Capítulo 7: Mejores amigos.
—¿Qué hacemos?—Inquirió Megan con el mentón recargado en una mano. Ella y Keythan estaban sentados en la salita, ambos inclinados hacia la mesita del centro, en donde yacían varios libros olvidados. Habían estado los últimos minutos repitiendo una misión pero ya era demasiado tedioso. Keythan no ponía mucho interés y era como si su mente estuviera muy lejos de ahí, generando miles de preguntas en Megan. El videojuego más que un entretenimiento parecía una mera excusa para no cruzar palabras ni sostener una conversación real.
Hasta hace poco todo iba perfecto entre ellos, no jugaban todos los días pero cuando lo hacían la actividad absorbía por completo la hora de la tutoría y ese pasatiempo en común, en vez de tornar su convivencia en vana e irrelevante, rompía la brecha de la edad. A veces, después de una dosis suficiente de violencia sanguinaria y ocio, para salvar las apariencias apartaban sesiones para estudiar. Estudiar entre comillas porque ninguno se lo tomaba muy en serio. Keythan a veces le proponía ejercicios y si ella se lo pedía él le ayudaba a comprobar que sus tareas estuviesen correctas. Sin embargo, ese no era el caso, Keythan llevaba tres días con una actitud extraña y eso le entristecía.
Por lo regular él siempre tenía un tema de conversación, algo que decir, pero de repente se había tornado taciturno e indiferente.
—Si tienes tarea hazla—Keythan puso a un lado el mando a distancia después de apagar la pantalla.
Megan no pudo ignorar el tono frio y apático que él usó, como si estuviese de mal humor y molesto. No comprendió por qué podría estar así. De verdad que no. No paraba de darle vueltas y lo peor era que no encontraba nada que pudiese haber dicho o hecho para provocar esa reacción en él. Ni siquiera sabía si se debía a ella o si tal vez tenía problemas en casa.
—No tengo ninguna tarea.
—Puedes estudiar para tus exámenes. Mencionaste que estaban próximos.
—Aquí me da flojera estudiar, mejor lo hago en casa—No le veía el sentido a invertir preciosos minutos leyendo un libro cuando podía convivir con él aunque tampoco parecía ser el plan de ese día.
—En ese caso solo haz lo que quieras.
Megan lo miró de reojo. Keythan se reclinó en el sofá, zanjando el tema como si fuese lo último que le importara en el mundo. Cerró sus parpados, puso las manos detrás de la nuca y echó la cabeza hacia atrás. Las ojeras azuladas teñían la zona bajo sus ojos, dándole un semblante agotado.
―Te...―Megan dudó nerviosa entre expresar sus temores o no―¿...Te ocurre algo?―Finalizó firme, armándose de valor. Necesitaba saber qué ocurría con él, por qué de un día para otro actuaba así con ella.
―Nada―respondió Keythan tras unos segundos, abriendo los ojos―Solo estoy desvelado.
La noche anterior no había dormido bien, estuvo hasta altas horas de la noche embebido en una investigación cuyo plazo de entrega estaba próximo. Cuando terminó y se acostó en su cama él sueño se reprodujo de nuevo en sus pensamientos, impidiéndole a su mente un momento de descanso. Optó por tocar la guitarra pero miles de letras de canciones le invadían y todas hacían referencia a una persona en común. Ella.
Habían pasado tres días desde que soñó con Megan. Tres días de insomnio, turbación y de lidiar con un sentimiento de culpabilidad. Despertaba agitado en medio de la madrugada, después de que su subconsciente la visualizara, paseándose delante de él, con un aire ligero y coqueto.
Las imágenes explicitas continuaban más grabadas que nunca en su memoria, podía recordar cada detalle con exactitud, así que se forzaba a desviar su interés a otras cosas más relevantes, como por ejemplo, su rendimiento en la universidad. Las materias le absorbían y demandaban toda su atención, lo cual agradecía.
Se echó hacia atrás el cabello y lanzó un suspiro de irritación. Se sentía somnoliento y cansado.
¿Por qué había tenido ese sueño con Megan? Y no cualquier tipo de sueño. Un sueño erótico, uno que anidaba en su cabeza, echando raíces como mala hierba que él estaba desesperado por arrancar de raíz.
Antaño, unos meses atrás todavía la veía como una adolescente sin gracia, sin nada que le llamara demasiado la atención físicamente, pero ahora era imposible ignorar esa gota de belleza escondida en su rostro y lo provocativo que le resultaba su cuerpo, más si se fijaba en la combinación delicada y seductora de su vestimenta; faldas cortas, exponiendo la tersa piel de sus piernas que él moría por acariciar, y cubierta en la parte de arriba, con suéteres de tela gruesa, un par de tallas más grandes, que solo dejaban adivinar la silueta de su escote. Y para rematar el impacto que le causaba estaba la forma en que le miraba con aquellos desafiantes e intensos ojos azules. Le enloquecía.
Estaba cayendo hechizado en todo su encanto, cada vez más profundo, como si de las redes de una sirena se tratara. Se decía que la cadencia de sus emociones correspondía a su deseo frustrado y contenido, que era normal que tuviese esos sueños con ella puesto que, al final era un hombre y ella una chica bonita y él definitivamente querría llevársela a la cama.