y esparcidos por el suelo.
En cuanto Puffy la escuchó llegar corrió a la sala, brincó sobre los sillones de cuero y agitó su cola con frenesí, en un cariñoso saludo. Megan observó la escena espantada. Podía darse por muerta. Sebastián era tan escrupuloso y obsesivo que daba miedo, además le fascinaba presumir sus posesiones. Coleccionaba cosas que se distinguían por ser anticuadas, estrafalarias y como característica principal: Inservibles y estorbosas, por lo menos en opinión de Megan, ya que él jamás les daba un uso, solo las amontonaba en un incomprensible orden. La casa bien podría parecer una tienda de antigüedades únicas. Lámparas, esculturas y pinturas componían gran parte de la colección que almacenaba con gran esmero.
Entre las pérdidas materiales más importantes se hallaba un jarrón de cerámica china, pintado a mano, deshecho en mil trozos; Un cuadro al óleo de enormes proporciones con motivos de arte abstracto tirado en el suelo y manchado de diminutas huellas caninas; y para coronar la tétrica escena: una guitarra que a leguas se notaba era especial para Sebastián. La había colocado en un pedestal que la sostenía en forma vertical. Era eléctrica con un diseño extravagante pero de buen gusto. El macizo cuerpo era de color negro reluciente y el área de las pastillas resaltaba en color blanco. El mástil tenía un tono hueso. En verdad era una guitarra hermosa aunque presentaba un poco de desgaste natural por el tiempo. Estaba autografiada por los integrantes de un grupo de rock and roll pero Megan no se detuvo a analizar quiénes eran aunque sin duda eso elevaba su valor notablemente. Estaba demasiado abrumada como para fijarse en eso. Ante sus ojos horrizados destacaban las cuerdas reventadas. Los bordes estaban un poco maltratados y podían notarse pequeñas marcas de dientes. Fuera de eso Megan trató de consolarse diciéndose que no estaba en tan mal estado pero la realidad era que si Sebastián la veía así pegaría el grito en el cielo.
Corrió a levantar los destrozos hecho por Puffy. El perrito, inocente y desconocedor de su travesura, se acercó a lamerla. Megan cedió ante sus muestras de amor.
—Ay, eres tan pequeño y lindo, ¿cómo pudiste causar tanto desastre?—Una leve risa se le escapó mientras frotaba con suavidad su esponjoso pelaje blanco. Puffy se dejó consentir y se retorcía de placer—Es su culpa por tener este montón de basura aquí—Vociferó mirando vagamente el estrafalario concierto de objetos. Qué más daba si Sebastián se enteraba. El perrito la miraba con sus grandes ojos bañados en felicidad y balanceaba su colita de gusto y el corazón de Megan se enterneció. Era tan adorable que aunque quisiera no podía enojarse con él. Jamás se imaginó que amaría a un ser vivo más que a sí misma. Había despertado en ella un tipo de amor superior.
Llevó todos los objetos dañados al sótano y los escondió en un rincón, tapándolos con una manta. Ya vería la forma de deshacerse de ellos después, en cuanto el camión de la basura rondara la avenida. Lo único que temía era que Sebastián quisiera desquitarse con Puffy y castigarlo o algo peor. Estaba dispuesta a echarse la culpa de ser necesario. De todos modos confiaba en que debido a su adicción a las drogas su mente etérea y olvidadiza lo ni siquiera lo registraría.
Para su fortuna cuando él regresó de su viaje con su madre no se percató de hacían falta algunos de sus preciados accesorios decorativos. Sucedió dos días después del desastre realizado por Puffy.
Aquella tarde Megan había salido de su alcoba solo para prepararse un bocadillo, iba con los audífonos puestos por lo que brincó del susto al chocar con la figura Sebastián. Luego se relajó tras ver a su madre ingresar al salón.
Su regreso había sido imprevisto tal como cuando se marcharon, tan solo dejándole una nota para avisarle. Ambos parecían muy contentos y despreocupados, su piel bronceada aludía a que habían ido a la playa y traían sus maletas repletas. Puffy acudió a recibirlos, ladrando escandalosamente.