—Eh, maldita vaga. No eres un objeto decorativo así que ponte a limpiar—Sebastián irrumpió en la cocina, azotando la puerta contra la pared.
—Estoy ocupada—Su corazón latió asustado, pero mantuvo la expresión vacía e imperturbable mientras miraba el emparedado que había preparado.
—Más te vale que dejes cualquier jodida cosa que estés haciendo. Tu maldito perro ha hecho una asquerosidad en la sala. No hay ninguna sirvienta aquí así que ponte a limpiar antes de que me encargue yo del asunto de una vez por todas y créeme que no te va a gustar.
Megan sintió escalofríos por la forma en la que su voz sonó, amenazadora y obscura, como el cascabeleo de una serpiente venenosa.
—Limpia. Rápido. Ya.—Exclamó furibundo—Si algo está sucio, tu serás la responsable, así que más te vale amarrar a ese animal. Mi hijo va a venir y no quiero que encuentre esa mierda.
Su hijo. Sebastián lo mencionaba pocas veces. No recordaba demasiado su rostro, pero lo que si sabia era que era guapo y, como era un tipo engreído y mujeriego, sacaba partido de ello.
Lo había visto por primera vez, durante una fiesta de compromiso, él debía tener cuatro años más que ella, así que probablemente era un chico de 17 o 18 años. Estaba bromeando con varias chicas y divirtiéndose, daba la impresión de ser bastante coqueto y descarado, en plena fiesta se fue con tres de muchachas a una habitación. Ella se había dado cuenta porque no soportaba estar entre tanta gente aquel día, se encontraba muy sensible, y subió a su cuarto a descansar un rato. Notó que una puerta estaba entreabierta, era precisamente la alcoba de Sebastián y su madre. Escuchó los gemidos y al pasar por ahí, pudo ver por la rendija lo que estaba haciendo con las tres chicas al mismo tiempo. Se retiró asqueada.
En otra ocasión lo vio de lejos, pero mantuvo las distancias y no se hablaron para nada que no fuese estrictamente necesario. Al parecer él tampoco estaba interesado en relacionarse con ella.
Lo único que sabía a ciencia cierta de él era que era un chico al que le gustaba desafiar cualquier tipo de autoridad, era pendenciero y amante del licor y las sustancias (tal como el padre), ya que en varias ocasiones Sebastián había vociferado a grandes voces y se había marchado a pagar la fianza para sacarlo de la cárcel.
Fue a limpiar antes de que se le ocurriera hacer cualquier locura. Su madre pasó por la sala, sin apenas prestarle mucha atención, sus ojos tenían un velo y parecía estar en otro mundo.
Últimamente no había sentido la necesidad de llorar, habían sido los días más maravillosos de su vida, y amaba ir a la escuela y ver a Sarah y a Keythan, pero ese día era sábado y Sebastián consiguió hundir sus ánimos.
Se portó fatal durante toda la mañana. Sus insultos y comentarios desmoronadores no faltaron. Su madre, como si fuese un mueble más de la casa, no intervenía, solo se dedicó a pintarse las uñas, fumar y leer una revista, riendo de vez en cuando por tonterías que solo ella entendía.
Su único comentario es que debía "Hacerse responsable de su mascota "y bajo esa idea, justificó el comportamiento de Sebastián, aludiendo a que él estaba de mal humor porque Puffy en verdad había hecho una cochinada, y así, como si nada, aceptó calladamente que Sebastián la pisoteara y aplastara su alma y su espíritu en todas las formas posibles.
Se sentía como una especie de prisionera en esa casa, como si estuviese en una jaula de oro donde supuestamente nada le hacía falta y tenía al alcance de su mano todos los lujos, pero emocionalmente no tenía nada. Ni apoyo. Ni comprensión. Vivir ahí era el mismo infierno.
—Oye, maldita estúpida, ¿qué es todo esto?
El grito de Sebastián le hizo temblar de pies a cabeza, un miedo inmenso brotó en sus entrañas. Dejó a un lado la esponja llena de jabón con la que estaba lavando el piso.
Volteó con lentitud, temerosa de encontrarse con él. Lo vio venir, tenía los ojos inyectados en sangre. Arrojó un fardo pesado al suelo de la sala.
—¿Sabes todo lo que me han costado estás cosas, niña idiota? Algo que tu jamás sabrás porque eres una mediocre inútil—Se llevó las manos a la cabeza y después dio dos zancadas hasta llegar hasta ella. La tomó del brazo y la hizo levantarse.
Megan reconoció la sabana con la que envolvió los objetos que hace un tiempo Puffy había mordisqueado y maltratado. Se había olvidado por completo de deshacerse de ellos. Probablemente si lo hubiese hecho Sebastián jamás se habría dado cuenta de que hacían falta en su extravagante colección.
El hecho era que se había dado cuenta y ella estaba temblando.
Sebastián la jaloneó y le dio un golpe, fue su límite. Le gritó que la soltara y salió de ahí corriendo rumbo a las escaleras. Sin que su madre, que había presenciado todo, dijese una sola palabra.
—Una más, Megan y me voy a asegurar de que te arrepientas de verdad por joderme la existencia—Exclamó Sebastián a grandes voces para que lo escuchara mientras subía la escalinata.