Donde nacen los lirios

Capítulo 10: Un corazón, una pistola y dos esquirlas de plata.

Capítulo 10: Un corazón, una pistola y dos esquirlas de plata.

Cuando uno tiene hambre, un hambre voraz que lleva días y días sin ser saciada, el primer bocado siempre posee el sabor más sublime. El instante en el que sus labios se unieron el mundo se detuvo y en el residieron todos los placeres posibles.

En muchas noches de insomnio una interrogante irrumpió en su mente, ¿hasta cuándo resistiría su férreo autodominio? Porque sí, él quería ser leal a su novia y Megan era solo su amiga, pero más de una vez había admirado con disimulo sus labios, percatándose de su carnosidad y de aquel apetecible tono sonrosado, y se encontraba a si mismo imaginando a qué sabrían. Y entonces no estaba tan seguro de serle por completo fiel a Juliette porque aunque no lo había llevado a la práctica ya lo había soñado, estaba en sus más íntimas fantasías. Megan estaba muy dentro de él, anclada en sus cosquillas, metida en cada latido de su corazón.

Él, que había jurado ser intachable y leal a Juliette, no había podido resistirse. Había caído rendido ante el poderoso influjo de la tentación, esa que muchas veces le apremiaba a gritos ser probada.

En ese momento fue más evidente que nunca podría ser solo amigo de Megan. Creyó que podría ser amable con ella y tener una buena relación sin que pasara a mayores pero se había equivocado de la forma más estupida posible. Se había mentido a si mismo durante todo ese tiempo. Hasta entonces había sido fiel a Juliette físicamente, pero en lo emocional siempre tuvo algo más profundo con Megan. Al principio solo pretendió entablar una amistad inocente y poco significativa, pero con ella todo era intenso, visceral, electrizante y se hacía más complicado y confuso estar con ella.

Los segundos que duró el beso le parecieron eternos. Una eternidad maravillosa y brillante. Fue a penas consciente de las reacciones que se desataban en su cuerpo, como si su cerebro se hubiese desprendido de él.

Un deseo desesperado le invadió, una ansiedad que le carcomió por dentro, de tocarla, de acariciar su rostro, sus labios, perfectamente delineados, la curva de su cuello e ir bajando hasta llegar al escote de sus senos que se adivinaba sobre la tela del suéter, como si se tratara de un tesoro escondido a la espera de ser descubierto y apreciado. Quería aspirar el aroma a lirios que emanaba su piel y llenarse los pulmones con el. Sí, él quería todo eso y más.

La apegó contra su cuerpo y ella correspondió, apretándose a él, permitiéndole percibir sus curvas tibias. La sintió enredar los dedos en su nuca y juguetear con su cabello. El torrente de lujuria se hizo caudaloso, arriesgandole a desarmar y derribar todas sus barreras y reservas. Un temblor idiota se apoderó de él. La intensidad de sus emociones le sobrepasaba, dejándole atónito y perplejo.

A pesar de que Megan era muy joven tenía un físico bien desarrollado, no era del tipo de adolescente frágil y delgada, pero tampoco lo contrario. Estaba en un punto exacto. Las formas redondeadas estaban en los lugares ideales. Eso y su rostro le derretían. Sus labios eran grandes en comparación con sus demás facciones y la proporción le hacía ver sensual. Él nunca se había sentido atraído hacia una chica menor que él, tampoco perdía la cabeza por una mujer en minifalda o shorts cortos, pero con Megan no entendía lo que le ocurría, le prendía en segundos.

La ropa de pronto le estorbaba. Le hormigueaba en los dedos la necesidad imperativa de desvestirla, tumbarla en el sofá y...

Y supo que si no se detenía todo se le saldría de las manos, terminaría haciéndole el amor ahí mismo. Aprovecharse de una chica enamorada podía ser tan fácil, pero no estaría apriovechandose porque de alguna forma estaba seguro de que ella lo ansiaba tanto como él, por la forma en que se abandonaba a sus brazos y sus labios. Eso provocó que su ego se elevara como la espuma. Era una locura de proporciones gigantescas. Solo estaba inflamado en lujuria, dejandose llevar por su instinto.

Se separó de sopetón, sacudido por un pavor terrible y atacado por un profundo sentimiento de arrepentimiento. Se echó para atras, abrumado por lo impetuoso que sus instintos podian llegar a ser. Quitó las manos de su cintura con brusquedad, como si hubiese estado tocando una plancha encendida y hasta entonces no se hubiera dado cuenta. Una espesa gota de sudor resbaló por su frente y sus cejas se fruncieron en desesperación.

El beso se había acabado, como el mejor de sus sueños hecho realidad, sin embargo se quedó con ganas de más. Más antojado. Más deseoso. Y con un sentimiento terrible de culpa. Con la sensación de que había hecho algo malo, aborrecible. Una presión en el estómago le dio nauseas. Fue conciente de su propia respiración agitada. Advirtió que los labios de Megan estaban hincados y enrojecidos. Y sus ojos tenían un brillo radiante, eran como dos estrellas. Estaba tan hermosa, con las mejillas rojas y las pupilas dilatadas, mirándole como hipnotizada.

¿Qué acababa de hacer? ¿Por qué si besarla se había sentido tan delicioso ahora la culpa no le dejaba respirar? Lo cierto era que saboreó ese momento como ninguno otro, como si toda la dicha disponible en su vida entera se concentrara en el.



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En el texto hay: adolescente, romance, drama

Editado: 19.03.2019

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